MAR DE HISTORIAS
Las Estacas
El viernes por la tarde subió Herlinda a decirme que en la mañana temprano salían para San Juan de los Lagos. Prometí vigilar su departamento mientras estuvieran de viaje y le pregunté cuándo regresarían.
El domingo, primero Dios.
Me alegré:
¡Qué bueno! Así Tatiana no perderá clases.
Herlinda me aclaró que su hija no los acompañaría.
No me extrañó. Las raras veces que salen de paseo sólo llevan a Lucio. Dejan a Tatiana en la casa haciendo la tarea. La niña anda muy mal en la escuela: no aprende porque todo se le olvida. Felipe le cuenta a quien quiere oírlo que lo tiene preocupadísimo el bajo rendimiento de su hijastra. ¡Farsante! Si de veras le importara la educación de esa criatura no le hablaría a punta de maldiciones.
Herlinda y yo nos tenemos mucha confianza, por eso me atreví a decirle lo que pensaba:
Dirá que no es mi asunto, pero me parece muy feo que la niña se quede solita tanto tiempo.
Me movió la cabeza y suspiró:
A mí también, pero no puedo hacer nada: Felipe no quiere que Tatiana nos acompañe, y cuando a él se le ocurre una idea no hay nadie en el mundo que pueda sacársela de la cabeza.
Aunque me proponga no meter mi cuchara, siempre lo hago, y más cuando se trata de algo relacionado con Tatiana:
Herlinda: ¡fájese los pantalones! Dígale a Felipe que no lo acompaña a San Juan si no invita a su hija. Total, lo único que puede pasar es que le diga que no. Por la forma en que Herlinda me miró, comprendí que mis consejos eran inútiles, pero hice otro intento para hacerla reaccionar: ¿Qué motivos tiene él para no querer que Tatiana los acompañe?
Herlinda me sonrió como si se disculpara por lo que iba a contestarme:
Felipe dice que si llevo a Tatiana de seguro le pediré a la Virgen que me la cuide, y él quiere que Nuestra Señora concentre todos sus poderes en nuestro hijo Lucio.
La ingenuidad y la mansedumbre de Herlinda me enfurecieron:
¡Ay, Dios santo! ¿Y a poco cree Felipe que en el santuario estarán ustedes solos con la Virgen? Por si no lo sabe, dígale que allá siempre hay montonales de gente que va a pedirle ayuda a Nuestra Señora y a todos les concede sus favores.
Noté que Herlinda se ponía nerviosa:
Pues sí, pero si llevo a Tatiana y después Lucio vuelve a enfermarse, Felipe es capaz de decir que es mi culpa porque distraje a la Virgen hablándole de mi niña. Y entonces sí quién sabe cómo me vaya. Oímos la puerta del zagúan: Creo que Felipe está llegando. Tengo que irme, pero antes dígame: ¿qué se le ofrece que le traiga?
Le encargué un rosario, seis pastillas de tierra de San Juan y una reliquia. No quiero esas cosas para mí, sino para dárselas a Tatiana en caso de que a sus padres no se les ocurra comprarle algún recuerdito.
Lo menos que podía hacer era corresponderle a Herlinda su amabilidad y le pregunté si no necesitaba que la ayudara con algo mientras ella estaba fuera. Por la forma en que se le iluminaron los ojos entendí que para eso había subido a verme:
Ya sé que usted siempre está ocupadísima, pero, aunque sea de pasadita, échele un ojo a mi Tatiana. Recuérdele por favor que tiene que lavar su uniforme, porque yo ya no alcancé a dejárselo limpio. Se me ha ido mucho tiempo en los preparativos, y eso que el viajecito será corto. Herlinda se interrumpió al oír los pasos de Felipe y fue a recibirlo: No pensé que llegaras tan temprano.
El quiso hacerse el chistoso:
¡Ya te caché platicando con la doñita! Me cerró un ojo: Con razón cada que llego la comida no está lista. ¿Y sabe cómo se justifica? Diciendo que se atrasó porque Lucio estuvo muy inquieto.
Herlinda soltó una carcajada pero se le notaba el miedo:
Ay, gordo, pero si acabo de subir. Nomás vine a pedirle a la señito que cuide a mi Tatiana.
Felipe se le quedó mirando como si quisiera leerle el pensamiento:
¿Y le dijiste a tu niña que tiene que avisarle a la doñita cada vez que salga?
Herlinda se puso colorada y habló de prisa:
Sí, ya está avisada, y lo entendió muy bien. Se dirigió a mí: No creo que Tatiana vaya a darle lata, ya ve que a ella no le gusta la calle, y además le dejé todo comprado: hasta unas palomitas, por si se le antojan mientras ve la tele.
Me pareció que era una buena oportunidad para abogar por Tatiana:
Pero a San Juan de los Lagos creo que sí le gustaría ir, más si no lo conoce.
Felipe me miró con ojos de pistola:
Tatiana va muy mal en la escuela. Debe quedarse a estudiar. No quiero que me la reprueben otra vez, pero ya le advertí que si me sale con lo mismo del año pasado, la pongo a trabajar. Se dio cuenta de que Herlinda iba a decir algo y le dio un empujoncito hacia el corredor: Bueno, tú, ya es mucha plática. Acuérdate que tenemos que hacer las maletas desde ahorita, porque quiero que salgamos a las seis de la mañana para llegar a buena hora.
Metí mi cuchillito de palo:
¿No se le hace muy temprano? Las mañanas han estado muy frescas, y como Lucio sigue delicadito del pulmón...
Felipe se hizo como que no oía y se adelantó por la escalera. Me quedé parada hasta que oí cerrarse la puerta del 608. Entonces se me ocurrió preguntarme qué sentiría Tatiana cuando viera los preparativos de un viaje que no iba a disfrutar.
De seguro la misma tristeza que yo había experimentado, muchos años atrás, cuando mis compañeras de sexto año dedicaron toda una semana en hacer los arreglos para ir de excursión a Las Estacas. Mientras hablaban de los trajes de baño que iban a ponerse y de los paseos que organizarían, yo iba sintiéndome más y más abandonada.
Lo peor vino después, cuando a su regreso me comentaron lo mucho que se habían divertido en el trayecto de ida y vuelta, sus aventuras por el río, sus juegos al aire libre y la maravillosa sensación de dormir, todas amontonadas, en una cabañita de madera.
Durante muchos días dedicamos los minutos de recreo a ver las fotos que había tomado la maestra Blanquita. Una y otra vez tuve que celebrarlas, hacer bromas, reírme por el aspecto de mis compañeras en traje de baño.
La profesora me oía comentar con tanto entusiasmo que decidió regalarme una copia de la foto donde aparecían todas mis condiscípulas del 6º C. En el reverso, bajo la frase "Recuerdo del viaje a Las Estacas", escribieron sus nombres por orden alfabético.
Llevaba años sin pensar en aquel momento de mi vida y me sorprendió que la sensación de abandono permaneciera tan viva. Tal vez habría sido distinto si a alguna de mis amigas se le hubiera ocurrido decir: "Te extrañamos mucho, ojalá hubieras venido con nosotras".
Pero nadie dijo nada, ni siquiera yo cuando mi madre -apenada de retenerme a su lado para que la auxiliara en su enfermedad- me preguntó si de veras no me había molestado quedarme a cuidarla mientras mis compañeras habían ido de excursión. Por supuesto contesté que no.
Imaginé a Tatiana adulta recordando, como yo ahora, el viaje de sus padres y de Lucio a San Juan de los Lagos. De pensar lo que sentirá me estremecí. Cerré los ojos y le imploré a Dios que le conserve su mala memoria.