Editorial
Jaque a la dictadura en Rangún
Recordemos: en los primeros años de la independencia (obtenida en 1948), la entonces Birmania, hoy Myanmar, dio un secretario general a Naciones Unidas y se inspiró por la peculiar "vía birmana al socialismo", pero desde los años 60 sufre bajo la bota de hierro de una dictadura militar (el llamado eufemísticamente Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo) que ha sido acusado de aplicar métodos genocidas contra las minorías tribales montañesas que, como los karen, resisten armas en mano desde hace más de 50 años.
En 1988 la dictadura aplastó salvajemente un movimiento democrático que había dado 60 por ciento de votos y 80 por ciento de los parlamentarios a la Liga Nacional Democrática, dirigida por la premio Nobel Aung San Suu Kyi, presa política desde hace años pese a la condena internacional al régimen militar. Precisamente el viernes pasado, la Unión Europea exigió al régimen militar de Yangón la libertad de la activista y premio Nobel, y de muchos otros presos políticos, so pena de mantener sanciones a Myanmar.
Myanmar, vecina de Tailandia y Malasia, está junto al subcontinente indio y tiene una población de 44 millones de personas, de religión principalmente budista (aunque también hay minorías cristianas y musulmanas) y con diversas minorías nacionales, ya que los birmanos son 69 por ciento, los shan 9 por ciento, los karen 6 por ciento y los rajin 5 por ciento, y hay otros grupos tribales menores. En las zonas fronterizas montañosas y tropicales operan desde hace más de 50 años los movimientos étnicos separatistas y también los contrabandistas y traficantes de opio (en el famoso Cuerno de Oro, que va hasta Tailandia y Camboya).
Este es el trasfondo de las explosiones que segaron la vida a decenas de personas y causaron heridas a cientos (la cifra exacta de víctimas no se conoce, debido a la censura militar). La dictadura culpa por las bombas a los guerrilleros de la Unión Nacional Karen, al Ejército Estatal Shan, al Partido Progresista Nacional de los Karen y, por supuesto, a los demócratas seguidores de Aung San Suu Kyi. Los karen, por su parte, niegan ser autores de esos atentados, que no corresponden con sus métodos tradicionales de lucha territorial. Al mismo tiempo, la simultaneidad y el salvajismo de esos ataques (inéditos en una oposición que dura ya más de 60 años) hacen pensar también que podría tratarse de medidas desesperadas de la dictadura para justificar la represión y su permanencia en el poder.
Sean quienes fueren los autores de esos sangrientos atentados, es evidente la desestabilización política de un área vital en el sudeste asiático, justamente cuando China e India (los dos países más poblados del mundo y dos de las potencias económicas globales) se acercan, y cuando crece en cambio la tensión entre Estados Unidos y China, por la isla de Taiwán, cuando Japón prepara su rearme y cuando Washington amenaza a Corea del Norte. La dictadura de Myanmar está amenazada, pero no hay que regocijarse apresuradamente, pues ella y la estrategia militar estadunidense tienen aún muchos instrumentos a su disposición.