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La homofobia en los tiempos del “cambio”
La
naturaleza se caracteriza por su maravillosa variedad de colores, olores,
sonidos, texturas. Igualmente, la naturaleza humana, en su diversidad, reúne
una enorme cantidad de expresiones artísticas, sociales, políticas, culturales
y sexuales. La diversidad y pluralidad, en sí mismas, son expresiones de
riqueza.
La diversidad sexual nos permite dar
cuenta del potencial sexo-afectivo que poseemos como seres humanos. Reconocer
los diferentes tipos de personas, respetar su forma de vida y sus derechos,
es abonar a la convivencia, a la legalidad, a la justicia y a la tolerancia.
Es importante para detener la discriminación y descalificación que la sociedad
mantiene frente a aquellos y aquellas que tienen una orientación sexual distinta
a la heterosexual: lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros, transexuales,
y travestis.
Esta discriminación se traduce en
agresiones físicas, despidos laborales, estigmatización, segregación, deficiencias
en la asignación de servicios --médicos incluidos--, y hasta en asesinatos
de odio (México ocupa el segundo lugar en América Latina en este tipo de
crímenes1, con un índice de 35 por año). Todas estas situaciones,
consecuencia de la homofobia, constituyen una de las más flagrantes violaciones
a los derechos humanos.
Es lamentable reconocer
que en esta suma de intolerancias, ocupa un lugar de privilegio la jerarquía
de nuestra Iglesia Católica (un ejemplo es el Cardenal Javier Lozano Barragán,
Ministro de Salud del Vaticano, que dijo: "a las cucarachas les dieron ya
rango de familia porque viven bajo el mismo techo... si viven juntos un gato,
un perro y dos lesbianas, ya es una familia"2). Estas palabras
lastiman la fe y la dignidad de quienes viven orientaciones sexuales diversas
y de la comunidad católica mundial.
Al ignorar
el mensaje de amor difundido por Cristo, la jerarquía insiste, en voz del
Arzobispo de Acapulco, Felipe Aguirre Franco: (refiriéndose a las campañas
de prevención del VIH) "El flagelo del sida no es un castigo de Dios, sino
una venganza de la naturaleza, atropellada por el uso desordenado del sexo",
y "promueven el sexo entre hombres..."3. También la Conferencia
del Episcopado Mexicano dice, en el contexto de un documento sobre la campaña
contra la homofobia de la Secretaría de Salud y el Consejo Nacional para
Prevenir la Discriminación: "la homosexualidad es un desorden... se puede
curar; así lo afirman muchos médicos, psicólogos, psiquiatras y sacerdotes
que han ayudado a lograrlo"4.
La
homosexualidad es una de las tantas formas que tenemos para acercarnos a
Dios y vivir el Evangelio. Si realmente creemos en nuestro Señor Cristo Jesús,
no hagamos diferencia entre las personas (Santiago 2:11). Jesús murió por
todas y todos, y nos invita a amar sin excepción. La Biblia es la palabra
de Dios, pero también es palabra de humanos; los autores, aunque inspirados
por Dios, escriben desde su condición humana, frágil y herida. Por ello,
si leemos algún pasaje que no nos comunique amor, debemos preguntarnos si
en verdad expresa la voluntad divina. La sexualidad es un don de Dios, no
importa cuál sea la orientación en que se exprese, mientras haya amor, respeto
y armonía. La Biblia enseña que Dios vio todo lo creado y lo llamó bueno.
Desde
Católicas por el Derecho a Decidir nos acogemos a los dictados del Concilio
Vaticano II, que dice: "El hombre (la humanidad) percibe y reconoce por medio
de su conciencia los dictámenes de la ley divina, conciencia que tiene obligación
de seguir fielmente en toda su actividad [...]. Por lo tanto, no se le puede
forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre
según ella..."5. En cuestiones de moral no hay dogma, Ubi dubium, ibi libertas, "donde hay duda, hay libertad".
Resulta
trascendental que nuestra jerarquía católica entienda el daño que con su
palabra produce a miles de feligreses, cuya única diferencia es una orientación
distinta a la heterosexual; que de ninguna manera va contra la capacidad
que tienen de amar a Dios y seguir sus enseñanzas.
Amar
es el principal mensaje de Jesús; pero no un amor basado en el sufrimiento,
en las culpas, o en la exclusión, sino en la misericordia y el respeto a
la dignidad de las personas, valores dictados tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento.
1 Comisión Ciudadana contra Crímenes de Odio por Homofobia.
2 Diario Reforma, México, primera plana 12/10/04.
3 Arzobispo Felipe Aguirre Franco, agosto 2003.
4 CEM, 2 de marzo de 2005.
5 Concilio Vaticano II, Dignitatio humanae, No. 3.
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