Usted está aquí: miércoles 11 de mayo de 2005 Política La Marcha de la Vida

Arnoldo Kraus

La Marcha de la Vida

Cuando el régimen nazi fenecía, decenas de miles, o quizás cientos de miles de personas, fueron enviadas a marchar, sin rutas, por tiempos y distancias interminables. La meta y el destino eran la muerte. Las marchas fueron el último recurso del mal. Amenazados por las tropas enemigas, y sin recursos suficientes para continuar gaseando a judíos y a otros prisioneros, los nazis hicieron del frío, del hambre, de la nieve y de la fatiga sus mejores aliados. La mayoría de los prisioneros habían estado en varios campos de concentración, por lo que su situación física era extremadamente mala. Muy pocos sobrevivieron. Las marchas de la muerte continuaron los deseos purificadores de los alemanes y fueron la última esperanza de la ordalía nazi. Decenas de miles de personas fallecieron exhaustas, víctimas de la naturaleza y del ser humano.

Las marchas de la muerte fueron el último acto de la Solución Final. Hacia el final de la guerra y, debido a que Auschwitz había dejado de funcionar, al igual que los trenes, Adolfo Eichmann y asociados diseñaron las marchas de la muerte. Su ejecución contenía la misma brutalidad utilizada en los campos de exterminio. A la población judía se le convencía de la "bondad" de la marcha por medio de engaños; la artimaña principal consistía en amenazarlos con la proximidad y peligrosidad de las tropas rusas. Se dice que las condiciones físicas de las personas eran tan lamentables que incluso algunos oficiales de la SS quedaron impresionados ante lo dantesco de las escenas. Las marchas de la muerte pretendían, también, eliminar a todos los supervivientes, antes de que las tropas de los aliados llegasen a los campos de exterminio. No dejar huellas era uno de los propósitos ulteriores de los nazis.

Este año se cumple el 60 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Desde hace varios años, en un intento para impedir que el olvido supere a la memoria, algunos miembros de las comunidades judías de países occidentales recorren los tres kilómetros que separan el campo de Auschwitz del de Birkenau, donde se encuentran los restos de las cámaras de gas y de los hornos crematorios de esas fábricas de la muerte. La Marcha de la Vida es el nombre que se le ha dado a esta ceremonia en contraposición a la Marcha de la Muerte. Aunque no existen datos precisos acerca del número de muertos, se sabe que la mayoría de quienes iniciaban la caminata bajo el yugo nazi fallecían. La inanición, el agotamiento, las enfermedades contraídas durante la guerra y el clima fueron las principales causas de muerte.

La Marcha de la Vida es una evocación viva de la memoria y un testimonio nuevo de un episodio que no por distante debería ser viejo o ajeno. Es una invitación para pensar en la necesidad de crear una cultura de la memoria cuya urgencia no nace ni finaliza en Auschwitz. El "antes" -Armenia- y el "después" -Ruanda- son sólo algunos episodios que deben sumarse a la filosofía nazi.

La Marcha de la Vida es una caminata que invita a pensar en el papel del mal. Su filosofía no descansa en el odio, ni alimenta ni pretende la venganza. Más bien exalta valores como los expresados por Emmanuel Lévinas, cuyas ideas, dentro de una miríada de lecciones, podría conceptualizarse como "resistencia a la barbarie", donde la barbarie no sólo está representada por los muertos que salen de las manos de los verdugos sino por los muertos que se apilan tras las cortinas de la indiferencia y del olvido de quienes deberían haber hablado. Estos últimos muertos, "los muertos del silencio", son los que más duelen, son los que nunca dejan de morir. El gas y la naturaleza fueron en el tiempo nazi armas poderosas. El silencio y la complicidad, sobre todo de la Iglesia, fueron cimentales para que el tiempo nazi durase tantos años.

La Marcha de la Vida intenta detener el olvido e impedir que los genocidios sigan repitiéndose por la desmemoria. La marcha de los muertos se diseñó para continuar con la filosofía de los cadáveres gaseados: no deberían quedar ni huesos ni nombres ni historia ni documentos ni papeles ni memoria ni lágrimas ni poesía ni Tierra ni nada. El olvido debería ser total. No hay espacio para la memoria ni para la justicia cuando la desmemoria prevalece sobre la conciencia y sobre la ética.

El mutismo sólo es válido cuando nace después de la reflexión y de las palabras. Sólo es útil el silencio que crece y que pregunta después de haber hablado. Nunca será suficiente el silencio porque nunca han sido suficientes las palabras. La Marcha de la Vida es una invitación a la responsabilidad. Es una suerte de memoria moral, y un espacio que pretende que la conciencia y el compromiso dialoguen, para darle voz a las víctimas y a los pocos supervivientes que pervivieron a pesar del olvido, del mal y del silencio.

 
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