Apoteósica recepción en Smara a la canciller Nkosazana Clarice Dlamini Zuma
Pide Sudáfrica a la ONU hacer cumplir la vía de solución política en Sáhara Occidental
Que se acaten diversas resoluciones que el gobierno marroquí ha desoído, exige Pretoria
Ampliar la imagen Imagen de archivo de la wilaya de Dajla, en la Rep�a Arabe Saharau�emocr�ca FOTO Duilio Rodriguez
Smara, Campamentos de Refugiados del Sahara, Argelia, 13 de abril. Hace dos años se registró la última lluvia en esta región del desierto sahariano, donde se ubican los campamentos de refugiados de los saharauíes expulsados hace 30 años por el ejército de Marruecos. También hace dos años, se recuerda la última visita de Estado de un alto dignatario extranjero a este territorio del exilio, cuando el presidente de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, acudió a esta zona alejada 2 mil kilómetros de su capital y cedida tres décadas atrás a un pueblo en fuga.
Ese jueves no llovió pero llegó, desde el extremo sur del continente y en medio del júbilo popular, una visitante, la ministra de Relaciones Exteriores de Sudáfrica, Nkosazana Clarice Dlamini Zuma, y una pequeña comitiva en representación del gobierno del presidente Tabo M'Beki.
Para la prolongada sequía de gestos concretos de apoyo y de reconocimiento de la comunidad internacional para la República Arabe Saharahuí Democrática (RASD), la llegada de Dlamini fue más apreciada que el agua porque su estadía -breve, de apenas unas cuantas horas- significó un inequívoco y urgente llamado de Pretoria, gobierno que ejerce enorme peso en la Organización de Unidad Africana (OUA), a reconocer el derecho a la autodeterminación saharahuí y la exigencia del cumplimiento de diversas resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que Marruecos ha desoído.
Dlamini, dirigente histórica del Congreso Nacional Africano (quien en su momento también vivió un exilio, pero de casi tres décadas, a quien se le menciona como posible candidata a suceder en la presidencia a M'Beki), llegó en un momento delicado y tenso para este pueblo que -pese a su prolongada lucha, primero contra la colonia española y después contra el colonialismo marroquí- todavía no alcanza su derecho a tener una patria propia.
Dentro de tres semanas se cumple el último plazo previsto por el llamado Plan Baker de la ONU para que el gobierno de Rabat acepte la realización de un referendo tanto en zonas ocupadas como en los campamentos, para que los saharauíes decidan su destino. El rey marroquí, Mohammed VI, ha advertido en todos los tonos que no lo aceptará y pretende iniciar un nuevo proceso de negociación, desconociendo todo lo acordado de 1991 a la fecha.
También finaliza el plazo para el mantenimiento de los cascos azules de la misión de la ONU. Se espera que el Consejo de Seguridad del organismo mundial renueve ese mandato, aunque desde el punto de vista saharauí su presencia, que ha costado ya 600 millones de dólares desde su llegada, ha servido de poco.
Pero todavía más riesgoso, también vence el plazo establecido para la ayuda humanitaria de la cual los poco menos de 200 mil saharahuíes dependen totalmente para su sobreviviencia en ésta la región más inhóspita del planeta. Se confía en que no ocurra, "pero si lo anterior llegara a suceder -advierte el gobernador de Smara, ex primer ministro- significaría la reanudación del conflicto, algo que nadie quiere, empezando por nosotros".
A su arribo al aeropuerto de Tindouf, la última población en el extremo oeste de Argelia, la canciller sudafricana fue trasladada a Smara, el campamento más cercano, que pese al persistente sirocco le presentó sus mejores galas: honores militares y una valla de cerca de 3 mil niños y mujeres que la siguieron por todos lados con los tradicionales gritos de alegría.
En su discurso ante ministros, dirigentes del Frente Polisario (el partido político dirigente) y representantes de todos los sectores que constituyen la bien estructurada sociedad saharahuí, la ministra de Relaciones Exteriores advirtió a la ONU que es hora de que ponga todo el peso de su voluntad política para hacer cumplir la vía de solución política para Sáhara Occidental. Su gobierno, aseguró, está dispuesto a hacer todo lo necesario para lograrlo.
"Pero Sudáfrica no puede lograr nada solo, sin el concurso de la OUA y la ONU. También América Latina tiene que trabajar porque el derecho a la autodeterminación de los pueblos sea una realidad", dijo.
Poco antes, el presidente de la RASD, Mohammed Abdelaziz, había insistido en que ninguna nación debe "tomar a la ligera" las resoluciones de la ONU, y reconoció a Sudáfrica como un "referente mundial" por su defensa de los valores de la descolonización, la soberanía, la reconciliación nacional y la generosidad.
Clarece Dlamini, vitoreada constantemente por la multitud, deslizó una velada crítica contra los dirigentes de la ONU. Reconoció que cuando finalmente el Congreso Nacional Africano logró la disolución del régimen del apartheid, el nuevo gobierno quiso reconocer de inmediato a la RASD, "pero nuestros amigos en la ONU nos sugirieron esperar" ya que habría pronto un acuerdo de paz.
Tal acuerdo se firmó en 1999, pero muy lejos de los seis meses de plazo fijado para su cumplimiento, han pasado seis años y los saharahuíes siguen viviendo en los campamentos de refugiados.
Cuando el ex canciller estadunidense James Baker, ahora delegado para el Sáhara del secretario general de la ONU, Kofi Annan, renunció a la Comisión de Paz convencido de que Rabat nunca cumpliría con sus compromisos, Sudáfrica comprendió que había llegado la hora: no sólo reconoció oficialmente al gobierno de la RASD sino que se convirtió, después de Argelia, en su aliado más firme. Y hoy cumplió aquí su primera visita oficial.