Usted está aquí: sábado 9 de abril de 2005 Espectáculos El testamento de un pensador de imágenes y sonidos

El testamento de un pensador de imágenes y sonidos

Ampliar la imagen Nicole Kidman en Ojos bien cerrados, �o largometraje de Stanley Kubrick

La cátedra vital de Kubrick culminó hace seis años, cuando filmó su testamento: Eyes Wide Shut, broche de oro fundido en filtros de luces en tonos pastel y tenues atmósferas para sellar un opus nigrum brillantísimo, de esplendor superior a los cuentos morales de Erich Rohmer en cuanto Kubrick hilvanó a su vez y a lo largo de su filmografía entera temas filosófico-existenciales a la manera de un pensador en pleno dominio de su oficio. Una serie de mantras permanentes.

La banda sonora de Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut) abre a su vez nuevos horizontes. El soundtrack, editado por Warner Brothers, inicia con la Musica Ricercata (Mesto, rigido e cerimoniale) del compositor húngaro György Ligeti (Transilvania, 1923), un universo alucinógeno en piano solo, solito y su alma, que pone de cabeza las entendederas en un vuelco súbito de lo insondable, un aliento poético similar a la música desnuda de Arvo Part, pero la desnudez de la música de Ligeti está dotada de una belleza extraña, extática, extenuante. Qué mejor belleza para encarnar este misterio que envuelve esta música que la piel que envuelve el cuerpo de Nicole Kidman.

La pista dos es el segundo vals contenido en la para muchos hasta entonces desconocida faceta del más grande sinfonista de finales del siglo XX, Dmitri Shostakovich, quien nos regaló una sabrosísima Suite de Jazz, de donde Kubrick alquimizó su encanto. La interpretación, inmejorable, la hace la Royal Concertgebouw Orchestra.

Enseguida, Chris Isaak despliega un funky-soul esplendoroso, lleno de la lujuria vital que envuelve el filme, un beat interno lo recorre con la sinuosidad de un cuerpo femenino en ardorosa declamación poética.

El trío de Oscar Peterson, uno de los grandes del pianismo en jazz envuelve la atmósfera en mayor misterio y esplendor con un fondo de banda sinfónica, cuyo clamor completa el discurso filosófico que dio vida al filme póstumo y coronó todas las inferencias de Kubrick: Traumnovelle, libro genial del escritor austriaco Arthur Schnitztler, ese Soren Kierkegaard del género novela. Una puesta al día de lo freudiano, un ponerle franja sonora a los sueños, en colores y con los filtros que le puso a sus cámaras Kubrick, una serie de respuestas certerísimas a esa contraparte de la vida que es la muerte, las bodas renovadas de Eros con Tánatos. Sueños y sexo. Música sexual por excelencia, la del filme postrero de Stanley Kubrick, una sobria ceremonia del deseo y de sus misterios.

Pablo Espinosa

 
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