Democracia a la carta
Los gobiernos de los países más ricos quieren promover la democracia por todos los rincones del mundo. Este es uno de los principios con los que el presidente Bush definió el carácter de su segundo mandato en el gobierno de Estados Unidos. Parece una verdadera obsesión crear regímenes a la imagen y semejanza de Washington o, cuando menos que le sean cómodos, si no se puede que sean dóciles.
La promoción de la democracia se ha servido de medios contrarios al fin que persigue. La imposición por la fuerza no es un método que fortalezca la legalidad y la legitimidad, que es la esencia de una sociedad en que se crean más espacios para la participación ciudadana y la expresión de las distintas partes que la conforman. Tampoco lo es el uso de formas, directas unas y otras indirectas, ya sea de presión sobre regímenes que no satisfacen las normas, o bien de complacencia con aquellos que se desvían del patrón democrático, pero que siguen siendo convenientes.
En el mundo de una sola potencia dominante, la promoción de la democracia es una forma de lo que se considera políticamente correcto. Pero la "democracia a la carta" muestra cada vez más sus contradicciones.
En América Latina los promotores externos de la democracia han encontrado que aun pueden convivir con el gobierno del presidente Lula, aunque cada vez menos con el de Hugo Chávez. A Kirchner parecen pasarle por alto muchas cosas, pues el desorden anterior sólo podía significar más pérdidas. Así que mejor es por ahora una restructuración de la deuda externa como no se había aceptado antes, o las fricciones con las empresas españolas y hasta un boicot contra la petrolera Shell por el aumento del precio de la gasolina. La ola crece, en Uruguay los socialistas ganaron con Vázquez la presidencia y en el sur del continente los chilenos hasta ya parecen conservadores. A ver qué pasa ahora en Ecuador y en Bolivia con sus grandes crisis políticas y las protestas populares.
La cruzada por la democracia es bastante selectiva. La vara con que se mide no es la misma, y eso no únicamente por un asunto de diplomacia, sino de eso que llaman la política real, que practica de modo firme y con gesto adusto la secretaria de Estado Rice.
Esto se advierte ahora en México. George Bush y Vicente Fox empezaron sus mandatos prácticamente al mismo tiempo en una doble celebración: la vuelta de los republicanos a la Casa Blanca luego de ocho años, y la entrada en Los Pinos de un presidente que no era del PRI, luego de siete décadas. Mientras que allá la fuerza del presidente se consolidó con una mayoría en el Congreso en el proceso de relección de noviembre pasado, acá la Presidencia se ha debilitado notablemente y tiene que hacer alianzas con aquéllos de quienes decía ser férrea oposición. El periodo prelectoral hace más visible las grietas.
Los intereses mexicanos en la relación con Estados Unidos no han prosperado. El empuje del Tratado de Libre Comercio es cada vez menor para crear estímulos al crecimiento, la competencia de otros países desplaza a las exportaciones mexicanas. Pero mientras tanto se ha consolidado la añeja dependencia que se mantiene con esa economía. Los trabajadores migratorios encuentran allá la ocupación que aquí no tienen y un mayor ingreso que significa remesas por más de 16 mil millones de dólares al año. El ajuste que necesariamente habrá de hacer la administración Bush para contener el déficit comercial y fiscal tendrá aquí efecto adverso. Tan sólo hay que ver lo que está sucediendo ya con las tasas de interés de los Cetes.
Como en el resto de América Latina, aquí se enfrentan cada vez más los límites de una política económica y social que no puede superar la falta de crecimiento crónico y la fuerte concentración del ingreso y la riqueza. El conflicto político está abierto y no se plantea en un entorno democrático.
Aquí se aplica también la democracia a la carta. Internamente con acciones y argumentos que no tienen credibilidad y se exhiben de manera desnuda, como ocurre con la disputa con López Obrador y otros más. Desde fuera con una mirada apenas de soslayo del gobierno estadunidense, que hasta ahora sólo ha dicho que se trata de un asunto interno.
México está demasiado cerca de Estados Unidos, responde a otros intereses. No es el Medio Oriente ni la antigua Unión Soviética. Le abastece de petróleo de manera confiable y hasta puede abrirse la explotación a la inversión extranjera.
El gobierno le es útil en varios frentes. El más reciente es el de la Organización de Estados Americanos. Ahí el ex presidente de El Salvador, avalado en principio por Washington para ser el nuevo jefe del órgano regional, declinó como un verdadero gentleman en favor de la candidatura del secretario Luis Ernesto Derbez, quien apenas un poco antes quería ser candidato a la Presidencia de México. Cualquier futuro le es igualmente luminoso. ¿Qué proyecto puede tener en ese frente el secretario a partir de la política económica y exterior que ha promovido? Va a contracorriente de lo que está pasando en varios países de América del Sur.