Cuando el Congreso votó, las calles y los cuarteles ya habían echado al presidente
Sellaron los militares ecuatorianos el destino final de Lucio Gutiérrez
Al alto mando castrense le disgustaba recibir órdenes de un cholo, por eso apoyó la destitución
El martes, los partidos Socialcristiano, Izquierda Democrática y Pachakutik se repartirán el poder
Ampliar la imagen Un manifestante ecuatoriano lanza su playera en llamas al interior de la residencia del embajador de Brasil en Quito FOTO Ap
Quito, 23 de abril. Fueron 10 minutos. Cuando las calles de esta ciudad ardían, una mayoría armada destituyó dificultosamente en el Congreso al presidente Lucio Gutiérrez. Los diputados actuaron empujados por miles de personas que en las calles exigían la salida del mandatario, y también la de ellos.
Pero también lo hicieron confiados en una decisión que ese miércoles 20 de abril se había anunciado 10 minutos antes: las fuerzas armadas retiraban su respaldo a Gutiérrez.
En realidad, el coronel Gutiérrez nunca agradó a los altos mandos, aunque fue uno de los suyos. Celosos de las jerarquías, a los generales nunca les fue cómodo recibir órdenes de un coronel.
El análisis corre a cargo de Luis Eladio Proanio, profesor de las academias militares a lo largo de 25 años y asesor de tres ministros de Defensa y de un jefe del comando conjunto de las fuerzas armadas, quien desmenuza el papel de los militares en la crisis política ecuatoriana.
Además de su condición de ex coronel, Gutiérrez favoreció con nombramientos a miembros de su generación y echó fuera a muchos generales. Pedía y volvía pedir ternas, nombraba comandantes sólo para destituirlos rápidamente.
Con todo, sólo la aviación y la marina nunca lo vieron bien, porque el ejército siempre estuvo dividido respecto de él.
Proanio dice que una razón del apoyo, sobre todo entre oficiales jóvenes, fue la batalla frontal que Gutiérrez sostuvo un tiempo contra León Febres Cordero, el socialcristiano que encarna a la clase política tradicional y a la oligarquía costeña. "Los jóvenes oficiales me decían: "Este sí tiene huevos".
Febres Cordero le echó una manito cuando declaró: "A ese indio de Tena lo voy a meter a la cárcel cuando salga de la presidencia". Esa expresión hizo que militares jóvenes, "que se sienten cholos", se identificaran con Gutiérrez.
Antes de la crisis que lo arrastró al exilio, Lucio Gutiérrez sentía seguro el respaldo del ejército, al punto de que llegó a decir a uno de sus cercanos: "Si la cosa se pone peor, doy un golpe y ya".
Pero desde diciembre se sucedieron los errores del presidente. Sumó sus votos a una mayoría que metió mano en el Poder Judicial, pero se apresuró en las negociaciones y en el reparto de jueces no se quedó con ninguno.
Luego de que la nueva Corte Suprema de Justicia facilitó el regreso del ex presidente Abdalá Bucaram, acusado de corrupción, con lo que arrancaron las protestas, Gutiérrez anunció la disolución de ese órgano judicial e instauró el estado de excepción.
Los militares, "que en los últimos años han perdido prestigio y no quieren perder más", dijo Proanio, decidieron no acompañar más al presidente. Los generales decían: "Si entramos vamos a tener que dar bala". Y no quisieron.
Una fuente vinculada al ejército aseguró que, además, Gutiérrez declaró el estado de excepción sin consultar a las fuerzas armadas.
Tras el enfrentamiento público con Febres Cordero, dijo Proanio, Gutiérrez subió de 25 a 36 por ciento en la aprobación ciudadana.
"Ningún presidente había tenido ese porcentaje luego de dos años en el poder. ¿Cómo se comió todo eso? No fue capaz de administrar esa victoria", apuntó.
"Está caído"
El comandante Luis Aguas convocó a la reunión a las 6:30 de la mañana del miércoles 20. El alto mando en pleno. Las crónicas de la prensa local dicen que la noticia llegó al Palacio de Carondelet poco antes del mediodía. "Está caído", decían los militares que custodiaban la sede presidencial.
Diez minutos antes de que 60 diputados votaran la destitución, el jefe del comando conjunto, vicealmirante Víctor H. Rosero, informó que las fuerzas armadas habían tomado "la dura decisión de retirar el apoyo al presidente Gutiérrez, a fin de que el país retorne a un ambiente de paz".
A la una y media de la tarde los 60 diputados -de un total de 100- formalizaron una destitución que ya había sucedido en las calles y en los cuarteles.
Pero en realidad la suerte de Gutiérrez se había sellado muy de mañana, cuando el comando conjunto impidió la entrada de Nelson Herrera, ministro de Defensa, a la reunión, según una fuente militar.
La decisión no fue sencilla. El jefe de la marina estaba reunido con Gutiérrez, pero en solitario. Al final el oficial se plegó a la opinión del resto de los mandos de la armada, que estaban por la salida del ex coronel.
En el ejército había división. Las fuerzas especiales respaldaban a Gutiérrez, contra la opinión de los demás cuerpos. Al final, se pusieron de acuerdo sobre Gutiérrez, pero tardaron en expresar, con hechos, su respaldo al nuevo presidente, Alfredo Palacio.
Para que no queden dudas de quién daba la bendición, apenas logró salir del edificio donde los manifestantes lo tenían atrapado, Palacio se fue de inmediato al Ministerio de Defensa.
La purga en el Congreso y el futuro de los forajidos
Algunas incógnitas se resolverán el próximo martes, cuando sesione el Parlamento ecuatoriano. Hace un par de días, los congresistas dejaron correr la especie de que sesionarían en Guayaquil, en la costa, para estar a salvo de los serranos forajidos de Quito.
El ex presidente Febres Cordero anunció que sus diputados y los demás sesionarán en la capital, y exigió garantías a Palacio.
En la sesión, los que protagonizaron la votación que sacó a Gutiérrez del poder, los partidos Socialcristiano -de Febres Cordero-, Izquierda Democrática y el indígena Pachakutik, entre otros, harán un nuevo reparto del pastel.
El presidente Palacio y diputados de la nueva mayoría la denominan "autodepuración" del Congreso. Pero es más bien una purga, pues la nueva mayoría votaría la destitución de los legisladores que han abandonado sus partidos de origen para hacerse "independientes", una veintena.
La suma de la mayoría de esos diputados le permitió al depuesto Gutiérrez aprobar sus polémicas reformas al aparato judicial.
Ya con esa garantía en el Congreso, los vencedores darían marcha atrás a los cambios que Gutiérrez hizo en el aparato judicial.
La "autodepuración" del Congreso tiene un objetivo mayor: evitar que los partidos aliados de Gutiérrez vuelvan a formar una mayoría, como ya ha ocurrido.
Los suplentes de los diputados destituidos serían llamados y de ese modo un miembro de Izquierda Democrática, fuerza que regresaría a tener 15 legisladores, ocuparía la presidencia del Congreso.
"Quieren engañar a la gente -dice Proanio-, hacerle creer que ya han corrido a los indeseables para que la gente los deje en paz".
Presencia que indigesta
A esos políticos que quieren que la gente los deje en paz, les sigue molestando que la estancia del depuesto presidente en la embajada de Brasil se prolongue. Sobre todo porque Gutiérrez ya lanzó un mensaje desde su refugio.
"Sigo siendo el presidente de Ecuador. Estoy con la conciencia tranquila de que he hecho las cosas con honestidad, porque los políticos de siempre, la oligarquía ecuatoriana, no quieren que se despoliticen las cortes", dijo.
La gente, los que exigen "que se vayan todos", ¿quedará satisfecha con la salida de Gutiérrez y la "autodepuración?" Es el otro tema de los días venideros: saber si la rebelión de los forajidos" permanece o si fue flor de ocho días.
Por lo pronto, en la tarde lluviosa, fuera de la embajada brasilera sólo había 30 periodistas, 40 manifestantes y 60 policías. Mala señal. Pero no sería la primera vez que los forajidos se multiplican.