Los actos vacíos del Día del Maestro se han vuelto costumbre, dice el ex subsecretario
La escuela ya no logra formar a las nuevas generaciones: Olac Fuentes
El docente en las aulas públicas es una figura tiránica, consideran alumnos de primaria
Ampliar la imagen Los mentores deben sacudirse la apat� recomienda Olac Fuentes. En la foto, maestro y alumnos de una escuela de Chalco, estado de M�co FOTO Jos�arlo Gonz�z
El maestro, particularmente en la escuela pública, es una figura tiránica, injusta, discriminatoria e insultante, muy lejos del entorno de cariño, paciencia y comprensión necesarios para ayudar a la infancia a aprender, a descubrir sus potenciales. Lo dicen ellos, los niños, con una voz que rebota en las paredes de los grandes edificios, en los cuales las autoridades educativas están más preocupadas por prestarle oídos a un sindicato paquidérmico y artrítico que a emprender una verdadera reforma educativa, democrática y de calidad, que permita al país competir en términos de eficiencia con las naciones desarrolladas.
Y también lo dice Olac Fuentes Molinar, ex subsecretario de Educación y experto en temas pedagógicos, preocupado por la falta de rumbo en uno de los sectores estratégicos del país, la educación básica. Igual lo dice Julieta Fierro, una de las principales divulgadoras científicas de México, cuya labor la ha mantenido en una cercanía constante con la juventud nacional, y que conoce de cerca, por los resultados, las deficiencias y carencias de una educación que no permite a nuestros hijos poder pensar, reflexionar y, sobre todo, explotar al máximo sus capacidades y talentos. En una palabra, su vocación.
En vísperas del institucional Día del Maestro, son millones de voces que claman una mejoría en el desierto de las políticas públicas de esta administración. Sobre todo son los padres de familia los que esperan en los hechos que el Estado responda a las necesidades de sus hijos: el desarrollo de su capacidad, autoestima, talentos y valores, que les permita competir en un mundo cada día más duro, más exigente, y al que no está respondiendo, en los hechos, un sistema de educación autocomplaciente, de anuncios espectaculares, pero sin resultados, alejado de una realidad que carcome, sin ganas de modificar las imposiciones de la corrupción sindical.
Sólo consienten a los de 10
En el atrio de la parroquia de Santo Domingo, de frente a la Secretaría de Educación Pública, donde los escribientes han dejado su lugar a los falsificadores como metáfora de la vida nacional, Chava, de ocho años de edad, estudiante de cuarto año de primaria, habla sin tapujos: los maestros consienten sólo a los que sacan puro 10, y a los otros, como yo, que hacemos lo que podemos, ni nos hablan. Nos desprecian. No nos ayudan, y los necesitamos.
Dice Fuentes Molinar, en ese mismo lugar, que los actos vacíos y autocelebratorios del Día del Maestro se han vuelto costumbre, como también la forma de enseñar y educar a los niños mexicanos: "la educación básica está mal, y en eso todos tenemos un grado de responsabilidad: autoridades, el Congreso, los partidos, las dirigencias sindicales, una sociedad apática y, sin duda, los maestros mismos".
Lo dice Julieta Fierro, del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México: "cada día vemos a las mamás llevando a sus hijos a la escuela con la confianza de que el plantel les va a dar mucho. Y es así. La verdad es que hoy los maestros tienen una gran oportunidad. Ya tenemos 12 años de una educación básica obligatoria, desde el prescolar hasta la secundaria, que deberían ser suficientes para que los niños sepan lo necesario para, sobre todo, pensar y tener habilidades sociales. Pero no es así".
Lo dicen los niños: Hugo, de nueve años de edad y también en cuarto de primaria, reclama que ni siquiera lo dejan ir al baño. Y cuando la necesidad es grande y pide papel sanitario, la maestra lo desprecia y le dice que se busque una piedra para limpiarse, "o con lo que encontremos". Más allá de esa enorme falta de respeto, Lizbeth acusa: "mi maestra me regaña mucho, y no sé por qué. También a mis amigos. Le molesta que platiquemos y seamos como somos. Es muy enojona".
La escuela no está logrando, dice Fuentes Molinar, que las nuevas generaciones aprendan lo que necesitan para actuar productivamente en la vida, para seguir estudiando, para emplearse en condiciones dignas. Y expone datos: por lo menos la mitad de los alumnos de nuestras escuelas, al terminar la secundaria, no tienen las competencias básicas para comprender lo que leen; no pueden aplicar el razonamiento matemático elemental, tampoco las nociones fundamentales de la ciencia. Los resultados en 2004 son peores que en 2002.
Para Julieta Fierro, los maestros hoy no tienen excusa: "no tienen que dar información, sino que sólo deben dedicarse a formar alumnos, y que cada uno de ellos desarrolle su potencial y sus habilidades. Deben saber leer y reflexionar, saber escribir, saber pensar. Sólo deben buscar a los maestros para plantear inquietudes". Para información, afirma, están las bibliotecas, las revistas, la Internet. Lo otro, es decir, cómo usar esas herramientas, es lo que el maestro debe enseñar.
Con lágrimas, y por interpósita persona, Gaby, de siete años, cuenta su historia: es hija de un portero y de una mujer que se dedica a la limpieza y el lavado de ropa ajena. Tiene pocas oportunidades en la escuela por su situación. No pudo asistir al baile del Día de las Madres porque no tuvieron con qué comprarle el vestido. Pero eso no es todo. La maestra la reprobó por ser pobre. Le puso cinco de calificación. Le acabó de romper el corazón.
Las maestras y los maestros, dice Olac Fuentes, aún en las condiciones difíciles de la falta de consistencia de las políticas públicas en educación; del entorno de pobreza y marginación, tienen sin embargo un espacio en el que pueden lograr muchas cosas. La escuela lo puede. Hay que sacudirse la apatía y la mediocridad, la influencia del sindicato y la irresponsabilidad. Tienen sus derechos. Los tienen los niños. Los tenemos todos. Los tenemos para una educación de altura, a la altura de la inteligencia, la bondad y los sentimientos de los niños. Ese es un derecho fundamental. De sus familias. De las nuestras. Pero hay que despertar.