Usted está aquí: sábado 9 de abril de 2005 Opinión El rostro de la coalición PRI-PAN

Arturo Alcalde Justiniani

El rostro de la coalición PRI-PAN

En tan sólo nueve horas, los mexicanos pudimos observar la verdadera cara de nuestra vida política y los resultados de la alianza en- tre los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN); pudimos explicarnos el porqué de buena parte de los problemas que impiden el avance de nuestro país, como corrupción, pobreza, manipulación de los medios de información y la falta de crecimiento económico y justicia social.

La alianza con apariencia de juez confirmó, una vez más, los motivos de su desprestigio al representar los peores intereses. Basta recordar la elección de Carlos Salinas de Gortari en 1988, la reforma al artículo 27 constitucional, la privatización del ejido, el Fobaproa, el Pemexgate y recientemente las reformas a la Ley del Seguro Social. Hoy es el desafuero; ya encarrerados serán capaces de aprobar la ley Abascal y la propuesta empresarial en materia de radio y televisión. Con toda razón se afirmó que estos partidos funcionan coaligados en los temas fundamentales, tienen la misma perspectiva y sólo se distancian por razones electorales.

De golpe quedó claro que la alternancia concluyó y que es fundamental revisar integralmente la óptica ciudadana y la valoración de nuestras instituciones. Sería difícil pensar que alguien confiara en la buena fe o en la capacidad -de quienes se califican a sí mismos como la más alta tribuna de la nación- para participar con responsabilidad en la conducción del país. Los 360 diputados que se sometieron a la consigna de aplicar selectivamente la ley en contra de sus adversarios políticos, cargarán con el peso de un desprestigio popular difícil de remontar. Los abrazos y felicitaciones, concluida su tarea, serán un gusto efímero ante el desprecio de la población.

El tema del desafuero está en boca de todos y ha sido motivo de crítica constante en los espacios informativos más prestigiados, tanto en el ámbito nacional como extranjero. En nuestro país el tema se hacía presente en cualquier reunión; la sabiduría popular percibió fácilmente el engaño del teatro jurídico, acrecentando las simpatías hacia el jefe de Gobierno del Distrito Federal.

No todos comparten, necesariamente, la visión política de Andrés Manuel López Obrador, pero hay una percepción bastante obvia: la verdadera intención de los acusadores no ha sido respetar el estado de derecho, menos aún la justicia, sino manipular las leyes para repartirse el botín electoral. En este tema, como nunca, una institución que debería ser fundamental para nuestra República quedó éticamente descalificada; los diputados se han visto chiquitos y desfigurados; para los que tienen escrúpulos, el remordimiento y la vergüenza muy pronto les hará estragos, pues, como se afirmó, no tendrán cara para educar a sus hijos o rendir cuentas a sus electores.

El riesgo de un escenario tan grotesco es el desánimo que pueda provocar en la población; la tarea es sustituirlo con una nueva manera de participar en política, con un cuestionamiento integral de las reglas del juego y el deslinde claro de los personajes que, haciendo abuso del lenguaje jurídico, se regocijaron por haber burlado a la nación entera. Muchos de los diputados hubieran preferido no definirse para seguir usufructuando su falsa apariencia; sin embargo, el riesgo adicional es que, descubiertos, den rienda suelta a su cinismo reafirmando en nuevos actos su ausencia de independencia y dignidad.

Seguramente algunos apostarán por el olvido o el manejo de medios para confundir la indignación popular. De ahí la importancia de registrar claramente los hechos presenciados, las historias personales y las definiciones de los actores concretos y, más a largo plazo, reconstruir una cultura diferente sustentada en la responsabilidad y en la verdadera justicia, todo sobre la base de la congruencia personal y colectiva. En el fondo, debe prevalecer una ética fundamental que haga compatible lo que se piensa con lo que se hace. Esto requiere un valor personal poco común.

El 7 de abril quedará marcado en nuestra vida nacional y nos obliga a no dejar la política en manos de esta coalición. Nos impone la necesidad de reaccionar participando más activamente en la suerte dando cauce a una nueva energía popular, un enriquecimiento de la agenda ciudadana y mayor presencia de los organismos intermedios, como sindicatos, organizaciones indígenas, campesinas y populares, organismos no gubernamentales y diversas formas de asociación; la consigna es que la burla no se convierta en conducta cotidiana.

Ojalá el reclamo popular "ni un voto al PRI ni un voto al PAN" adquiera mayor vigencia en las próximas elecciones estatales que se llevarán a cabo en julio de este año. Sólo participando y votando, evitaremos que nos sigan despojando y desaforando de nuestros derechos fundamentales.

 
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