Entre ciudades
De nuevo un ritmo vertiginoso, he empezado en Bremen, desde donde tomo un comodísimo tren, rumbo a Berlín, cargada siempre de maletas; una amiga recomienda utilizar los servicios de una agencia especial, con el sugestivo nombre de Hermes, mensajero alado. Me prometen que estará en Berlín al día siguiente. Tarda en llegar. He llevado conmigo una valijita comprada en Berkeley para transportar diariamente mi computadora de San Francisco a la universidad, a la que llegaba gracias al Bart, una especie de Metro local. En Berlín verifico, asombrada, que las prendas de vestir que en ella caben son suficientes para pasar un mes entero y, para colmo, ¡bien vestida y hasta maquillada!
De Berlín salgo para Mannheim, me esperan unos amigos, Vittoria y Hans, quienes como otros (Martha Zapata me ha llevado al tren en la estación de Berlín y ha contratado un servicio especial para que me ayuden a bajar la maleta al llegar a mi destino) tendrán que cargar los muchos kilos que mi terror a cualquier intemperancia impone. Un policía robusto y amable me ayuda a salir del trance. Mi enorme maleta permanece en el cofre del Mercedes Benz de mis amigos, que viven en Erpolzheim, pueblo idílico del Palatinado rodeado de viñedos y algunas ruinas romanas; allí uso solamente las prendas que caben en la valijita: lo que llevo, incluyendo regalos, me alcanza y sobra. La misma historia se repite con algunas variantes cuando Hans me conduce a Mannheim, donde tomaré el tren para ir a París: apenas me da tiempo para subir al vagón.
Durante el hermoso trayecto -ha empezado la primavera-, me preocupo: ¿podré bajar mis maletas sin quién me ayude, aunque haya comprobado que siempre hay un caballero alemán para hacerlo y, una vez en el andén, lograré llegar hasta el sitio de taxis? Para mi sorpresa en la Gare de l'Est, un cargador espera, provisto de un ultramoderno instrumento de carga. En París he dejado una maleta que un amigo providencial me entrega por si las dudas y por si las compras (sobre todo, ¿libros?).
Me hospedo cerca de Saint Germain des Prés. A mi alcance, las librerías -la Hune, La Compagnie- muchos cines, restoranes, cafés, quioscos de periódicos, el Louvre, la Conserjería, la Asamblea, el Luxemburgo, museo, institutos, muchas tiendas, no muy lejos tampoco el Marais o la Bastilla. Me agoto caminando, admirando los panoramas de esta ciudad-escenario y por fin aterrizo en un cine, el Arlequin en la calle de Rennes; veo una película israelí, Avanim, de Raphael Nadjari, ¿una historia de amor, un adulterio?, sí, pero hábilmente entrelazado a la trama, un trasfondo violento, el de la guerra, los atentados, la intolerancia y también como en varias de las películas que veré después, por ejemplo, La mujer coreana, de Im Sang-Soo, o La novia siria (una coproducción israelí-franco-alemana) de Eran Riklis, el intenso conflicto al que se enfrentan las mujeres, sobre todo en comunidades muy religiosas como la sefardí o la musulmana. Ningún cine actual aventaja al de los países del Tercer Mundo y en Francia las mejores películas las hacen las minorías raciales: L'Esquive, de Abdelllatif Kéchine.
Voy también al teatro, una orgía, tres obras en dos días, un Ayax, de Sófocles, en un teatro experimental a las afueras de París o una extraordinaria lectura de Patrice Chéreau (La reina Margot, Intimidad) de Las memorias del subsuelo, de Dostoievski, una tradición que se reimpone y que en México ha tenido y tiene ejemplos maravillosos, baste mencionar el persistente y heroico de José Luis Ibáñez que hoy presenta en la Facultad de Filosofía y Letras dos discos con grabaciones de teatro clásico, El Divino Narciso, de Sor Juana, y La gatomaquia, de Lope de Vega, producto de un trabajo riguroso efectuado a lo largo de los años.
Muchas exposiciones, cito algunas extraordinarias: la de Bacon-Picasso en el museo Picasso. Reconstruye la historia de una gran filiación iniciada en 1927 y continuada hasta 1944. Periodo en el que la pintura del malagueño se concentra en la representación de los dientes (varias figuras al borde del mar, múltiples bocetos, retratos de mujeres, Guernica), lugar del cuerpo donde se concentra el dolor, presencia insoslayable de Bacon: la serie de retratos sobre el papa Inocencio X, de Velázquez, cuya boca desmesurada nos sobresalta.
Más tarde en Madrid, otras dos, la muestra imposible de superar de los dibujos de Durero en El Prado y, de Memling, una pequeña, refinada, maravillosa, en el Thyssen.