Editorial
Inseguridad: la realidad y el discurso
En forma poco usual, el presidente Vicente Fox se refirió ayer a la inseguridad y a la vigencia del estado de derecho como problemas en los que su gobierno ha tenido logros "muy modestos". Así sea por contraste con el habitual discurso triunfalista del mandatario, semejante cautela suena a reconocimiento del fracaso que, por lo demás, está a la vista de la sociedad, para la cual la proliferación de la delincuencia es un agravio doloroso y exasperante.
En espíritu de justicia debe señalarse que si bien la responsabilidad del gobierno federal en este tema es central, principal e ineludible, las autoridades estatales y municipales, independientemente de su origen partidario, así como los poderes Legislativo y Judicial, participan también en ella.
En su conjunto, la clase política ha sido incapaz de revertir el grave deterioro de la seguridad pública, y aunque los factores mediatos e inmediatos del fenómeno se arrastran de gobiernos anteriores, en este sexenio no sólo no se ha puesto un freno tangible y contundente a la delincuencia, sino que la distancia entre la realidad y el discurso ha alcanzado proporciones abismales y grotescas.
Como botón de muestra, basta recordar el espot radiofónico (en el que una voz femenina exclama: "¡Se lleva mi bolsa!" y un supuesto servidor público le responde en tono tranquilizador: "Aquí está su bolsa, señora") en que la Cámara de Diputados se atribuye el mérito inexistente de contribuir a la persecución de los delitos.
Más allá del triunfalismo con que los poderes de la Unión y niveles de gobierno anuncian pretendidas hazañas contra el crimen, es evidente que la inseguridad creciente ha sido empleada, comenzando por el propio Fox, como ariete declarativo contra adversarios políticos. En este sentido, uno de los saldos más lamentables e inopinados de la incipiente separación de poderes y del régimen de partidos ha sido la disolución de las responsabilidades propias, en un afán por endilgarle la culpa a "los de arriba", cuando se trata de una autoridad municipal o estatal, "a los de abajo", cuando se habla de gobiernos federal o estatal, y "a los de al lado", si se piensa en el Legislativo, el Judicial y el Ejecutivo.
Ciertamente, la persistencia y el crecimiento de las delincuencias la común de los carteristas y asaltantes; la organizada, con el narcotráfico y el secuestro a la cabeza; la sexual y la financiera, entre otras es un asunto muy complejo en el que inciden factores tan variados, que involucran desde desintegración familiar, rezagos educativos y desempleo hasta deficiencias en el alumbrado público, corrupción en gran escala, rivalidades y descoordinación de corporaciones policiales y presiones de agentes externos como el trasiego internacional de drogas y el pandillerismo procedente de Centroamérica.
La complejidad de ese escenario hace evidente la necesidad de una estrategia integral y coordinada que, pese a reuniones de funcionarios y anuncios espectaculares, no se ha concretado en este sexenio, es decir, en mucho tiempo, incluso demasiado, para quienes padecen el acoso de la delincuencia.