La sensibilidad del marginal
En un país donde la mayoría está marginada de la vida institucional, los institucionales embozados en una ''buena conciencia'', armados de abstracciones en activo, nos equivocamos creyendo haber conseguido ciertas cosas. Al no ponerlas en tela de juicio y ajustarlas a la realidad, las ponemos en peligro y corremos el riesgo de vaciarlas de todas sustancia (por ejemplo, nuestra política).
Todo este proceso se manifiesta bajo una perspectiva seudogenética que, al ser concebida de manera lineal -insuficientemente orgánica- hace que se sitúe el adulto frente al niño, al hombre ''civilizado'' frente al marginal.
Según esta perspectiva, ellos habrían adquirido algo que les permita comprender el lugar de donde proceden y mirarlos por encima del hombro.
No siempre es tan evidente aquello que se ha adquirido y, por otra parte, nunca se plantea el problema de lo que se ha podido perder en el camino o haberse estropeado. Es este el caso de los marginales. Se da por sentada la llamada mentalidad ''primitiva'' -prelógica, antisocial, como sabemos- y a propósito de ello se llega a simplificaciones de este tenor; los marginales tienen un nombre para designar el pino y otro para el cedro. Pero no tienen un nombre para designar al árbol en general. Por tanto, no tienen sentido la abstracción. Pero no se les ocurre pensar que ellos tienen un sistema de abstracción y socialización diferente al nuestro.
Si el marginal no hubiera tenido el sentido de la abstracción, no hubiera podido tampoco dar nombre al pino y al cedro.
Para hacer esto tuvieron que determinar una especie mediante abstracción y generalización, igual que todo ser que se sirva del lenguaje. Basta con pasar de una lengua a otra para ver cómo no se realiza de la misma manera en ambas la captación y codificación de la realidad. El observar a un niño en un ambiente lingüístico determinado y ver sus intentos de adherirse al mundo conceptual de dicho ambiente, y cómo éste lo admite y es inteligible para él.
Todo pensamiento es generalizador y simbólico, y por ese motivo funda el lenguaje. Pero el sistema particular de abstracción proporcionado por un ambiente lingüístico determinado exige cierta adaptación del pensamiento a sus normas, y decir que el marginal no tiene sentido de la abstracción (por ejemplo, las trabajadoras domésticas) porque no tiene el mismo sentido de abstracción que nosotros, es confabularse en el mundo de la desigualdad social que vivimos, y que no es más que una forma de explotación (como bien dice Adolfo Gilly). En el hombre el signo no se adhiere a la cosa, es móvil y manejable en su ausencia.
Habría que preguntarnos si los ''civilizados'', al haber adquirido algo a escala del pensamiento discursivo y abstracto, no hemos perdido algo a escala de una percepción intuitiva de la realidad y una cierta sensibilidad respecto de ella. ¿Dónde quedó nuestra sensibilidad, perdida en las filas de marginales en las ciudades y del patio delantero?