Usted está aquí: martes 12 de abril de 2005 Opinión Pedro Coronel reaparece

Teresa del Conde/ I

Pedro Coronel reaparece

En el Museo de Arte Moderno (MAM) se inauguró una retrospectiva antológica del pintor zacatecano, quien el 23 de mayo cumplirá 20 años de haber fallecido. A diferencia de su hermano menor, Rafael (quien vive en Cuernavaca y afortunadamente goza de cabal salud), en vida, la obra de Pedro no ocupó con frecuencia los espacios de este museo y de hecho la única individual que se le registra allí data de los tiempos de doña Carmen Barreda, primera directora y fundadora del recinto.

Desde este ángulo, Pedro tuvo mala suerte porque el libro conmemorativo publicado por el MAM en 1989, bajo la gestión de Luis Ortiz Macedo, reproduce de cabeza una de las pocas obras suyas pertenecientes al acervo: El advenimiento de ella, de 1959, obra expuesta al lado de otra del mismo año, que desde mi punto de vista es mejor debido en parte a su paleta sombría y vibrante a la vez. De hecho es una de las piezas relevantes de la muestra. Lleva como título Palabra de piedra.

La contrapartida cromática de esta composición está representada por las piezas orquestadas en rojo con toques complementarios, dos de las cuales pertenecen a la colección de Martín Coronel, hijo del pintor y cocurador de la exposición junto con Luis-Martín Lozano. Una de ellas, los pájaros que se devoran entre sí, hace pensar en Tamayo, pintor a quien Pedro veneraba al grado de que le dedicó una exposición completa que tuvo lugar en la Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes.

No es del todo imposible que cuando Tamayo bocetó el mural de Antropología, orientado hacia el auditorio Torres Bodet, haya tenido en mente el Canto sumergido de su joven colega zacatecano, que tiene como tema la sempinterna serpiente. Yo debo reconocer que -al lado de Tamayo en determinadas ocasiones, no reiteradas como sucede con Pedro- quien mejor traspuso elementos prehispánicos sin asomo de arqueologismo a pinturas y esculturas en el arte mexicano de la segunda mitad del siglo, es Pedro Coronel.

Se dirá que me olvido de Francisco Toledo, pero él encarna un fenómeno totalmente distinto, es mucho más lineal que pictórico, ya se trate de grabados, dibujos, cerámicas o inclusive pinturas.

Coronel es colorista propositivo, satura sus áreas y avanza contrastes audaces, a veces estridentes, sin timidez alguna y la mayoría de las veces con gran acierto, cosa contraria a lo que sucede con la pléyade de pintores mal llamados ''coloristas". Pedro analiza exclusivamente motivos ornamentales como grecas, pastillaje, rondanas, sellos, vírgulas, elementos aislados de códices o de decoraciones arquitectónicas. Los títulos son congruentes con la veneración al mundo antiguo.

Muy adecuadamente, y de manera sobria, la exposición se abre en la sala Pellicer, que suele o solía albergar casi siempre una selección rotativa de la colección permanente, cosa que pretendía (y con frecuencia lograba) situar en contexto las aportaciones individuales de los artistas merecedores del One man -or woman- show. Como quiera que sea ahora esta sala le está dedicada y es correcto que así suceda, dada su estatura, el tiempo transcurrido desde que no se ve un buen conjunto de obra suya, así como el número y variedad de piezas reunidas, entregando puntos básicos de su quehacer.

La muestra abre con el nombre del artista, la palabra ''retrospectiva" como único título (cosa que me pareció un acierto) y sus fechas de nacimiento y muerte. Los caracteres se destacan sobre el soporte rojo integrado por tres grandes mamparas en escuadra. La reverberación del color crea atmósfera adecuada para lo que uno va a ver, a lo que contribuye la iluminación del recinto.

El Pedro Coronel que traemos fijo en la memoria visual, tardó en mostrarse como tal, aunque ciertos rasgos que le fueron inherentes pueden percibirse en obras tempranas. La primera pieza con la que se topa el espectador es una hermosa escultura tallada en cantera, Venus mexica, fechada por los curadores en 1949, cuando el artista tenía 27 años. Suscita evocaciones de Picasso y a la vez de Manuel Rodríguez Lozano. En realidad todas las esculturas exhibidas, excepto las mayormente tardías talladas en ónix, que son algo kitsch, resultan de primera, especialmente los tres cráneos y la hermosísima Luna (colección Rafael Coronel) colocada precisamente junto a una de las dos pinturas más chocantes de toda la muestra: Año uno luna (1969) que en cuanto a chabacanería sólo se equipara a otra pieza desafortunada: Mujer caracol (1970) que pertenece a las colecciones del Museo Pedro Coronel en Zacatecas.

 
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