Zatoichi
Ampliar la imagen El cineasta beat Takeshi Kitano
Zatoichi, masajista ciego, espadachín imperturbable de precisión milimétrica en las embestidas a sus adversarios, es originalmente un personaje popular, casi de tira cómica, que aparece en más de 20 películas de una saga picaresca y trágica dirigida por el cineasta japonés Katsu Shintaro entre 1960 y 1989.
A partir de esta figura, Takeshi Kitano, director de Hana-Bi, Sonatina, Brother y Muñecas, y actor popular conocido también como Beat Takeshi, construye un relato ambientado en el siglo diecinueve. Kitano encarna a Zatoichi, a la manera de un yakusa crepuscular, fatigado y sereno, privado de la vista, aunque privilegiado con una agudeza excepcional en el oído y en los reflejos. Al ladrón imprudente que intenta sorprenderlo o humillarlo en el camino, Zatoichi responde de modo implacable, desenvainando de su bastón rojo una espada, hiriendo la piel del atacante con un profundo diseño artista, o cercenándole de un tajo alguna extremidad o el cuello. La sangre brota a chorros, o en un chisguete cómico, acaba estampada en algún muro, para formar una extraña caligrafía escarlata, suerte de rúbrica, leyenda o advertencia. Es la pintura tétrica que deja a su paso el masajista ciego.
Como en Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, una banda de delincuentes aterroriza en varias poblaciones en la montaña, a familias enteras dedicadas al pequeño comercio, a las que obliga a pagar protección y entregar puntualmente un diezmo. Sin proponérselo del todo, Zatoichi se convierte en el improbable justiciero de la comarca.
Paralelamente, dos jóvenes geishas recorren garitos y burdeles en busca de Kuchinawa, jefe de la banda y asesino de sus padres. Las dos geishas tienen lazos de hermandad, una de ellas es hombre, y baila vestido de mujer mientras la otra joven se prostituye.
Con astucia narrativa, Kitano evoca la infancia de ambas, el intento de seducción de un viejo pedófilo, la huída a las calles y el inicio de la experiencia prostibularia. Poco antes había narrado la llegada de Hattori, un asesino a sueldo que procura empleo como guardaespaldas, y la referencia en flash-back a su vieja rivalidad con un matón de otra banda y al ajuste de cuentas pendiente. Así en una estupenda alternancia de tiempos, Kitano elabora un mosaico de historias de revancha, con Zatoichi como personaje catalizador, de sensibilidad extrema, encargado de desenmascarar y derribar a los villanos.
Las historias fluyen y se entremezclan con una ligereza asombrosa. No hay aquí efectos prolongados del cine de acción, estilo honkongués, tampoco artes marciales ni las virtuosas acrobacias de guerreros ninja. Los enfrentamientos son secos, muy cortos, y obedecen al ritmo sincopado que imprime la formidable música de Keichi Suzuki, misma que acompaña las faenas agrícolas, la unión de la madera y el metal en la construcción de una cabaña, o la delirante coreografía stomp con la que el reparto entero cierra el relato, combinando a Brecht y a Busby Berkeley.
Quienes conocen la filmografía anterior de Kitano, la melancolía de Sonatina -retrato de un yakusa derrotado-, el lirismo pictórico de Hana-Bi, o el lenguaje alegórico de Muñecas, estará también familiarizado con el genio humorístico del director, particularmente con su empeño por sacudir los géneros tradicionales, rindiendo culto a viejas tradiciones y a la noción del honor guerrero, al tiempo que maneja el lenguaje paródico y desenfadado de una comedia popular. ¿Qué decir de esa graciosa subversión de género en la que un hombre de familia, bastante tosco, sucumbe al encanto de la geisha-hombre, e intenta emular su belleza embadurnándose el rostro de maquillaje, para espanto y diversión de esposa y amigos?
Kitano, gran iconoclasta del cine japonés, talento multifacético (novelista, poeta, cineasta, actor), combina en Zatoichi la fórmula épica y la feliz ocurrencia humorística. Todo aquí es sujeto de recelo, desde los desmembramientos múltiples y las ráfagas de sangre, hasta la venganza pasional que conduce a masacres en cadena, o las identidades soterradas, como el afable anciano que oculta a un yakusa sanguinario, o la propia ceguera del protagonista, Edipo oriental, experto en la simulación y en el ataque sorpresa. Todo es verdad y todo es artificio en esta historia de guerreros nómadas, como es artificio el rostro de esa geisha de quien Zatoichi intuye el sexo verdadero, por una inclinación en la voz, o una vacilación en el paso, que sólo él percibe. Takeshi Kitano en su mejor momento.
Zatoichi se exhibe únicamente en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 16:30, 18:45 y 21 horas.