Usted está aquí: jueves 7 de abril de 2005 Opinión De bestias, disparos y otras cuestiones

Olga Harmony

De bestias, disparos y otras cuestiones

Cuando pienso en la nueva dramaturgia, recuerdo la inteligente ponencia de Ximena Escalante en una mesa redonda durante la Muestra Nacional de Teatro pasada. Ximena hizo caso omiso del renuevo generacional y tomó como dramaturgia nueva y actual la que propone y abre puertas a temas y, sobre todo, modos de construcción diferentes, incluyendo al final Amacalone del indiscutible maestro Héctor Mendoza. Creo que este punto de vista es el que hay que tomar en cuenta, porque entre los jóvenes dramaturgos son escasas las propuestas poco convencionales. Se puede hablar de Edgar Chías, quien explora las posibilidades del texto, aunque su interesante El cielo en la piel, que juega con el tema de la fealdad femenina en dos posibilidades, la del realismo de la brutalidad citadina y el anticuento de hadas, no es del todo lograda en su inter-acción. Lo mismo se podría decir de los jóvenes directores, poco inclinados a soluciones eficaces y diferentes. Tal parece que las propuestas innovadoras las están dando, en todos los aspectos, los teatristas de generaciones anteriores, aunque se puede hablar de Agustín Meza o Ricardo Díaz -cuyo teatro no me gusta, pero trata de experimentar- y algunos otros.

Entre estos otros se cuenta Alberto Villarreal Díaz, quien ha reestrenado en la UNAM su montaje de De bestias, criaturas y perras el desolador texto de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, dramaturgo queretano que ha recibido dos premios nacionales y el Premio Ibericano de Dramaturgia José Peón Contreras y al que, probablemente por el asfixiante centralismo, apenas se escenifica en la capital de poco tiempo a esta parte. De bestias... es un texto difícil, sin didascalias que puedan ubicar temporal y espacialmente, ni definición de a quien pertenezcan los parlamentos, un poco a la manera de Sarah Kane y de alguna primera obra del olvidado Oscar Villegas. Villarreal Díaz respeta este supuesto y maneja a sus dos actores en un largo pasillo blanco, separados por una plomada de ingeniero, nmóviles ella de pie y brazos a los lados, él en un banco, alejados y sin tocarse, con pequeños movimientos, muy estudiados, para marcar las diferencias de tiempo. El extraño texto, pleno de ambigüedades y sugerencias, con un final que trastoca los roles iniciales pero que también queda en la sombra, prevalece sobre la acción escénica. Los muy jóvenes actores (yo vi a Beatriz Luna y a Rodolfo Blanco, que alternan con María Luna y Enrique Arreola) tienen un desempeño sobresaliente en actitud, matices de voz y gestualidad en estos personajes y esta escenificación erizada de dificultades.

Otro sería el caso de Cinco balas en la ciudad de los palacios que aglutina otras tantas obras cortas de diferentes dramaturgos y que es propuesta de un grupo de actores que se denomina El regreso de Ulises. Salvo una, aparecen como pequeños ejercicios que poco aportan al desarrollo de la dramaturgia, a pesar de que sus autores -a excepción, quizás de Bea Cármina, desconocida para mí- no son novatos. La salvedad la constituye After Hours de Verónica Musalem, con sus juegos de tiempos e identidades que posiblemente hubiera permitido una obra de mayor extensión. Lluvia de sombras de Bea Cármina es un melodrama con momentos en verdad inverosímiles. Buenos vecinos de Antonio y Javier Malpica es una muy obvia referencia a la invasión estadunidense a Irak, que poco tiene que ver con la ciudad de los palacios y que resulta un lugar común no muy bien estructurado. Los ositos y el misterio del culo es un texto muy desequilibrado, entre la salacidad del diálogo inicial -excesivamente largo- y la historia propiamente dicha que se aparta de ese primer planteamiento. Instrucciones para acabar con la neurosis de Luis Ayhllón es mucho más sólida en su construcción que las tres anteriores y no carece de gracia e imaginación, pero su aparente realismo no se condice con la idea que se muestra de una terapia psicoanalítica.

Esta vez la prisa por subir a escena no fue de dramaturgos o directores, sino de un grupo de jóvenes actores con graves desniveles y que todavía no tienen la madurez actoral para incorporar varios personajes, con lo que la dirección de Luis Ayhllón -por otra parte poco extraordinaria- poco puede hacer. La producción es paupérrima y esos sillones -que en un momento dado hacen un sofá- son una vergüenza en un espacio que cobra en taquilla.

 
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