Felguérez: obra reciente
Tres esculturas y 22 pinturas, entre las que figura Orden suspendido en tamaño mural (281 x 452), integran esta muestra en la galería López Quiroga. Está fuera de toda posibilidad que no sea tecnológica el hablar de progreso en el arte, pero cuando se trata de la trayectoria de un artista a veces es posible hacerlo y eso es lo que se siente al enfrentar esta exposición.
Manuel Felguérez se encuentra en su mejor momento: los conocimientos que ha ido acumulando, su práctica nunca interrumpida y lo que yo llamaría su propia retórica, entendiendo por este término la vinculación de un nombre, el suyo, con el trabajo realizado, provocan que sus conexiones, relaciones de elementos, modelos interiores y externos, observación, restituciones y continua revaluación, lo sitúen respecto de la pintura que ahora se produce en un tope y no sólo en México.
Sobre sus esculturas, siempre alimentadoras de su pintura, no me ocuparé más que de soslayo en esta ocasión, las encontre ingenieriles, impecablemente realizadas, con desplazamientos de espacio complicados y a la vez austeras. Son de acero y cable, las percibí como tridimensionales científicos que crean tensiones.
Las pinturas, según veo, tienden a producir experiencias tanto cognitivas como emotivas en el espectador, que intenta recrear o más bien imaginar el proceso por parte del artista que las llevó a ser como son. Distintas entre sí, todas obedecen a una gama colorística similar, y a la vez cada una ofrece coloración distinta. Están destinadas a recrear un binomio que existe desde Leonardo da Vinci, Giorgione, más tarde Caravaggio, en el arte occidental. Me refiero a la dualidad luz-oscuridad, el blanco como valor absoluto (presente en unas pocas) y como valor relativo. Su contrapartida, un negro saturado que nunca lo es realmente, tiene su correlato en una infinidad de tonos de sombra.
Sombra que a veces es otra calidad de luz y otras, por el contrario, juega con los distintos grados que puede ofrecer lo oscuro. Esta paleta de tierras, ocres, sienas, grises desleídos mezclados con otros colores, más los parámetros representados por el negro y el blanco, ofrece gradaciones tan sutiles como las que a siglos de distancia podemos detectar, por ejemplo, en Rembrandt. Toques estratégicos de otros colores: rojo, cobalto, etcétera, dosificados con minucia, hacen valer esos colores ''naturales", que en ciertas zonas reducidas ofrecen texturas no espesas.
Meche Oteiza me anunció que el catálogo ya estaba listo, advirtiéndome que el texto introductorio de Juan Villoro era atípico, pues se trataba de un cuento, de una short story. No leo los textos de los catálogos antes de escribir sobre la muestra, pero este lo leí antes de visitarla, coincidiendo con que recién terminé de leer la tupida novela Testigo, que le mereció al autor el premio Anagrama. No logré entender del todo la vinculación narrativa con lo que imaginaba que pudieran deparar las pinturas. Dicho sea de paso, con todo y las decorosas impresiones, no pueden suplir la visión de los originales, pero eso sucede siempre, las ilustraciones son sólo puntos de referencia.
Di dos vueltas lentas a la exhibición, muy bien museografiada, tuve que moderar mi entusiasmo, pero a la segunda vuelta me decía: ¡Cómo no!, el cuento ''tiene mucho que ver", al tiempo que identificaba éste u otro cuadro con episodios de la narración. Eso habla de los insights del escritor acerca de tales pinturas, pero más aún habla de su capacidad narrativa para formular metáforas a la inversa. Porque tomemos en cuenta que nada más lejos de Felguérez que contar historias, si bien es cierto que pone títulos a sus cuadros que unas veces y otras no, pueden actuar como disparaderos.
La geometría pauta, pero está formulada con base en antídotos, los elementos luchan por un descontrol que paradójicamente parece controlarse a rajatabla debido a un sentido de balance -que rehuyendo siempre la simetría- depara índices expresivos que pueden llegar a ser incluso explosivos.
Los colores que he denominado ''naturales", en realidad obedecen a mezclas complicadísimas, parecen extraídos de la tierra, la arena, los reflejos o las minas de carbón. Hay profusión de planos antero-posteriores y hasta efectos de trompé l'oeil. Al ver con detenimiento uno de los cuadros de formato grande en la planta baja creí advertir de reojo que cierta tela pequeña, tenía adherido algo a modo de relieve. Nada de eso, era tan lisa como una tabla pulida y ni siquiera ostentaba las breves áreas texturadas a las que me he referido. Magistral exposición, perfectamente adecuada al ámbito en el que se exhibe.