La gente no reconoce la labor de la policía, aseguran
Los García Cárdenas, una familia con "sangre azul"
Ivette, con sólo cuatro años en la corporación, ya es cabo
Ampliar la imagen Lourdes C�enas y su hija Ivette, pendientes de la seguridad en el sector Zapotitla de Tl�ac FOTO Yazm�Ortega Cort�
Cuando una emergencia se reporta por medio de la frecuencia policiaca en el sector Zapotitla, en la delegación Tláhuac, Lourdes Cárdenas no puede evitar sentir gran preocupación y temor. Y es que su hija de 24 años de edad, al igual que ella, es policía y atiende las emergencias del mismo sector.
Madre e hija visten su uniforme azul marino, sólo que mientras Lourdes, con 13 años de trabajo en la corporación, renunció a tomar cursos para acceder a más ascensos en nombre del cuidado de sus dos hijos, Ivette, con tan sólo cuatro años en la policía, ya ostenta el grado de cabo y dice que le gustaría llegar hasta el mismo mando de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal.
El deseo de esta familia por pertenecer a la policía capitalina derivó del propio entusiasmo de Lourdes por ser parte de la corporación.
Primero convenció a su hermana menor de acompañarla a los exámenes de ingreso y realizarlos también; la hermana entró, pero ella no. Tres centímetros fueron la diferencia, ya que sólo mide un metro 57, y su estatura no daba para cumplir el requisito obligatorio.
Después, al conocer a su esposo, lo contagió de su entusiasmo y éste ingresó también a la dependencia capitalina.
Ríe al darse cuenta de que ha convencido a su familia de compartir su gusto por la función policial, ya que otra de sus hermanas también comparte la profesión. Sin embargo a Ivette ni siquiera se lo sugirió.
Fue ella, relata la joven policía, quien tras probar en varios empleos de ventas y una tienda de discos decidió que lo suyo era ser como su mamá, quien al segundo intento, a los 30 años, fue aceptada para entrenarse como policía e ingresar al agrupamiento femenil.
"Desde chiquita le gustaba acudir a la Academia con su tía. Tiene fotos junto al Cóndor (el helicóptero oficial de la SSP), pero a ella nunca la traté de disuadir para inscribirse al Instituto de Formación Policial, relata la orgullosa mamá.
"Es que necesitaba hacer algo de bien por mí misma", responde Ivette. Tras planearlo y hacer su primera solicitud, le avisó a su mamá que tenía que presentarse a realizar los primeros exámenes para ingresar, y ella la acompañó.
Ella ya se imaginaba, soñaba, dice, con ser investigadora. Jugaba a serlo. Ninguno de sus otros trabajos le gustaba; por el contrario, explica, la aburrían, la ponían de malas.
Con su metro 64 centímetros y seis meses de formación, Ivette también llegó al agrupamiento femenil, pero casi inmediatamente decidió trasladarse a un sector y "sacar el coraje de ser policía, estar en las calles y combatir lo peor".
Durante la jornada de trabajo, la madre y la hija prácticamente sólo saben de sí por las frecuencias policiacas, y para mala suerte de Lourdes, dice, siempre que la patrulla de su hija reporta una emergencia y pide un K8 (auxilio), ella está lejos del lugar.
Una vez, empieza a contar Ivette, acudió a un servicio a tratar de calmar los ánimos en una unidad habitacional donde había una pelea vecinal. Al tratar de controlar la agresión de una de las mujeres, ésta le provocó profundas heridas en el brazo y manos a "puras mordidas".
Mientras la joven extiende el brazo y muestra la enorme cicatriz de una boca incrustada arriba de la muñeca, su madre continúa el relato.
"Me trasladé rápidamente al lugar, pero ya no la encontré, sólo me decían que estaba herida pero consciente y que estaba con los detenidos" explica, mientras su voz aún se entrecorta por el recuerdo.
Todo terminó bien, coinciden, pero a Ivette le preocupa el gran pendiente que le ocasiona a su mamá.
Ella, como hija, también lo ha sufrido, ya que un día, tras esperarla en casa y no verla llegar, se enteró de que su mamá había sufrido un accidente tras acudir a vigilar un concierto de Michel Jackson que se realizó en el estadio Azteca.
Ahora, como colegas, intercambian experiencias a la hora de la cena y las dos saben que cualquiera de ellas, como dicen en el cuartel, puede salir, pero no regresar.
Aunque la gente, coinciden, muchas veces no reconoce la labor de la policía, Lourdes dice que en las venas de su familia corre con mucho orgullo la sangre azul.