Usted está aquí: domingo 17 de abril de 2005 Opinión Desafuero: la conquista y las hipótesis

Guillermo Almeyra/ y II

Desafuero: la conquista y las hipótesis

En el artículo anterior destacaba el carácter de golpe de Estado preventivo que tuvo el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Y subrayaba también que era un atentado mortal contra los derechos políticos de todos los mexicanos, para cerrarles el camino de las urnas a quienes busquen opciones políticas que se separen de las que quiere imponer la reducida oligarquía de agentes de las trasnacionales, grandes empresarios agrícolas e industriales y banqueros, que ocupa el poder económico y estatal. Esta gente quiere retrotraer a México a una etapa anterior a la Revolución mexicana y, con su ley Abascal, acabar con las conquistas legales laborales que imperan desde 1917. También sostenía que, además del vasto movimiento legal, electoralista y democrático contra el desafuero, antes de éste y junto a éste existe un movimiento social que hasta ahora ha tenido sus expresiones en el levantamiento de enero de 1994 en Chiapas, en el desarrollo de la autonomía en varias regiones indígenas en todo el país, en la movilización campesina canalizada entonces (y descarrilada) por El campo no aguanta más, con el apoyo de sindicatos obreros, en la creación del diálogo nacional, con eje en los sindicatos no oficialistas y más o menos democráticos, pero apoyado por organizaciones campesinas, sectores estudiantiles, intelectuales y de la Iglesia.

Independientemente de que ningún movimiento nace puro, totalmente desprendido de los límites que le impone el pasado y, por lo tanto, en todos esos movimientos pesa mucho una visión aparatista y, en las autonomías, una visión localista que les impide extenderse, estamos en los hechos ante la búsqueda de un nuevo proyecto de país, basado en las movilizaciones y en la lucha más que en el electoralismo y el institucionalismo (que siguen, sin embargo, presentes), ante la creación de relaciones de poder desde la base frente al aparato político estatal (incluyendo los partidos, aunque en condiciones electorales se pueda recurrir a sus siglas para conquistar posiciones), y ante la búsqueda de imponer un programa también de hecho directamente, conquistando el espacio público. A la movilización detrás de López Obrador se sobrepone (mezclada con ella) la que se hace por reivindicaciones gremiales, sindicales, sociales y políticas. Y se constituye un frente nacional por encima de las diferencias entre los sectores y organizaciones, tratando de encontrar lo que une, tendiendo a superar los viejos sectarismos.

En el artículo del domingo 10 de abril formulaba algunos escenarios posibles (que llamaba hipótesis); agrego ahora otros dos.

1) El gobierno y la oligarquía, en su desprecio absoluto por la gente común, creen que la protesta y la resistencia durarán poco y después habrá resignación. Por eso intentan asestar nuevos golpes (proceso y eventual encarcelamiento de Andrés Manuel López Obrador, aprobación de la modificación de la Ley Federal del Trabajo, robo a los pensionados), para aprovechar la coyuntura y la desorganización (todavía) del frente de resistencia y atemorizar a la dirección del PRD, al propio López Obrador y a los que en el PRI y el PAN quieran separarse de esta política suicida. Si la protesta y la movilización no crecen -como pienso, en cambio, que lo harán-, tendrán que recurrir al clásico arsenal de la represión (encarcelamientos, atentados selectivos, espionaje y provocación, nuevas violaciones de la legalidad), porque sin consenso y con los aparatos de mediación debilitados (PRI-PAN, pero también PRD, que sufre gran presión de sus bases), no pueden gobernar. Si López Obrador, desde la cárcel, hace su campaña electoral (que empezó en el propio Congreso, la mejor tribuna), podrían no excluir su amordazamiento y, en el peor de los casos, ni siquiera la "solución Colosio" o la "solución Madero y Pino Suárez" que esa gente lleva en la sangre. Así arrojarían gasolina al fuego y precipitarían también una crisis económica cuyos componentes están presentes hace rato, y alentarían la fuga de capitales y fracturas en los medios empresariales y en el PRI-PAN (por eso el PRD tiene, entre otros motivos, a Camacho, Socorro Díaz, Monreal y Cota como señuelos para futuras fugas priístas).

2) Lo esencial, ahora, es tomar el ejemplo del Frente Amplio uruguayo, en el cual militan diversas tendencias políticas y organizaciones sociales; tomar el ejemplo boliviano, en el que obreros y campesinos, estudiantes y vecinos, aymaras, quechuas y guaraníes subordinan sus diferencias y prejuicios a la búsqueda de un objetivo común nacional, antimperialista, agrarista. El diálogo nacional, si se dejasen de lado los sectarismos "apoliticistas", podría ser el eje de un movimiento de movimientos -obreros, campesinos, indígenas, democráticos-, y el primero de mayo podría darle impulso. La lucha política, quedando siempre en el terreno pacífico, cobraría otro carácter que el meramente electoral y pasaría a las calles, con manifestaciones, sentadas, cacerolazos, asambleas barriales, constitución de comités, paros parciales. México daría un nuevo paso para tratar de sudamericanizarse, de ponerse en la onda de la Hora de los Pueblos, si se constituyese un amplio frente nacional de defensa de la democracia, los derechos sociales e indígenas y los recursos energéticos, basado en los movimientos y que se oponga no sólo al desafuero de López Obrador, sino a todas las políticas neoliberales.

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