Tarugadas energéticas
Austin, Texas. Por regla general en Bush & Co, mientras más se asocia una política con Dick Cheney, peor es. Lo cual nos lleva a la política energética: ¿recuerdan el grupo secreto de trabajo del vicepresidente? En la larga historia de ideas monumentalmente malas, la política de Cheney ocupa un lugar destacado por razones tanto de omisión como de comisión. Tonta, más que tonta, tontísima.
Consideren esto: el año próximo el gobierno derogará el crédito fiscal de 2 mil dólares a compradores de vehículos híbridos, que rinden más de 20 kilómetros por litro, pero dejará en vigor el deducible de 25 mil dólares por un Hummer, que da de 4 a 5 kilómetros por litro. Es una locura, al igual que toda la política energética de Cheney.
Según la Administración de Información Energética, dependiente del Departamento de Energía, la ley energética del año pasado (la misma de éste) costará a los contribuyentes al menos 31 mil millones de dólares, no hará nada respecto del proyectado aumento de más de 80 por ciento de las importaciones estadunidenses de petróleo extranjero hacia 2025, e incrementará los precios de la gasolina. (Como al parecer todo burócrata de este gobierno que dice la verdad acaba despedido -trátese del costo de la ley de medicamentos o de la seguridad del Vioxx-, tal vez esté yo metiendo a esos tipos en problemas.)
La iniciativa está llena de reducciones fiscales y dádivas a las grandes corporaciones petroleras. Entre tanto, el presupuesto de Bush recorta gastos para investigación y programas de energía renovable, y quien diga lo contrario miente.
Ahora bien, he aquí la Cláusula 22* de este gobierno: utiliza el lenguaje exacto de los críticos de la iniciativa, es decir, se lo apropia por completo y lo emplea para promoverla. Nuestro amigo Frank Lunz, el encuestador republicano especializado en "enmarcar" temas (término que significa lo mismo que "interpretar", equivalente a lo que en lenguaje cotidiano se conoce como mentir), vuelve a las andadas: en enero pasado produjo un memorando titulado "Ocho lineamientos de comunicación sobre energía para 2005", en el cual indica a los republicanos cómo hablar sobre ese tema con términos que le agradan a la gente.
El Consejo de Defensa de los Recursos Naturales encontró un discurso de Bush sobre el tema, pronunciado el 9 de marzo en Ohio, donde repite como loro las sugerencias de Luntz hasta un extremo hilarante: amenazas a la seguridad nacional, diversificación de fuentes, innovación, conservación y (mi favorita) el punto 4: "El principio clave es la 'exploración responsable de energía'. Recuerden: No es perforar en busca de petróleo. Es exploración responsable de energía".
Así pues, Bush, guiándose por el memo de Luntz, habló de "exploración responsable de energía" y anunció que uno de sus objetivos principales en la materia es "diversificar nuestra oferta energética desarrollando fuentes alternativas de energía". Las encuestas muestran que 70 por ciento de los estadunidenses apoyan un drástico incremento en el gasto gubernamental relativo a fuentes renovables de energía.
Estoy cansada de debatir si Bush es tan ignorante que no sabe que está recortando programas de energía alternativa y subsidiando a las compañías petroleras, o tan diabólicamente astuto que lo sabe y no le importa lo que dice. En última instancia el resultado es el mismo: una política deplorable.
El Proyecto Apolo, organismo razonable dedicado a reducir la dependencia estadunidense del petróleo extranjero, señala que 90 por ciento de los estadunidenses apoyan su objetivo de independencia energética. Bracken Hendricks, su director ejecutivo, observa que existen "notables puntos de coincidencia entre quienes se dice que son extremos opuestos: sindicatos y empresas, ambientalistas y evangélicos, gobernadores y generales, citadinos y campesinos".
Entre tanto, seguimos ceñidos a los crecientes precios del petróleo (Exxon Mobil acaba de reportar la mayor utilidad trimestral jamás obtenida por una empresa estadunidense, 8 mil 420 millones de dólares) y desdeñamos los descubrimientos. Varias compañías petroleras reportan desaparición de reservas, y Royal Dutch/Shell reconoció haber inflado en 20 por ciento sus reservas estimadas el año pasado.
Los principales consorcios petroleros no invierten sus gigantescas ganancias en exploración o desarrollo de campos, sino que realizan megafusiones y recompras de acciones. ExxonMobil gastó 9 mil 950 millones de dólares en 2004 en readquirir títulos. Mientras, chinos e indios compran coches como locos, y el resultado será una enorme contracción de la oferta, más temprano que tarde.
Es posible fabricar, con tecnología existente, un automóvil que rinda 200 kilómetros por litro, pero los bushitas ni siquiera están dispuestos a elevar las normas de eficiencia de combustible para los autos que se producen actualmente. El problema con el plan de Bush para desarrollar automóviles impulsados por hidrógeno es que, si bien se puede obtener ese gas del agua, hay que invertir energía para extraerlo, y por tanto hay una pérdida neta de energía.
La conservación es, sencillamente, la forma más barata y efectiva de atender este problema. Si se fija un impuesto al carbón, la industria adoptará la energía eólica o solar. Aquí en Texas la energía eólica ha alcanzado el punto en que ya se encuentra en un nivel comparable de precios. Nuestra salud, nuestro ambiente, nuestra economía y el planeta mismo se beneficiarían de una transición hacia fuentes renovables de energía.
Y, como expresó recientemente Tom Friedman, también contribuiría en mucho a la paz mundial. "Al no hacer nada para reducir el consumo de petróleo en Estados Unidos, financiamos ambos bandos de la guerra al terrorismo y fortalecemos a los peores gobiernos del mundo. Es decir, financiamos a los militares estadunidenses con los dólares de nuestros impuestos, y a los jihadistas -junto con las mezquitas y organizaciones filantrópicas sauditas, sudanesas e iranías que los patrocinan- con nuestras compras de gasolina."
* Alusión a la novela Catch 22, de Joseph Heller, que satiriza la burocracia militar
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Traducción: Jorge Anaya