Hoy, 60 aniversario de la capitulación nazi
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 8 de mayo. La capitulación incondicional de la Alemania hitleriana en la Segunda Guerra Mundial, por la diferencia de horas con el centro de Europa, se conoció aquí ya iniciado el 9 de mayo de 1945, fecha que desde entonces se inscribió en la historia como el Día de la Victoria, cuyo 60 aniversario se cumple este lunes.
Derrotar a los invasores nazis significó, para los pueblos afincados en las distintas repúblicas de la desaparecida Unión Soviética, perder 26 millones 600 mil vidas, de acuerdo con la más reciente cifra oficial.
Recordar a los caídos y brindar por la victoria es una tradición arraigada en cada familia, en ésta que es -sin duda alguna- la fiesta más entrañable para todo ruso.
Y también para muchos ciudadanos de los países ex soviéticos, incluso aquellos, particularmente los Bálticos, en que los gobernantes en turno pretenden cambiar de signo esta celebración a tenor de sus consideraciones de conveniencia política.
Los vencedores en la Gran Guerra Patria, como llaman los rusos a la Segunda Guerra Mundial, cuyo número se reduce inexorablemente cada aniversario en función de la avanzada edad de la mayoría de ellos, suelen reunirse con sus antiguos compañeros de armas en sitios emblemáticos como el parque Gorki o el jardín aledaño al Teatro Bolshoi.
Una celebración diferente
Todo está dispuesto en Moscú para los actos conmemorativos, pero esta ocasión será diferente. Miles de personas no podrán volcarse a las calles para expresar su admiración a los veteranos de guerra, quienes ese día lucen con especial orgullo sus medallas, ni tampoco podrá nadie depositar una ofrenda ante la Tumba del Soldado Desconocido, junto a las murallas del Kremlin.
El centro de la ciudad, escenario natural de las principales actividades programadas, está virtualmente sitiado por más de 35 mil policías que impiden el paso a cualquier vehículo que carezca de permiso especial, incluidas las ambulancias de clínicas privadas.
Cerradas las estaciones del metro, hay que caminar varios kilómetros para llegar a la Plaza Roja, en el supuesto que se tenga pase especial. Quien carezca de esta suerte de salvoconducto simplemente no podrá franquear los incontables cinturones policiales y se perderá vistosos espectáculos -aunque de alguna manera ajenos a las costumbres locales- como el desfile de orquestas de países aliados, que tuvo lugar esta tarde en la calle Tverskaya.
También se prohibió la manifestación alternativa, que convocaban cada año los partidos de oposición y que no encaja en el guión hollywoodesco preparado por el Kremlin. Y menos que haya protestas al paso de alguno de los ilustres huéspedes del presidente Vladimir Putin.
Porque todo se sacrifica en aras de garantizar la seguridad de los invitados de honor de estos festejos que, salvo los agraciados cuya presencia está prevista en los actos oficiales, no son los veteranos de guerra, sino los jefes de Estado o de gobierno de más de medio centenar de países.
Con el mandatario estadunidense, George W. Bush, el líder chino, Hu Jintao, y los gobernantes europeos a la cabeza, las delegaciones extranjeras ya llegaron a Moscú y este lunes ocuparán la tribuna principal durante el desfile militar en la Plaza Roja.
Habrá algunas ausencias marcadas. Los presidentes de Estonia y Lituania, a diferencia de su colega de Letonia, se negaron a venir y tampoco estará el mandatario de Georgia, que canceló su viaje por una controversia bilateral de último momento.
La pomposidad con que el Kremlin quiso celebrar este aniversario decepcionó a muchos moscovitas, que optaron por salir estos días de la ciudad, refugiándose en sus dachas, las casas de campo, en espera de que concluyan los actos oficiales y retorne la normalidad.
La sombra de Stalin
Amplios sectores de la población rusa sienten que Occidente les quitó las conquistas derivadas de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, por las concesiones realizadas en tiempos de Mijail Gorbachov que redujeron a la nada los ingentes sacrificios de generaciones enteras.
Putin sabe que no son pocos los que añoran un líder que se asocie con orden y haga respetar de nuevo a Rusia. Por ello, en el contexto de esta celebración, el Kremlin estimuló la difusión de películas y programas de televisión, de pésima factura la mayoría, que ensalzan la figura de José Stalin.
Sin llegar a una abierta rehabilitación -ciertamente se rechazó la propuesta de devolver a la ciudad de Volgogrado su antiguo nombre de Stalingrado y tampoco se autorizó colocar monumentos en su honor en Krasnoyarsk y otras ciudades-, se tuvo especial cuidado en ocultar las aberraciones que cometió Stalin contra su propio pueblo.
Quienes han tenido acceso a los archivos del Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética, aseguran que Stalin -sin contar las víctimas de la represión masiva anterior a la guerra-, mandó a la muerte a millones de personas tan sólo por su obsesión de liberar, antes que las tropas aliadas, tal o cual ciudad europea.
El muy elevado precio que se pagó por la Victoria, incluye también 954 mil soldados soviéticos que fueron fusilados por los suyos, acusados de "cobardía" o por faltas menores.
Caer prisionero en combate, por órdenes de Stalin, equivalía a alta traición y muchos soldados del ejército rojo tuvieron que cumplir penas en campos de concentración soviéticos, a pesar de haber contribuido a la derrota de la Alemania nazi.