Al término de la votación en San Lázaro estallaron miles de gargantas indignadas
Un Zócalo a reventar y una larga lista de agravios individuales y colectivos
''¡Pinocho, Pinocho, Pinocho!'' Sonia Hernández Villarreal, ex empleada bancaria, no se cansa de gritar mientras ve y escucha en la pantalla gigante al subprocurador Carlos Javier Vega Memije.
Con ella gritan sus amigas y varios miles de ciudadanos que no se dieron por servidos con el mitin mañanero y siguen plantados en el Zócalo, atentos a la sesión de la Cámara de Diputados erigida en jurado de procedencia.
''No pertenezco al PRD ni a ningún partido, estoy aquí por López Obrador, porque es el único que ha volteado a ver a los pobres, a los inválidos, a las madres solteras'', dice la señora Sonia, agradecida del día seminublado que hace más llevadera la larga estancia en ''el corazón del país''.
Casi suelta lágrimas cuando dice lo anterior, pero el suyo no es un discurso pobrista. ''Dicen que somos una turbamulta, pero no es cierto. Yo vivo en Jardines de Coyoacán, que es una colonia residencial'', se ufana.
El desafuero es un motor que rebasa al PRD y más
Hasta hace poco Sonia Hernández era gerente de una sucursal bancaria. La echaron tras 29 años de trabajo. Hoy grita su frustración, como muchos otros, cada uno con su agravio. La presencia de la señora Hernández confirma la obviedad que repiten los simpatizantes perredistas: el desafuero es el saco en que se acumulan agravios viejos y nuevos, individuales y colectivos, desempleos y fobaproas.
La colorida multitud del Zócalo muestra también que las encuestas no siempre mienten. Es mucho más que las huestes corporativizadas del PRD. Hay jóvenes y viejos, profesionistas y campesinos, más clases populares que medias, sí, pero un mosaico al fin que muestra el extendido rechazo a la decisión ''estrictamente jurídica'' del PRI y el PAN.
Lo dice bien, a su manera, Elizabeth Cáceres, ama de casa: ''Yo no estoy aquí por López Obrador. Yo estoy aquí por México'', expresa y sigue su camino, en medio de una concentración cuya mayor expresión de ''violencia'' son las mentadas del respetable cuando se menciona a Carlos Salinas.
Los jacobinos y los memoriosos
La calma, por supuesto, no es sinónimo de unanimidad. No faltan los jacobinos que tuercen la boca cuando Andrés Manuel López Obrador pide un minuto de silencio por Juan Pablo II, ni los memoriosos que evocan 1988 cuando el jefe de Gobierno dice que no habrá bloqueos ni tomas de nada.
''A ver si no nos manda a nuestras casas como Cárdenas en 88'', dice Jacinto Mendoza, veterano militante vecinal. Son otros tiempos, dicen los coroneles del lopezobradorismo. ''López Obrador no se está retirando; ir a la cárcel es un acto de valentía'', decía en la víspera Marcelo Ebrard, secretario de Desarrollo Social del Gobierno capitalino.
La enumeración de acciones, que comienza por meditar, mantener los moños tricolores y los carteles en los hogares, y sigue con una ''marcha del silencio'' y reuniones dominicales, choca con las ganas de pelea de la gente. De los miles que se quedan en el Zócalo y sus alrededores a seguir la consumación del desafuero. Los rostros lucen cansados, las botellas de agua vacías, las mochilas desperdigadas. Pero los gritos siguen.
''¡Fuera! ¡Mentiroso! ¡Culero!'', se repiten durante toda la intervención del fiscal Vega Memije. En el turno de López Obrador truenan las palmas, se suceden los ''¡duro!'' y las risotadas.
Más que todo un sexenio
Suda a chorros Alejandro Encinas, mientras avanza penosamente sobre la avenida 20 de Noviembre. Será el encargado del despacho y, tras el plazo legal, el jefe de Gobierno sustituto. Su última acción como secretario de Gobierno será ver el desafuero de su jefe por televisión: ''En mi oficina, si puedo llegar''.
Porque la gana de la multitud de ver o estar cerca de López Obrador se traslada a los miembros de su gabinete. Cerca de Encinas pasa el procurador Bernardo Bátiz, a quien no le bastan los cuatro guardaespaldas para sortear saludos, abrazos, fotos, apretujones. Este viernes el equipo de López Obrador seguirá su camino sin el tabasqueño.
Muchos en el PRD hubieran preferido a Encinas como candidato a la jefatura de Gobierno en 2006. Pero, admiten en el círculo cercano de López Obrador, la decisión es que Encinas se haga cargo del gobierno los próximos 18 meses.
''El periodo que viene es más importante que todo el sexenio siguiente'', dice un miembro del gabinete. ''En estos meses nos vamos a jugar todo, la posibilidad de ser gobierno nacional, y para lograrlo tenemos que cerrar bien este gobierno.''
¿Déjà vu?
''Si tenemos que ir, iremos a la cárcel'', dice López Obrador tras la primera fumada. Tiene listos un catre, una colchoneta, un pequeño televisor y, claro, sus cigarrillos. Sigue, fumada tras fumada: ''Este es un movimiento pacífico y no nos vamos a resistir. Aquí estamos, que nos golpeen a la gente, que nos tiren gases y balas de goma. Que nos citen y vamos''.
Es febrero de 1996. López Obrador habla en su casa del fraccionamiento Galaxia, en Villahermosa, en medio de su guerra contra Pemex y el gobierno de Ernesto Zedillo.
Esa mañana de 1996, López Obrador desayuna tlayudas con queso y el excelente café de su esposa, Rocío, hoy fallecida. Suena el teléfono. Le informan que el Ejército y las policías van rumbo a Centla, a desalojar otro de los pozos petroleros que los perredistas mantienen bloqueados.
En el desalojo del Escuintle 201 son detenidos varios perredistas. Los presos ya suman 106 y se especula que el siguiente será López Obrador: ''Iré a la cárcel'', repite.
Catorce meses antes, López Obrador había encabezado otros bloqueos, en las protestas contra el fraude electoral de Madrazo. Vendrían luego el fallido intento del secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, de entregar la cabeza del gobernador a cambio del Acuerdo Político Nacional, la revuelta anticentralista que hizo a Madrazo héroe del priísmo -bloqueos, toma de televisoras y golpizas sin cuartel de perredistas, sin ningún castigado, claro- y la frase célebre de Zedillo: ''Gobernaré con Madrazo hasta el 2000''.
Qué tiempos. Se machacaba con el ''país de leyes''. Igual que ahora.
En junio de 1995 López Obrador entrega a la PGR las célebres cajas con los documentos que probaban que Madrazo había gastado 70 millones de dólares en su campaña por la gubernatura.
Madrazo se quedó y el discurso del ''país de leyes'' volvió en 1996, mientras López Obrador decía a sus seguidores, como ahora, que la ''resistencia civil pacífica'' debía continuar aunque él estuviera preso. El 10 de febrero de 1996, la PGR pide a un juez órdenes de aprehensión contra López Obrador y otras 57 personas.
Seis días después, en la ciudad de México se comienzan a firmar los primeros acuerdos entre Pemex y los campesinos afectados. La ''resistencia'' para.
López Obrador se va a la ciudad de México a dirigir el PRD.
Hoy, Roberto Madrazo, su adversario de siempre, fiel a sus modos políticos, finta con su deseo de ver a López Obrador en las boletas electorales de 2006. Y luego le recomienda tener abogados veloces.
Nada ha cambiado, pues. López Obrador todavía fuma Raleigh.
Nada más falta que el Presidente de la República diga: ''Gobernaré con Roberto Madrazo hasta...''
La cárcel y el comité
Un cercano a Carlos Salinas de Gortari se los adelantó. ''Nos dijo que el desafuero sería el 6 de abril. Le falló por un día'', cuentan en el edificio del Gobierno del Distrito Federal.
En ese tema ya no hay lugar para dudas. Lo que todavía no se explican los lopezobradoristas es cuál es la ganancia del PRI con el desafuero. Si sacan de la contienda a López Obrador, el voto antipriísta caminaría hacia el PAN, dicen. ''Entonces sólo queda la explicación de que un eventual triunfo de López Obrador pone en riesgo una red de intereses'', dice Marcelo Ebrard.
Esa ''red de intereses'', están seguros, enseñará los dientes en los próximos meses, mientras ''el movimiento'' sostiene ''la resistencia'' aun sin su máximo dirigente.
Dispuesto a ir a la cárcel, López Obrador nombró incluso un comité que hará los llamados a la acción en su ausencia. Por el PRD integrarán ese órgano Leonel Cota y Martí Batres, los dirigentes electos. Completan el cuadro el ex secretario de Gobierno y diputado José Agustín Ortiz Pinchetti, la escritora Elena Poniatowska y Bertha La Chaneca Maldonado, publicista, dos décadas vicepresidenta y directora creativa de Mc Cann Erickson, además de defensora de los derechos de las mujeres.
''No pensé que a mis 77 años me fuera a pasar lo más emocionante de mi vida'', dice ella, que parecería todavía subida en el templete del Zócalo. Señala que López Obrador la nombró porque es buena organizadora y ''hacedora de frases'': la frase de ''la canallada del desafuero es mía''.
La ex empleada bancaria Sonia Hernández sigue en el Zócalo y tras la votación concluye: ''Qué canallada''.