El tercer elemento
Después de que la Cámara de Diputados votó por el desafuero del jefe del Gobierno del Distrito Federal, el asunto pasa íntegramente al terreno de las leyes. Cuando uno se pregunta si algo ha cambiado en México desde las elecciones del año 2000, es necesario examinar por separado las modificaciones que se han producido entre los poderes de la unión. El Poder Judicial muestra que es el sector en el que menos variaciones se han producido, a pesar de que, como ocurre ahora, en la certeza de sus decisiones radican las posibilidades de paz social.
Se puede reconocer que el país ha cambiado en algunos aspectos importantes. El Presidente de la República ya no tiene el mismo poder que en el pasado, pues no domina totalmente al Congreso, como ocurría durante los gobiernos priístas. Esto se demuestra, por ejemplo, con las dificultades del Ejecutivo para sacar adelante las llamadas reformas estructurales.
También ha cambiado el Poder Legislativo, compuesto por diputados de diferentes filiaciones ideológicas y por personalidades con una gran capacidad intelectual. Aquí el cambio ha sido parcial, pues algunas fracciones parlamentarias, como la del PRI, nos muestran que algunos diputados siguen atados a viejas prácticas, como las trampas y la servidumbre. Pero también el Congreso nos hace sentir por momentos algo novedoso: el respeto y la admiración por algunos de sus integrantes. Durante la sesión en la que se consumó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, me pareció admirable el papel desempeñado por los diputados del Partido de la Revolución Democrática, con una actitud de elevada calidad intelectual y moral de, por ejemplo, Diana Bernal o Pablo Gómez. Respecto al PAN, podemos remitirnos a las imágenes grotescas de Juan de Dios Castro o Federico Döring. Como quiera que sea, el Congreso ha cambiado, y para llegar a acuerdos se requiere de una nueva cultura parlamentaria, que es distinta a la simple voluntad del Presidente de la República.
Hay, sin embargo, algo que hasta ahora no ha cambiado. El tercer elemento dentro de los poderes de la unión. Sorprende que haya quienes se alarman cuando se cuestiona al Poder Judicial, como si fuera intocable, cuando yo creo que es beneficioso que éste reciba las críticas de los ciudadanos. Es algo que puede serle de utilidad.
La limitación del poder presidencial se ha compensado con el autoritarismo presidencial que ha encontrado como aliado al Poder Judicial. La complicidad entre estos dos poderes es lo que no ha cambiado en México. Es una asociación en la que un poder no es autónomo sino que se encuentra sometido a otro.
Los jueces y magistrados podrían preguntarse, por ejemplo, cuál es la opinión que le merece al mundo la justicia mexicana. Hasta en el cine de Hollywood, cuando se aborda el tema del cumplimiento de las leyes en nuestro país, la frase que siempre surge es que en México no hay justicia. Por eso es que, sabiendo esto, la prensa internacional ha entendido, desde el primer momento, que el desafuero es una trampa jurídica para eliminar a un adversario político.
Esta situación es vergonzosa y debe cambiar. Los mexicanos deberíamos sentirnos orgullosos de nuestros jueces, pero para que esto ocurra deben crearse las condiciones para que ninguna autoridad judicial pueda ser comprada o amenazada con el fin de que pueda actuar de manera imparcial.
Un auténtico cambio en México requiere de un sistema de justicia libre de tutela. En este momento de nuestra historia, el Poder Judicial puede dar una lección al mundo, asumiendo plenamente su autonomía. Nunca como ahora hemos necesitado de jueces honrados, sabios y prudentes, que velen por el interés de una nación que se está partiendo.