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Visibilizar la infección homosexual
La
epidemia del VIH/sida en África presenta un perfil globalmente heterosexual.
Esta realidad indiscutible ha tenido como efecto colateral silenciar y volver
casi invisibles a decenas de miles de homosexuales y hombres que tienen sexo
con otros hombres igualmente afectados por la epidemia. En esta ponencia,
el juez sudafricano Edwin Cameron, quien valientemente se asume como gay
y como seropositivo, señala las consecuencias del estigma y negación que
padece una comunidad, persistentes todavía a pesar de los grandes logros
consignados en la Constitución sudafricana que hoy benefician a gays y a
lesbianas en materia de igualdad jurídica.
Por Edwin Cameron *
Permítanme
una ilustración muy personal. Mi compromiso con el trabajo en sida no surgió
por ser un hombre gay diagnosticado con el VIH en 1986. De ningún modo. Debido
al estigma asociado con la enfermedad, guardé mi condición como un secreto
terrible, resguardado por años en un clóset lejos de casi todo mundo y, por
muchos años más, lejos de todos, excepto de mis colegas y amigos más cercanos.
Me expresé como hombre gay. Participé como abogado en la búsqueda de principios
de transformación nacionales. Pero en tanto persona que vive con el virus,
tuve durante larguísimos años mucho miedo de hablar.
Comencé
mi trabajo en sida en los años ochenta como abogado en derechos humanos con
trabajo en cuestiones sindicales. En 1987, la Cámara de Minas Sudafricanas
deportó de modo sumario enormes cantidades de emigrados de Malawi bajo contrato
como mineros debido a la incidencia del VIH entre ellos. El sindicato nacional
de mineros y la federación sindical a la que pertenecía manifestó su inquietud.
De este modo, me involucré primero en la epidemia en tanto asesor y abogado
sindical. A través de esta vía me comprometí también en el diseño de una
política nacional sobre sida, como en la organización de la Convención Nacional
sobre Sida en 1992. Esto hizo que el Congreso Nacional Africano y el saliente
gobierno del Apartheid formularan juntos una política sobre sida. La Convención
redactó luego una política nacional sobre sida, la cual fue formalmente adoptada
por el gobierno democrático entrante en agosto de 1994. En su base figuraban
los principios de no discriminación, racionalidad y justicia.
Fue
durante este tiempo de transición, en 1992, cuando el número de infecciones
contraídas por heterosexuales excedió por vez primera al de las infecciones
contraídas por homosexuales. Un buen número de gays, algunos directamente
afectados por el VIH/sida, tuvieron papeles destacados en el primer debate
nacional sobre sida. Y muchos de nosotros manifestamos de manera abierta,
con firmeza y orgullo, nuestra orientación sexual. Sin embargo, y tal vez
paradójicamente, nuestra presencia en el activismo y en el diseño de políticas
no logró marcar énfasis distintivo alguno en la prevención, atención y tratamiento
del sida. Posiblemente esto se debió al hecho sencillo e irrefutable de que
la epidemia era abrumadoramente heterosexual. La epidemia heterosexual nos
permitió insistir, de manera correcta y justa, en el diseño y aplicación
de principios de no discriminación muy extensos, aplicables a cualquier persona
afectada por el VIH/sida. El resultado de dicho trabajo --basado en el esfuerzo
de quienes crearon el marco constitucional para la igualdad y la no discriminación
en nuestra sociedad nueva-- es que Sudáfrica cuenta hoy con una impresionante
estructura de protección estatutaria para la gente que vive con VIH/sida.
Un
segundo factor que explica la paradójica falta de énfasis en el contenido
y mensajes gays en el diseño de una política nacional sobre sida, es que
muchos hombres gay involucrados en la epidemia no habían sacado del clóset
su condición de seropositivos.
Estrategia contraproducente
Es
necesario decir también que la ausencia de un claro énfasis o mensaje gay
en nuestra respuesta a la epidemia fue en parte resultado de un sacrificio
que los hombres gay que trabajamos en sida tuvimos que hacer, para bien o
para mal. Hasta un punto inevitable y tal vez necesario, sumergimos temporalmente
nuestras identidades gay en la lucha por una justicia social más amplia en
una epidemia cuyo impacto principal no era homosexual. Reconocimos que el
problema tenía dimensiones vastas. Y tal vez agradecimos un poco que en África
no teníamos que lidiar con los desdenes y reproches que en Europa occidental
y Estados Unidos se le reservaba específicamente a la comunidad gay. Sin
duda éste era el problema de toda una sociedad, el problema de la mayoría
heterosexual. No era una "plaga gay". Nos complacía montarnos sobre el diseño
de una política general que no lograba, pese a todo, prever una protección
suficiente y específica para los hombres gay.
El
hecho de que el sida en África no puede ser considerado como una "plaga gay"
no significa que sus efectos sobre los hombres gay y otros varones que tienen
sexo con hombres no sean devastadores. En África el sexo entre hombres tiene
muy poco reconocimiento, y quienes lo practican muy poco apoyo e información
dirigida específicamente a ellos. Están aislados y a menudo temerosos, operando
en secreto, infectándose clandestinamente, transmitiendo con frecuencia su
infección de modo también clandestino.
Un distinguido
investigador médico, el profesor William Makoba, señala a menudo que en África
se subestima y se reporta muy poco la transmisión del VIH en una relación
sexual de hombre a hombre. Esto se debe en parte a que la homosexualidad
en África sigue siendo no sólo tabú, sino motivo de denuncia pública y abominación.
Desde
1994 Sudáfrica ha sido luminosamente distinta. Vivimos en una isla de equidad
e inclusión lésbico-gay, rodeados de un mar regional de proscripción criminal
y reprobación pública. Los gays y las lesbianas gozan de la inmensa suerte
de haber encontrado un cálido reconocimiento de sus derechos en el enfoque
humanista que mostraron las fuerzas de liberación nacional durante las negociaciones
constitucionales (algo que luego asumieron los demás partidos). En 1994,
la Constitución sudafricana marcó un hito en la historia mundial al proteger
celosamente la igualdad de gays y lesbianas. Y sin embargo, a pesar de este
logro, la posición de los hombres gay en el contexto de la epidemia en Sudáfrica
dista mucho de ser satisfactoria. Quienes practican sexo entre varones corren
un riesgo especial, y dicho riesgo no es totalmente reconocido, ni en el
sur de África ni en el norte. El revestimiento rectal se desgarra con mayor
facilidad que las paredes de la vagina. Los desgarres de la mucosa rectal
y el sangrado incrementan la posibilidad de transmisión de los fluidos corporales
que contienen el virus y causan el sida. En demasiadas partes de nuestro
continente ése es un riesgo que se ignora por completo, dado que no se reconoce
el sexo entre hombres, que no se le menciona, y que aún se estigmatiza y
criminaliza. No se difunde información alguna acerca de la vulnerabilidad
especial de esta población masculina frente a la infección. No se satisfacen
sus necesidades particulares de solidaridad y alivio. Rara vez se mencionan
en África las realidades de la fisiología, debido a que la expresión de la
pasión y del amor, que éstas implican, aún son rechazadas y no reconocidas.
Las consecuencias son, para demasiada gente, fatales.
* Juez de la Suprema Corte de Apelación, de Bloemfontein, Sudáfrica.
Versión editada de la ponencia "Homosexualities, HIV/AIDS and HivosWhy?", presentada en octubre de 2004.
Traducción: Carlos Bonfil.
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