Usted está aquí: miércoles 20 de abril de 2005 Cultura Dúctil encuentro entre McFerrin y la Filarmónica

El artista estadunidense animó a los atrilistas de la OFCM para que permitieran ''dejar ser a la música''

Dúctil encuentro entre McFerrin y la Filarmónica

ANGEL VARGAS

La pregunta de Bobby McFerrin toma por sorpresa a los músicos: ''¿Ha estado alguna vez crudo?" Tras recibir la respuesta afirmativa del tubista, le pide que toque así, entre desganado y con cierto malestar, como quien padece la resaca y enseguida improvisa con la voz el sonido desmayado que desea escuchar.

Hasta el tercer intento el citado instrumentista logra el resultado idóneo para uno de los compases más cachondos de Un americano en París, de George Gershwin. Lo hace con una sonrisa surcando el rostro, gesto que se repite en el director huésped, entre las risas del resto de los atrilistas.

Fructífero resultó el encuentro entre el multifacético artista estadunidense y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM), en su primer ensayo, ayer, de cara al concierto que ofrecerán este jueves en el teatro Metropólitan, a las 20 horas, como parte de la versión 21 del Festival de México en el Centro Histórico.

Si bien fue sólo la primera lectura de esa obra de Gershwin, lo mismo que de la Sinfonía clásica de Sergei Prokofiev, los integrantes de la agrupación capitalina calificaron a McFerrin de buen músico, ''con todo el oficio", ''muy bien preparado" y sobre todo ''un ritmo bárbaro, increíble"; ''logra centrar la atención y la disciplina de manera inmediata, que no es fácil".

Interrogados ex profeso, decidieron reservarse su opinión sobre el desempeño del cantante como director de orquesta. ''Es algo que no puede decirse tan pronto; hay que verlo en el concierto para conocer su temperamento", argumentaron.

Malabares con la batuta

La imagen de McFerrin en el podio, cuando menos en este ensayo, impacta desde su apariencia física y su vestimenta. Su larga cabellera peinada con rastas, playera de algodón negra, jeans y zapatos deportivos contrastan con el glamur, sobriedad o elegancia habituales en otros directores.

Respetuoso es el trato que da a la orquesta, comunicándose más por medio del canto que de las palabras. Emula de manera gutural el sonido y la textura que desea oír de cierto instrumento o sección, aunque hace algunas precisiones verbales.

Y así exclama de vez en vez algunos ¡yeahs! o varios ¡very good! cuando ciertos pasajes responden a su concepción sonora.

Parte del tiempo se la pasa interpretando en voz baja la obra en turno, primero la Sinfonía clásica y luego, en la segunda parte de la sesión, Un americano en París. A ellas se sumarán en el concierto las obras de Ravel: La Tombeau de Couperín y Bolero.

Sonríe y contagia a los músicos, aunque sin perder la concentración. Inclusive se da tiempo para jugar con la batuta, haciendo malabares con ella o reposándola en el oído, a la manera que algunas personas hacen con el lápiz o la pluma.

Quizá ayudado por su fisonomía, enjuta, pero atlética, McFerrin parece en ciertos momentos más bailar que dirigir. Sus brazos se extienden y contraen, mientras su cuerpo se balancea. Es una grulla negra en vuelo. ''¡Be free, freeeee!", se dirige una que otra vez a la OFCM o a una sección, animando a los músicos para que ''permitan fluir sus emociones" y ''dejar ser a la música".

 
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