Los principios y la política
Ampliar la imagen Imagen del Caudillo del Sur, Fototeca Nacional del INAH FOTO Hugo Brehme
Anenecuilco, 10 de abril de 2005. Estuve el jueves 7 en el Zócalo, junto a más de 400 mil ciudadanos del Distrito Federal y de otras partes del país (hecho masivo, histórico e impresionante que no pude ver por televisión: la mentira injusta de la mediocracia -que despierta indignación justa en el televidente- es también dejar de pasar imágenes significativas, y atosigar con imágenes que intentan ocultar el sol de la historia de un pueblo con un dedo). Hoy quiero meditar en el silencio acogedor, junto a las paredes semiderruidas de la casa de adobe en la que nació aquel campesino empecinado que se llamaba Emiliano Zapata Salazar, con héroes populares por parte de padre y de madre, que vino a la luz del día en esta comunidad, un calpulli de tlahuicas desde los tiempos de Xólotl, que poco después (desde 1437 aproximadamente), con códices en mano, se habían opuesto a la ocupación de sus tierras por los aztecas. Siete siglos de resistencia en defensa de sus tierras, ante los nombrados aztecas, los encomenderos españoles, los terratenientes liberales, los hacendados porfiristas; defensa... de la Madre Tierra, Tonanzintla, nuestra madrecita la Virgen de Guadalupe, única bandera del movimiento zapatista, que como estandarte portaban a caballo aquellos héroes al ocupar una iglesia en Cuernavaca (como consta en fotos de época): "La tierra para los que la trabajan con sus manos", reza el lema en el lugar de su nacimiento, humilde, pobre, honesto, sin riquezas como las de los hacendados robadas a los campesinos, cerca del río Ayala, profundo, donde debió solazarse como niño en días tan tórridos como los de este abril.
Cuenta una anécdota que Eufemio, el hermano de Emiliano, cuando los zapatistas ocuparon el palacio presidencial mexicano pidió que le fuera entregada la silla presidencial para quemarla, exclamando: "¡Es que esa silla está embrujada, cuanto hombre se sienta en ella se vuelve malo!" Pareciera un presagio de los últimos decenios. Emiliano, por el contrario, sin silla alguna (fuera de la que ponía para montar su caballo), nunca perdió el rumbo, ya que tenía principios normativos incorruptibles, inflexibles, que como una brújula le permitían no perderse en el laberinto indecidible de la política e iluminaban su estrategia hegemónica entre las comunidades campesinas que conducía. Era un campesino entre tantos, pero supo oponerse a tres presidentes, a los que respetó hasta que perdieron el rumbo (trazado por los principios de Emiliano), y fueron nada menos que Madero, Huerta y Carranza. Los presidentes eran medidos en su praxis por la conciencia normativo-política del Caudillo del Sur; poseía una recta vara, pulida por siete siglos de lucha: "¡La tierra para los que la trabajan!" Cuando los presidentes se corrompían, Emiliano los juzgaba inmediata y certeramente, sin contemplaciones.
En el Plan de Ayala, punto 15, podemos leer: "Mexicanos: considerad que la astucia y mala fe de un hombre está derramando sangre de una manera escandalosa por ser incapaz de gobernar; considerad que su sistema de gobierno está agarrotando a la patria y hollando con la fuerza bruta de las bayonetas nuestras instituciones; y así como nuestras armas las levantamos para elevarlo al poder, las volveremos contra él por falta de sus compromisos con el pueblo mexicano y haber traicionado la Revolución iniciada por él; no somos personalistas, ¡somos partidarios de los principios y no de los hombres!" (Ayala, 25 de noviembre de 1911). ¡La política tiene principios normativos!
Antes de comenzar su lucha Emiliano tenía bien claros los principios que lo motivaban. Por ello tuvo el mayor cuidado de dejar en lugar seguro las pruebas del fundamento de su lucha: "Antes de salir Zapata de Anenecuilco -nos dice Jesús Sotelo Inclán-, ya dispuesto para lanzarse a la Revolución a jugarse el todo por el todo en una carta arriesgada, escondió los documentos del pueblo, enterrándolos con su caja de hoja de lata, al pie de la escalera que lleva al coro y a la altura de la iglesia. Allí quedaban enterradas la raíz y la razón que lo impulsaban, su infinita verdad, la historia de su pueblo y la prehistoria de su vida". Lucharía por la antigua tradición de su calpulli, por las tierras de sus comunidad robadas por los ingenios y las haciendas; lucharía por su Madre, Tonanzin, Guadalupe...
Para Zapata la política era simple, era un compromiso en el que arriesgaba su vida hasta la muerte con la gente de su comunidad, por lo que a ellos les interesaba: a) para permanecer y acrecentar sus vidas (sus tierras), b) para participar igualitariamente en las decisiones (siempre vueltas en su contra por los jueces, las autoridades y los hacendados), c) gracias a los medios eficaces usados estratégicamente (que después de siglos de paciencia debieron ser algo más contundentes, desde el día que honestamente mostraron desafiantes armas a la comunidad de Ayala para que dejaran de cultivar las tierras de Anenecuilco, que el hacendado les había atribuido a los de Ayala para crear enemistades entre ellos). La vida, la consensualidad y la eficacia eran los principios de Emiliano en torno a un lema que los reunía: "¡La tierra [que da el alimento y el sustento para la vida] para los que la trabajan!" [la comunidad simétrica], y como imperativo, es decir, desde la voluntad de usar todos los medios honestos pero eficaces (que en aquel caso límite fueron los mismos que le tocó empuñar a Hidalgo) para conseguirlo.
Emiliano sabía que el punto de vista de los oprimidos y excluidos era la verdad de su causa (y la no-verdad, diría Adorno, del sistema mexicano de su época, como ahora también); era el punto de partida y de llegada de sus luchas. Nunca los traicionó; nunca negoció con los dominadores; tenía un instinto certero de justicia de "los de abajo".
Cuando mataron cobardemente a Emiliano, lo expusieron durante días (como a Hidalgo) en la cercana Cuautla para que se constatara públicamente que había muerto realmente. "Una caravana interminable de campesinos, llegados de todos los pueblos del estado de Morelos, desfiló ante el féretro, calladamente y con lágrimas en los ojos" -escribe un autor-. Pero de inmediato el imaginario popular lanzó a rodar la tradición que no era Miliano el allí expuesto, que no tenía grabada en su pecho una manita conocida de nacimiento. "Dicen que lo vieron por el rumbo de Chinameca, que anoche lo vieron a caballo, que está yendo a Guerrero. Miliano se fue con un compadre, pero va a regresar el día menos pensado..."
Y ciertamente vuelve, como el "Tata" totémico de los tarascos, que reapareció en el "Tata Vasco de Quiroga", y siglos después en el "Tata Lázaro"... Zapata anda rondando por algún lugar de Morelos, por Chiapas, entre los pobres del Distrito Federal... Renace en los que sufren, y en los que dicen "¡basta!" a su sufrimiento... Renace ciertamente como el sol, Huitzilopochtli, que resucita cada día, aunque tenga que luchar nuevamente contra sus 400 hermanos... ¡La esperanza es más fuerte que la muerte!, nos enseña Ernst Bloch, y Jeremías lo profundiza: "¡El amor es más fuerte que la muerte!"
El pueblo sufriente sabe esperar, sabe luchar y sabe vencer... porque sabe amar a los suyos y a los que se juegan por ellos. Estamos en tiempos políticos fuertes para espíritus tercos y justos como Emiliano. ¡Lo importante son los principios y no las personas...! Pero sin los Emilianos, los que "mandan obedeciendo" (la potestas), los principios se evaporan, no reaparecen en el imaginario popular, no se mueve el poder que se construye desde abajo, la potentia (diría el sefardita de origen español Spinoza)... que todos la constituyen, pero que antes deben saber destruir lo antiguo cuando se corrompe... como ante los Madero, Huerta o Carranza -marcando las diferencias del caso-. "¡No se puede poner vino nuevo en odres viejos!"
* Filósofo