Editorial
De la crispación a la distensión
No hubo foto pero sí reunión. La primera en lo que va del año. Y, al parecer, también hubo diálogo. Una diferencia notable con el que había sido su anterior encuentro, el pasado 14 de febrero. Porque en aquella fecha, el presidente Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se encontraron en el contexto de una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, en el Casino Militar del Campo Marte, pero no intercambiaron palabra.
Fue el encuentro número 27 entre los dos políticos durante el actual sexenio. Más de un año de confrontación pareció así quedar en el pasado. Más de 12 meses de declaraciones duras fueron dejadas de lado. Una etapa de crispación político-electoral quedó sepultada. Se formalizó así la distensión anunciada desde que la Presidencia de la República decidió dar marcha atrás a su pretensión de inhabilitar políticamente a López Obrador.
La reunión duró apenas 20 minutos. Treinta minutos menos que lo que tomó su diálogo del pasado 29 de septiembre. Cuando lo bueno es breve resulta dos veces bueno, explicó el jefe de Gobierno de la ciudad de México.
El encuentro le da un respiro a la acosada administración de Vicente Fox. Más allá del enorme costo político que tuvo que pagar por su ofensiva contra López Obrador, un conjunto de conflictos sumamente desgastantes. La pareja presidencial ha tenido que enfrentar en días recientes el escándalo provocado por la publicación de supuestas anomalías que involucran a Marta Sahagún y a sus hijos. El dirigente nacional del partido de gobierno, Acción Nacional, chocó fuertemente con el procurador Macedo de la Concha por el caso de Nahúm Acosta, y abrió una fuente de confrontación muy poco oportuna. La diplomacia mexicana tuvo que aceptar sin rechistar dos severas derrotas: las fuertes críticas que le hizo Fidel Castro y el triunfo del candidato chileno para dirigir la Organización de Estados Americanos. Y, por si fuera poco, el país cayó, según el Fondo Monetario Internacional, del lugar nueve hasta el 14 entre las economías a escala mundial.
La tregua pactada entre Vicente Fox y López Obrador les resulta mutuamente conveniente a ambos personajes. Al Presidente le quita de encima un conflicto que había deslegitimado su administración dentro y fuera del país, y le permite recuperar un espacio de maniobra más necesario que nunca para manejar su sucesión. Al jefe de Gobierno del Distrito Federal le desbloquea su camino a la candidatura presidencial.
El PRI ha respondido con beligerancia contra Vicente Fox. Pero, lejos de ser un factor de ingobernabilidad, la posible ruptura con el tricolor abre la puerta para que el gobierno federal enmiende el errático camino que emprendió al privilegiar las alianzas con ese instituto político en lugar de hacer las reformas que el país requiere. Mientras tanto, la rabieta priísta no hace más que poner al descubierto su naturaleza y la de aquellos dirigentes de ese partido que en privado aseguraban estar contra el desafuero, pero que votaron en favor de él y hoy se quejan del desistimiento.
Es comprensible que la necesaria prudencia de este entendimiento obligue a las partes a guardar las formas. Harían mal, sin embargo, en pretender que no hubo un agravio o que éste ya fue subsanado. El país entero estuvo atento al encono con que se actuó contra López Obrador, millones de ciudadanos rechazaron la agresión y se movilizaron en contra del atropello a la democracia. Pretender olvidar ese episodio de nuestra historia reciente en nombre de una concordia que aún no existe es una falta de respeto a la memoria de la sociedad.
La reunión, no puede pasar inadvertido, transcurre en un momento en el que el asunto de la inseguridad pública está siendo nuevamente utilizado para golpear al jefe de Gobierno de la ciudad de México.
En buena hora, la crispación política ha comenzado a convertirse en distensión. Más podría hacerse si los grandes problemas sociales que han polarizado al país y que alimentaron la confrontación comienzan a tener solución.