Usted está aquí: jueves 7 de abril de 2005 Opinión Andrés Manuel López Obrador por sí mismo

Soledad Loaeza

Andrés Manuel López Obrador por sí mismo

La revista Nexos publica en su número de abril un documento firmado por Andrés Manuel López Obrador, Acuerdos para un proyecto de nación, en el que el jefe de Gobierno del Distrito Federal expone con claridad su idea de la política. Uno de los primeros párrafos del texto contiene lo que en democracia es una afirmación alarmante si no es que escandalosa: "En este océano de desigualdad es imposible convivir, modernizar al país y gobernar en forma democrática". La sentencia se acoge a uno de los pilares retóricos más firmes en que se sostuvo la política autoritaria de la que trabajosamente hemos tratado de liberarnos a lo largo del último cuarto de siglo: un país pobre no puede darse el lujo de tener un gobierno democrático. La razón de todos los cambios políticos de los últimos 25 años ha sido demostrar que la pobreza y la desigualdad social no son coartada para el ejercicio autoritario del poder.

López Obrador no es el primer político mexicano que sostiene que la democracia es imposible en un país desigual; lo mismo dijeron una y otra vez todos sus predecesores que llegaron al poder gracias al Partido Nacional Revolucionario (PNR), fundado en 1929, al Partido de la Revolución Mexicana (PRM), que creó por decreto presidencial el gobierno de Lázaro Cárdenas en 1938, y al Partido de la Revolución Institucional (PRI), que nació en 1945. Si en 1988 no se hubiera producido la escisión del partido oficial que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, hoy hablaríamos de la línea de continuidad que lleva del PNR al PRM, al PRI y al Partido de la Revolución Democrática (PRD), que nació en 1989. En esa fecha los antiguos priístas, metamorfoseados en perredistas, habrían festejado el sexagésimo aniversario de la organización que formó Plutarco Elías Calles.

El documento de López Obrador arriba citado sería el texto del discurso que habría pronunciado el pasado 29 de marzo con motivo del 76 aniversario del partido de las grandes mayorías históricas que, según esta tradición que se niega a morir, apoyan en forma unánime al líder de las causas populares. En este contexto tiene mucho sentido la fotografía que publica La Jornada el día de ayer, en su página 4, en la que cinco ex priístas -unos más distinguidos que otros- salen a carcajadas de una entrevista con el jefe de Gobierno. Lo único que uno se pregunta es de qué o de quién se ríen, ¿del PRI o del PRD? Se les mira felices, y la verdad es que tienen motivos para estarlo. Con gran generosidad la izquierda perredista no priísta les ha abierto la puerta para que regresen al poder, y no tuvieron que cambiarse ni el peinado para verse ahora iluminados con la aureola de batallas democráticas que ellos no tuvieron que pelear y tal vez hasta combatieron.

El documento Acuerdos para un proyecto de nación revela que la genealogía política de López Obrador no se limita a Calles, quien aspiraba a formar un país de instituciones; en cambio el jefe de Gobierno propone un país sin instituciones, en el que el líder que dirige al pueblo pacta con representantes de los poderes fácticos "... de los sectores económicos, religiosos y políticos". Así hablaba y gobernaba Luis Echeverría, quien también sostenía que contaba con la voluntad popular mientras pactaba con los poderosos. López Obrador también pertenece a la casta de políticos cuyas pretensiones de poder se fundan en su supuesta facultad de interpretar "el sentir del pueblo" con sólo mirarlo, y tampoco parece dispuesto a admitir que los acuerdos que propone son por naturaleza cupulares y muchas veces oscuros. No tienen la transparencia de los sombrerazos en el Congreso, tampoco son estrictamente representativos porque los actores no tienen un origen electoral.

La nación que nos ofrece López Obrador nos regresa al sistema de corporaciones que nos trajo la corrupción, la pobreza y la desigualdad social que él mismo denuncia. Este es uno de los aspectos más misteriosos del proyecto lopezobradorista: la antidemocracia y sus lamentables consecuencias fueron producto de maneras de hacer política como las que propone. La ausencia de instituciones es la base del autoritarismo, y éste el origen de muchos de los problemas que López Obrador pretende combatir con sus propias manos, los sentimientos populares, la creatividad y la imaginación. De todo esto lo único tangible son los pactos que propone con quienes poseen el poder del dinero. Hay que reconocer que esta vía ya se ensayó, sobre todo entre 1970 y 1976, y poco resolvió nuestros problemas ancestrales.

A menos de que López Obrador no sepa que él es hoy el portador más conspicuo de la tradición del partido oficial, es evidente que apuesta a nuestra mala memoria. No solamente nos pide que no recordemos la corrupción de los funcionarios de su gobierno, a los que él designó y de cuya honestidad se portaba garante y era responsable, sino también espera que nos olvidemos de un largo periodo de nuestra historia, el del país de un solo hombre, la nación excluyente de las mayorías fabricadas en la retórica autoritaria.

 
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