Intenta el nuevo gobierno mostrar que hay normalidad; repudio popular contra Brasil
La revolución rosa ecuatoriana enfila sus baterías contra la OEA
Enojo en Quito por la decisión del organismo interamericano de postergar análisis de la situación
"¡Que se vayan todos!", es el grito que se continúa escuchando en los barrios de la clase media
Ampliar la imagen Pintas en Quito que piden a Lula no d�efugio al defenestrado presidente FOTO Ap
Quito, 22 de abril. Las baterías de la revolución rosa de la clase media ecuatoriana se enfilaron este día contra la Organización de Estados Americanos (OEA), en una jornada marcada por los rumores y los afanes del nuevo gobierno y los partidos políticos apoyados por los principales medios de comunicación de mostrar que todo ha vuelto a la normalidad, pese a que el ex presidente Lucio Gutiérrez continúa en este país refugiado en la embajada de Brasil, permanentemente vigilada por sus adversarios.
La decisión de la OEA de posponer el análisis de la situación ecuatoriana fue el tema principal en la elite política.
El nuevo gobierno ecuatoriano, por conducto del canciller Antonio Parra Gil, calificó de "desconcertante" la resolución, sobre todo porque la OEA "no actuó" cuando Gutiérrez realizó cambios en el aparato de justicia que fueron considerados ilegales por la oposición.
El Centro Carter, que fue "coadyuvante" en el conflicto venezolano en el cual se invocó, como ahora, la Carta Democrática Interamericana, vigente desde 2000, se sumó a esa extrañeza.
A los manifestantes reunidos desde hace dos días frente a la embajada de Brasil no les cayó nada bien la declaración del canciller Celso Amorim: "La salida de Gutiérrez no ocurrió de acuerdo con las normas constitucionales".
En los círculos contrarios al ex presidente se dice que la razón es que Gutiérrez favoreció a empresas brasileñas con importantes contratos petroleros.
Los manifestantes reunidos frente a la sede diplomática lo tomaron jocosamente: "Si Lucio no va al penal, Brasil no va al Mundial", gritaron todo el día.
Para Brasil, la máxima amenaza es "ya no chupamos Brahma" (la cerveza de ese país). Para Estados Unidos hay lenguaje rudo en las calles como en los pasillos del poder, especialmente tras las declaraciones de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, quien sugirió elecciones anticipadas.
En Washington, la delegación ecuatoriana ante la OEA invoca la Carta Democrática Interamericana, y su cabeza, Blasco Peña Herrera, informa que el nuevo gobierno de Ecuador ha entregado el salvoconducto necesario para que Gutiérrez abandone el país.
El presidente Alfredo Palacio continuó la integración de su gabinete, incluyendo la renovación de los mandos militares.
En el afán de demostrar que la normalidad ha regresado al país, el gobierno de Quito y las televisoras se unen para pedir a la población que este sábado participe en una limpieza a fondo de la ciudad.
(En los spots que convocan, se muestran primero imágenes de las manifestaciones y luego de gente barriendo).
"Que se vayan todos"
Es el grito todavía en las paredes de esta ciudad mojada. El mismo lanzan, dos días después de la batalla campal, pequeños grupos de ciudadanos reunidos frente al palacio de gobierno, custodiado aún por militares y policías.
"Que se vayan quienes vendieron su conciencia", reta el socialcristiano León Febres Cordero, dueño de unos de los más rancios partidos políticos.
Para Febres Cordero, las protestas sólo fueron de "unos cuantos anarquistas de extrema izquierda, eso no fue el pueblo de Quito".
En el bando de la partidista izquierda tampoco ven la cosa muy diferente. Luis Villacís, diputado del Movimiento Democrático Popular, dice que ellos no tienen que irse porque le han cumplido al pueblo: "Es respetable que un sector piense así, pero nosotros no cabemos en el mismo saco de los que se vendieron".
Por lo pronto, hay expectativa por la próxima sesión plenaria del Congreso, que había sido convocada en Guayaquil para el martes, pero Febres Cordero dice que se hará en Quito y que el gobierno es responsable de garantizar la seguridad de los diputados.
"¡Que se vayan todos!" Pero "todos" es decir, la clase política de esta pequeña nación andina, siguen aquí -el edecán-presidente-dictador Lucio Gutiérrez, refugiado en la embajada del Brasil; el vicepresidente Alfredo Palacio es ahora presidente y ha demorado dos días en nombrar su gabinete; los diputados, algunos de ellos doloridos por los golpes recibidos en la candente jornada del jueves 20-, siguen en sus dos sedes.
Sólo del loco Abdalá Bucaram, el efímero ex presidente que en 1997 corrió la misma suerte de Gutiérrez, no se sabe a ciencia cierta el paradero.
"¡Que se vayan todos!", grita Jesús Valles, un artesano barbado, cuando hace una pausa en su tarea de recolectar firmas en un documento que de plano desconoce "a los tres poderes del Estado por su incapacidad, inmoralidad, corrupción y traición a la patria".
¿Y los indígenas?
"Que se vayan todos", gritan las paredes de esta ciudad mojada. "¿Y entonces quién gobernaría?", se pregunta el diputado Salvador Quishpe, del Movimiento Pachakutik, brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie).
"No, sería el caos. Vamos a resolver los asuntos pendientes del aparato de justicia, a decidir el adelanto de las elecciones, y entonces sí nos vamos", completa el legislador, con la bandera multicolor del movimiento indígena detrás de su larga cabellera trenzada.
El diputado indígena traza una agenda legislativa que arranca con la solución de pendientes del sistema judicial, incluyendo el "cese del Tribunal Constitucional", es decir, la herencia de Gutiérrez.
El movimiento indígena ecuatoriano, elogiado afuera por su madurez y fortaleza, jugó un papel determinante en la caída del presidente Jamil Mahuad y en la victoria electoral del ex coronel Gutiérrez. "Nosotros lo llevamos al poder", dice Quishpe.
Pero luego Gutiérrez se encargó de abrirle tremendos boquetes a la Conaie y su brazo político. "Su intención era destruirnos", afirma. Quishpe explica que una parte del boquete lo abrió el nombramiento de dirigentes indígenas como ministros del gobierno y la otra el flujo de recursos a las organizaciones que le eran fieles.
Algunos aquí piensan que casi consiguió destruir al movimiento indígena. Al menos lo partió. Este fin de semana, tenía previsto hacer presencia masiva en Quito. Pero la revolución rosa de la clase media se le adelantó.
"A mí -dice Quishpe a La Jornada- no me preocupa que digan 'que se vayan todos', porque nosotros no hemos cometido errores ni actos de corrupción".
Ahora, las esperanzas de los indígenas ecuatorianos están en que el nuevo Ejecutivo retome el proyecto que llevó el poder a Gutiérrez. "Nosotros seremos vigilantes". Y en esa tarea, creando órganos de vigilancia del gobierno, también andan las asambleas de la clase media en Quito.