Vía crucis contra las trasnacionales
Un nazareno cargando sobre sus hombros, a manera de cruz, un tanque de gas. Extraña procesión marcó el pasado viernes de Dolores en Monterrey. Su protagonista fue una figura bizarra que caminaba flagelado por unos individuos en traza no de soldados romanos, según la tradición, sino de gachupines.
Fue una más de las protestas por el alza de las tarifas de gas impuestas por la empresa española Gas Natural México. Antes, en una de las concentraciones masivas por el mismo motivo, se leía en una manta alusiva: "Fuera las empresas trasnacionales que sólo dejan desolación y miseria."
¿Es admisible el sesgo xenófobo de quienes asocian el perjuicio causado por unos propietarios a su nacionalidad? ¿No niega esta actitud el sentido de la globalización que algunos han decretado como nuestra segunda piel?
Gas Natural México, así como el grueso de la banca y otras empresas españolas son trasnacionales. Tan trasnacionales como fueron las compañías de las Indias europeas responsables de la primera globalización. Viéndolo de cerca, la carga xenófoba contra los gachupines o contra los yanquis no es sino la traducción popular del término académico-político de imperialismo. Y la globalización, en su dimensión más cruda, estructural y recolonizadora no es otra cosa para América Latina que el viejo imperialismo estadunidense y europeo. Con una tecnología más desarrollada, con propaganda radiofónica y televisiva -sobre todo-, con otros nombres, es el mismo contra el cual hemos venido luchando desde hace dos siglos.
Las imágenes de las protestas populares en Monterrey son incómodas, pero inequívocas del fracaso de las reformas estructurales de vocación proimperial en México y en el resto de América Latina.
Durante el debate televisivo en torno a las tarifas del gas (Canal 12 local de Multimedios) fue actualizado el TLCAN. El precio del gas, combustible escaso en Estados Unidos, fue atado al que prevalece en este país, como puntualizó Fernando Elizondo, secretario de Energía. ¿Por qué no se hizo lo mismo con otros productos como, por ejemplo, el petróleo? Hugo Chávez, el presidente venezolano, ha dicho que la firma de un tratado de libre comercio entre países con economías desiguales es un suicidio para los más débiles. Y ése fue el tipo de tratado que firmó en nuestro nombre el gobierno de Carlos Salinas de Gortari con Estados Unidos y Canadá.
Con o sin tratados comerciales, los países de América del Sur han venido padeciendo crisis, ingobernabilidad y estallidos sociales por haber enajenado sus recursos naturales e industrias estratégicas al capital extranjero, como aquí hicieron, en gran medida, los gobiernos de Salinas y Zedillo mediante reformas estructurales que el gobierno de Fox y los empresarios, acaso con el concurso del PRI, pretenden llevar a sus últimas consecuencias. Ultimas consecuencias que nos silenciarán y someterán más de lo que ya estamos a las grandes trasnacionales y a la división panzer del capitalismo encabezada por el FMI y el Banco Mundial. No es prejuicio ni exceso. En Argentina podemos ver nuestro futuro. Ante los abusos de la Shell y la Esso, Néstor Kirchner hizo una reclamación que le valió regaños y amenazas del FMI.
Lo que ha ocurrido en Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, etcétera, no puede dejar de ser aleccionador para nosotros.
¿Veinte años? No. Doscientos años no es nada para los imperios de los cuales parece que debemos emanciparnos nuevamente. Las carabelas financieras de España y las anexiones estadunidenses en marcha (Plan Puebla-Panamá, Plan Colombia, el ALCA) no tienen otro propósito que apropiarse de nuestras empresas públicas y privadas, de nuestros recursos naturales y de nuestro ahorro con la complicidad de gobiernos neosantannistas.
Es esta marejada imperial la que hay que enfrentar. Y para ello se requiere un gobierno y una ciudadanía que se hagan cargo de nuestra historia.
En el programa televisivo en el que se discutió el problema del gas había dos posiciones muy definidas: la de la representante del PAN, partidaria de las reformas estructurales como medida para resolver el problema creado por las anteriores reformas estructurales, y la de las representantes del PRD, el PT y de la diputada independiente Liliana Flores Benavides opuestas a ellas (el PRI se mantuvo en la zona crepuscular). La diputada Guadalupe Rodríguez (PT) llamó a una huelga de pagos para obligar a la empresa a detener los cortes ya inminentes del servicio mientras tenían lugar las negociaciones entre la empresa y el gobierno federal. La representante panista la tachó de irresponsable: "No vamos a hacer en todas partes un Tierra y Libertad". Se refería al movimiento de colonos que se asentaron ilegalmente con ese nombre a principios de los 70 en una zona marginal de Monterrey.
Sea como quiera, la izquierda tiene más memoria que la derecha. A dos meses de haber tomado posesión, López Portillo decretó un alza desproporcionada en las tarifas de luz y gas. Los sindicatos más combativos de la ciudad, al lado de organizaciones vecinales, formaron el Frente de Defensa de la Economía Familiar para oponerse a la medida. Llamaron a una huelga de pagos y formaron brigadas para impedir los cortes del suministro. Al mismo tiempo acudieron a los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad para que se solidarizaran con su movimiento. Y éstos así lo hicieron.
Algo muy diferente ocurrió con los directivos de la CFE. Mediante una maniobra engañaron a los comisionados del frente que se habían trasladado a la ciudad de México para entrevistarse con ellos. En cambio les lanzaron a una porra encabezada por Leonardo Rodríguez Alcaine. A punta de pistola y mentadas éste los intimó para que se retiraran de su centro de trabajo. Algunos de los representantes varones (yo entre ellos) llamaron a evitar la provocación. Oídos sordos de leonas celosas de sus cachorros, las mujeres que formaban parte del contingente dejaron tal llamado en el aire. Y se enfrentaron con valentía a los jayanes. Rodríguez Alcaine guardó su 45 y se metió con sus porros por donde había salido.
El movimiento de aquel frente popular tuvo éxito. Las tarifas fueron reducidas a la mitad del precio fijado. Las de ahora siguen haciendo estragos entre la población de menor ingreso.
Primera moraleja. La propiedad de recursos naturales en manos del Estado puede responder, bajo presión, a los intereses populares; sucede lo contrario cuando esos mismos recursos se hallan en manos de particulares.
Segunda moraleja. Los miles de espots sobre la bondad de las reformas estructurales, la sana competencia entre oferentes (por lo general monopólicos) y la salvación por la inversión extranjera (el mesías empresarial) son, sin amortiguadores, viles engañifas.