Ceremonias en el sur de Toluca y en las faldas del volcán Popocatépetl
Saber escuchar el aire, virtud de los graniceros para manipular el tiempo
Invocaciones al Señor de Chalma para atraer la lluvia y atajar las tormentas y el granizo
''Forman parte de una compleja tradición heredada'', expresan investigadoras
Ampliar la imagen Amado Hern�ez, saudino de San Pedro Techuchulco, estado de M�co, besa la piedra del pescadito del cerro del Toro, lugar donde se efect� ritual para pedir que llegue la lluvia para beneficio de la siembra y que se aleje el granizo que la da�OTO Jos�arlo Gonz�z
Saudinos, quiapequis, graniceros, tiemperos, atajadores, especialistas en rituales de herencia prehispánica. Hay muchas maneras de nombrarlos.
Saben manejar la lluvia, el viento, la tormenta y el granizo. También saben curar los males que esos fenómenos provocan.
Adquieren su don alcanzados por un rayo, o bien en el más profundo sueño o bien por la ingestión de plantas sagradas.
Estamos en San Pedro Techuchulco, en el estado de México. El temporal ha comenzado.
Para convocar a la lluvia y controlar al viento, la tormenta y el granizo, en la zona sur de Toluca y en las comunidades de las faldas del volcán Popocatépetl se han llevado a cabo las ceremonias tradicionales de pedimento de lluvia que cada 2 y 3 de mayo convoca a su vez a los especialistas en rituales de herencia prehispánica.
Los saudinos habitan en la población de San Pedro Techuchulco, mientras los quipequis en los pueblos de Morelos, todos colindantes al volcán. Su nombre común es graniceros.
Las investigadoras Johanna Broda y Beatriz Albores lo han documentado así: ''Son especialistas en rituales de origen prehispánico y forman parte de una compleja tradición heredada".
Según las creencias y costumbres, los graniceros saben manipular los fenómenos atmosféricos y también curar los males que causan la lluvia, el granizo, las tormentas, el viento, debido a que los atributos de estos hombres y mujeres coinciden con las funciones de los curanderos.
En su libro Graniceros, cosmovisión y meteorología indígena en Mesoamérica, Broda y Albores especifican:
''Los graniceros adquieren su don por varios medios, entre los que se encuentra el ser alcanzados por un rayo, los sueños y la ingestión de plantas sagradas. Sus conocimientos se transmiten de generación en generación para ocuparlos en fines benéficos de las comunidades agrícolas, tales como atajar el granizo que perjudica las cosechas, o traer el agua que engorda el maíz."
Adoración de las cruces
Las ceremonias del 2 y 3 de mayo de 2005 transcurrieron así en la población de San Pedro Techuchulco:
Con sus 82 años a cuestas, don Felipe Siles marca el paso a su sobrina y a sus dos nietas. Muy temprano, caminan por una terracería hacia las últimas milpas. Su destino es El torito, piedra sagrada del cerro Olotepec, donde se realizará la ceremonia de adoración de las cruces.
El recorrido es largo. Más de dos horas y media por brechas empinadas. Lo hacen con un propósito muy claro y sencillo: ''acompañar por gusto a los atajadores", participar en la limpia y preguntar cómo vendrán las aguas, que por estas fechas aún no han caído en la zona.
Los saudinos salieron más temprano por otra ruta, a caballo. Coinciden todos cuando llegan al cráter. En una de las orillas hay seis cruces, tres arriba del altar y tres debajo.
Cuatro graniceros se hincan ante ellas y saludan: ''ya llegamos", les dicen y comienzan sus rezos invocando primero al Señor de Chalma, pidiendo su ayuda ''para el trabajo de este temporal".
Limpian y barren las hojas secas para luego ''vestir" las cruces con un ''mantito" verde para el reverdecer del campo. Enfloran el lugar y colocan una ofrenda de fruta partida y acompañada de galletas de animalitos y dulces. Todo el tiempo arde copal en un sahumerio, donde también se queman en las brasas las hojas de laurel benditas.
Pasan todos a la compuerta, que es la salida de una cueva en la negra espalda del cráter. Es el momento más importante de la ceremonia, advierte don Angel Franco, el mayor de los saudinos.
Para realizar el pronóstico del temporal, golpean tres veces con la palma de la mano abierta sobre la piedra mayor del acceso a la cueva. Acercan el oído para escuchar el aire, para saber si será bueno o malo el que vendrá con este temporal. ''Viene bien", será el consenso adusto horas más tarde.
Enseguida realizan una ceremonia, restringida, para ''abrir la compuerta y dejar salir el agua de dentro del cerro".
En esta ocasión hubo una señal de alarma: solicitaron a sus acompañantes dos botellas más de agua bendita. ''Cuando hay mucha lluvia -nos explica un saudino- solo rociamos poca agua en la cuevita". No fue este el caso.
Es el momento de bajar a La joya: el centro del cráter, por una pendiente casi vertical.
El descenso lo hacen los mayores en cuclillas, como si disfrutaran de una resbaladilla. Saludan al Torito, la piedra grande, brillante, que asemeja al animal echado en tierra dentro de un círculo.
Los saudinos le avisan a la piedra de su presencia, se persignan, oran, solicitan su auxilio en sus labores.
Escarban a los costados del animal pétreo para sacar el copal que enterraron el año pasado y dejar ahora el que extraerán el venidero.
Caricias a la piedra
Angeles Castañeda, a quien la comunidad la recibió apenas el año pasado como nueva saudina, se topa en su escarbar con una salamandra negra con el dorso rojo, que estaba escondida bajo la piedra.
"Son malas", comentan las voces en derredor. Parece otro augurio.
Se hincan entonces todos y circundan con sus cuerpos el lomo de la roca negra. Le pasan las manos por encima y se tocan la cara, los ojos y el cuerpo, para limpiarse de dolores. Cuando terminan, "ra-mean" con una palma el lugar que antes acariciaban "para que el rumiante no baje al campo, para que no les haga el mal llevando el granizo a la siembra", nos explica don Amado Hernández, uno de los mayores.
Recorren el ritual repetido en otras piedras, la última de las cuales la llaman El pescado, donde ponen flores rojas. En cada estación, en cada piedra, repiten las oraciones, los adornos con flores, las caricias a la piedra y los ramazos sobre de ellas, la ofrenda de fruta partida y el rocío de agua bendita.
Para terminar, los asistentes se turnan frente a las cruces para hacerse una limpia con ramas verdes. Luego de aliviar así su cuerpo dan paso al convivio. Comparten los alimentos que han llevado todos.
Arturo Lara, recién iniciado en las labores de atajar el granizo, expresa así su impresión de la ceremonia que acaba de culminar:
''Esta tradición debe ser preservada como raíz cultural. Aunque no tiene comprobaciones científicas, es evidente que tiene un gran manejo de energía".
Este ritual se hace tres veces al año: el 2 de mayo, luego el 14 de agosto, que es el día de la Virgen de la Asunción, para celebrar que ya están las lluvias, y finalmente el 2 de noviembre, para agradecer el final del ciclo agrícola.
En el camino de regreso, don Felipe Siles, quien ha vivido esta ceremonia durante sus 82 años de vida, pasa a ver su milpa. Está impaciente porque no han llegado siquiera las lloviznas y el calor es tremendo. Una vez que celebró la ceremonia su rostro está tranquilo: "si me va bien, con este terrenito sembrado de elotitos y dos parcelas de haba que sembré allá arriba, sacaría unos 10 mil pesos para toda la temporada".
Así concluye la jornada del 2 de mayo.
Al día siguiente nos trasladamos a Tepetixpa, también en el estado de México, donde don Alejo Usbaldo, el quiapequi mayor de Atlatlauca, Morelos, encabeza la ceremonia de pedimento de lluvia en la cueva de Canaltitla.
''Venimos a este templo -habla don Alejo Usbaldo--porque aquí nos enseñaron a pedir agua en el temporal". Y hace su diagnóstico: "sí va a llover. No mucho. Pero vamos a tener buena cosecha".
Este pequeño nicho natural está casi escondido en los límites de los estados de México y Morelos, en las faldas del volcán. El templo-cueva-nicho-Meca está a unos cuantos metros de la carretera federal que une Amecameca con Cuautla y a un costado de un campo de cultivo de maíz.
Los quiapequis están desconcertados. Manos anónimas retiraron las cruces de madera que habían depositado en la cueva y las quemaron junto a unos candelabros de barro. Sólo quedan cenizas y aún sale humo.
Preparan el enfloramiento. Encienden los sahumerios. Elaboran otras cruces con ramas de cuilote.
Ya el quiapequi mayor hace la llamada. Se hacen dos filas. Todos cargan arreglos de flores. Entran al templo. El mayor invoca por su nombre a los antiguos graniceros, así como otros lugares sagrados y por fin, realiza el pedimento:
''Señor de Chalma, venimos aquí a pedirte buen temporal para nuestros sementeros. Te pedimos nos socorras. Venimos a cumplirte porque es nuestro deber". Cantan y rezan.
Pétalos de rosa para ''glorear'' el lugar
Don Alejo Usbaldo guía todo el tiempo la ceremonia. Debido a su avanzada edad relega funciones a don Jesús Soto y a don Timoteo Linares, quienes acompañados por sus familias pasan a poner las cruces en el nicho, les colocan listones blancos, las enfloran y prenden velas.
Invocan: ''regresemos su espíritu al lugar donde nos han protegido de las tempestades y los grandes temporales".
Todos se forman en círculo y golpean con palos hacia los cuatro puntos cardinales.
Ahora pasan, siempre en fila, a la gran ofrenda: fruta, pan, mole con pollo, atole de atole. Se nombra a cada uno de quienes aportan ''los dulces alimentos", rezan y ofrecen los platos a los cuatro puntos cardinales antes de depositarlos sobre un mantel de plástico frente a la cueva.
Don Jesús Soto sube a la entrada del nicho y avienta pétalos de rosa para "glorear" el lugar.
Timoteo Linares, médico tradicional a quien la comunidad acaba de recibir como nuevo quiapequi, dice a manera de epílogo:
''Estamos en contacto con la tierra. Somos sacerdotes tiemperos porque fuimos elegidos por el tiempo.