Congregó a más de 120 mil personas en el ''centro del corazón'' de México
Carlos Santana hizo renacer la tocada de Woodstock en el Zócalo capitalino
Navegó desde sus clásicas Samba pa ti y Oye como va, hasta el Son de la negra
Gente de Iztapalapa, Aragón, Narvarte, Neza, la Roma... todos en la Plaza de la Constitución
Ampliar la imagen Carlos Santana se hizo acompa�del mariachi Gama Mil para interpretar el Son de la negra, para recordar que sigue siendo mexicano FOTO Jos�arlo Gonz�z
De Woodstock al Zócalo de la ciudad de México, desde la calurosa tarde de agosto de 1969, a la tarde-noche del pasado viernes, Carlos Santana ha navegado en las turbulentas aguas de la música popular. El nacido en Autlán, Jalisco, hoy nacionalizado estadunidense, cumplió su sueño de presentarse en el que considera el centro del corazón de una zona del planeta que se extiende desde el sur de Argentina hasta Canadá.
A las ocho de la noche del viernes 15 de abril ya media plancha de la histórica plaza estaba ocupada por un público diverso. En los diferentes accesos, personal de seguridad revisaba las bolsas de los asistentes. Mucha banda pobre y fiel a la música de Santana fracasó en su intento de pasar sus cervezas en botes o botellas. Las tuvieron que vaciar en bolsas de plástico.
"¡Aquí traigo mi sueldo!", expresó un muchacho. Se refería a que ganaba poco. "Nos van a quitar las aguas". Mucha banda roquera, de esa de camiseta negra, darquis vendiendo sus flores, pero también familias clasemedieras y de estatus más arriba. Al frente, en primera fila, una pareja madura y con ropa de marca aguantó la presión, esa ola que llegaba desde las calles que desembocan en el Zócalo.
A las ocho y media se escuchó "¡segunda llamada!". Un reacomodo, una nueva presión para los de más adelante. Los banquitos de a 15 pesos se hicieron un estorbo. El espacio se cerró. A las nueve de la noche, en las tres pantallas, se proyectaron imágenes de los días de gloria del rock, cuando estaba en su máximo esplendor, con los hippies bailando la música de Santana en Woodstock.
Lo que se veía en la proyección se unió con la realidad: de Woodstock al Zócalo. El sonido de Jingo, la histórica rola de Santana, pasó de la película al escenario, en vivo. Una gritería reflejó la emoción, el ánimo acumulado en quienes no habían visto a su paisano en vivo, quien se da un quien vive con Hendrix y Clapton, con el panteón de los que tocan la lira como los verdaderos dioses, con estilo propio.
Santana concitó a mexicanos diversos, de todas las ideas, vestimentas, provenientes de todos los rumbos de la ciudad, algunos de Iztapalapa, otros de Aragón, de la Narvarte, de Neza, de la Roma. Jingo... "Yingo". "¡Uh!"
Aún no acababa la batucada roquera cuando subieron los vernáculos del Mariachi Gama Mil. Los músicos con sus violines y guitarrones se arrancaron cual poseídos por unos demonios pachecos. Todo es fusión y todo cabe en un jarrito. Rocanroleros y mariachis, africanos e hispanoamericanos hicieron brotar un sonido pesado. Santana, cual director de orquesta, marcaba con su batuta imaginaria algún compás.
Los Gama se soltaron con el Son de la negra, híper nacionalista, que hizo a Santana sentirse más mexicano que nunca. La imagen de la Virgen de Guadalupe en la parte posterior de su camisa redondeaba la iconología.
De su guitarra adornada simulando rayas de tigre salieron rugidos, notas a contrapunto, un universo de sonidos que dan más de tres décadas. Ya era el shamán y cuando tomó la guitarra española para interpretar el Concierto de Aranjuez el público era suyo. María María, con todo lo chévere que lo latino puede aportar. Fue un momento acústico, desenchufado.
Foo foo, de su disco Shaman. Era tal brincadera que el cemento se movía como si estuviera temblando. Aye aye aye. Un silencio... una pausa... Samba pa ti, que fue un abrazo, una ternura. El concierto llegaba a uno de sus clímax. Muchos pidieron que siguiera con Europa, que nunca tocó.
Desde Sudamérica llegó Alejandro Lerner para cantar Migra. En las pantallas las imágenes de un cielo azul, con nubes cruzando el firmamento. Es el cielo que cubre a los migrantes, a quienes van en búsqueda de trabajo. "No hay fronteras en nuestro querer", les cantan a esos amenazados por los cazamigrantes, como si fueran delincuentes.
El poder de rezar
Retoma Santana la estafeta y pronuncia que lo que la gente necesita es "compasión, compasión, compasión. La paz es posible. Tenemos la capacidad de cambiar la mente de Bush y toda la gente así. El poder de rezar puede cambiar para que haya comida gratis, sólo necesitamos una unión colectiva de conciencias, y el tiempo está maduro para tener armonía. Invito a los tres partidos -PRI, PAN y PRD- a dejar atrás sus diferencias y en vez de pelear como perros y gatos... ya lo vi la otra vez en la televisión", tal es la utopía de Santana, un deseo moral, sobre todo eso.
Añadió que para ello se tiene el apoyo de los ángeles que están alrededor. Ese es el ejército de Santana.
A las 22:30, se escuchó Mujer de magia negra, la emblemática y sensual, potente y clásica. Uno de los esplendores de un guitarrista de rock. La pegó con Oye como va. El Zócalo era una fiesta y las autoridades del gobierno de la ciudad informaban que 120 mil personas estaban en ese momento escuchando a Santana.
Se despide por primera vez. De nuevo todos a bailar con Corazón espinado. Son las 11 de la noche y el remate es con Caminos del mal. Se va el roquero entre aplausos y gritos de ¡otra, otra, otra! Dejan abierto el sonido de la guitarra. Se van Carlos y luego sus músicos en cuatro camionetas blancas. Los persiguieron corriendo varias decenas de anhelantes.
Fue Carlos Santana en concierto. ¡Ah!, Tláloc no se hizo presente. Logró su objetivo de que Quetzalcóatl mudara de piel y de que los 120 mil asistentes se despojaran de la epidermis al ritmo de rock, soul, jazz, blues y rap.