ELOGIOS Y HEREJIAS
Ajustes
NO SE PUEDE decir que no de la fotografía
o de la realidad captada por la fotografía
cierta belleza se desprenda: fría la iluminación,
el marco, conformado por la umbría enredadera
y una quizá cortina que a la derecha pende. Al centro, abajo, el muerto,
de desnudas espaldas al espectador, echado
sobre la tierra de su propia sangre, sobre la luz que algo oscurece con su sombra,
sobre sus propios sueños, dormidito.
EL CLAROR DE las bermudas también manchado
de su sangre, y en dirección a lo que sería su mirada, detenida
una figura masculina, observándolo
junto a la barda que se creería de adobe, pero ha de ser de blocks,
y el vano, no es seguro, de una ventana
a cuyo borde la asimismo improbable, alucinada vela.
EN DIAGONAL DE derecha a izquierda entra
una distante, cercana luminosidad
ciertamente apacible, mas todo es apacible
en esta foto de alguien a quien se le presiente
buscando como sea un último asidero,
un a pesar de todo la belleza.
Sobre una foto de J. Guadalupe Pérez, publicada el miércoles pasado por La Jornada junto a un recuento informativo de las ejecuciones del narco en el país en lo que va del año.