Maximato bis
Carlos Fernández-Vega publica una columna titulada "México SA". Este debería ser el título de mi artículo, pues el asunto del desafuero de López Obrador no puede ser analizado sin considerar el proyecto que un grupo de tecnócratas se propuso llevar a cabo para nuestro país.
Para los fines de estas reflexiones es irrelevante cómo le llamemos al proyecto, y más todavía porque "neoliberalismo" es un concepto insuficiente. Hace 29 años López Portillo, como jefe del Ejecutivo, aceptó las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional y dio cabida a varios tecnócratas en su gobierno, mismos que entraron en contradicción con otros que no lo eran. La decisión "salomónica" de López Portillo fue quitar del gabinete tanto a Tello Macías como a Moctezuma Cid, si mi memoria no me traiciona. Sin embargo, su política económica y financiera continuó hasta desembocar en el salvamento de la banca internacional acreedora a costa de los banqueros mexicanos, medida aplaudida por los villamelones de la política que calificaron la estatización de la banca mexicana como una ofensiva nacionalista.
En aquellos tiempos que, contra lo que pudiera pensarse no han cambiado mucho, el presidente saliente escogía a su sucesor. López Portillo hizo a un lado a un promotor de la industrialización y puso a un promotor de la banca paralela (casas de cambio y bolsa) que llevó al país a un ajuste de tal magnitud que su sexenio de gobierno, en crisis permanente, sólo sirvió para que los tecnócratas se adueñaran de la administración pública y del Partido Revolucionario Institucional, y los empresarios del Partido Acción Nacional.
Miguel de la Madrid, haciendo uso de su facultad metaconstitucional de nombrar a su sucesor, designó ni más ni menos que al jefe de los tecnócratas: Carlos Salinas de Gortari. Este personaje, apoyado ignominiosamente por el gobierno saliente, se hizo del poder presidencial bajo el supuesto de que el pueblo de México aguanta todo, incluso la indiferencia de sus líderes. Hábilmente, Salinas se ganó a la oposición liberal-empresarial, representada en esos momentos por el PAN, le dio algunas concesiones (gubernaturas, unas ganadas, otras no), reprivatizó la banca para dársela a sus amigos, dio pie para acabar con el ejido y las tierras comunales, estableció relaciones con el Vaticano y, finalmente, entregó el país a la dominación legal de Estados Unidos por la vía del Tratado de Libre Comercio y la aplicación de la ley del embudo. Al tiempo que favorecía a los políticos empresarios y a los empresarios políticos, tanto del PRI como de Acción Nacional, persiguió selectiva, pero consistentemente a los activistas del aún joven Partido de la Revolución Democrática. Para completar el cuadro fue asesinado Colosio y su lugar como candidato presidencial fue ocupado por un obcecado tecnócrata, quien, a su vez, hizo lo mismo que su antecesor en relación con la sucesión presidencial, pero con dos cartas: una priísta (Labastida) y otra panista (Fox).
El jefe máximo sigue siendo Salinas de Gortari, su Obregón fue Colosio, y el Cárdenas que terminaría con el maximato de ahora sería López Obrador. Ergo, si la historia enseña algo, el opositor más popular debe quedar fuera de la jugada no sólo porque es popular, como fue el candidato Lázaro Cárdenas en 1933-34, sino porque, al igual que el general, López Obrador trataría de ser presidente sin tutelas y, además, porque su proyecto de país no es compatible con la madeja de corrupciones y complicidades que ha logrado manejar Salinas como en su tiempo hizo Calles.
Pareciera que estoy exagerando, pero no. Cierto es que la analogía no debe ser fundamento de interpretación histórica, pero si estoy haciendo uso de ella es sólo para ilustrar que hay una lógica, poco original, que se está siguiendo desde hace casi 30 años, más concretamente desde 1982. Y esta lógica ha sido adueñarse del país como también lo quiso hacer Calles en su tiempo. Y aquí no hay analogía, sólo repetición de intenciones que bien se pueden documentar. La historia enseña que al dejar que Cárdenas llegara a la presidencia, Calles hizo un cálculo equivocado y perdió. De aquí que no se debe permitir que otro Cárdenas llegue a la presidencia, ni en 1988, por medio del hijo del general, ni en 2006 por medio de López Obrador.
Antes no era necesario simular la democracia con elecciones, ganaba el que tenía que ganar, como fue el caso de Salinas. Pero como ahora las elecciones sí son observadas y analizadas, la estrategia tenía que ser otra: la inhabilitación del posible candidato, enemigo del grupo en el poder, de los dueños de México. ¡Sólo faltaba! ¡Tanto esfuerzo que les ha costado!
El hecho de que el PAN esté haciendo uso de ultraderechistas es irrelevante: los grandes empresarios mexicanos, tanto del grupo Monterrey como los cerveceros y panaderos, además de los banqueros y los dueños de los principales canales de televisión, todos ellos, más los que me faltan de mencionar, siempre han sido de ultraderecha. No hay contradicción. Y si Salinas no es religioso ni del Yunque o del Opus Dei, eso no importa, su proyecto es mantener su dominio. La ideología de sus aliados es también secundaria. Cada quien se sirve de lo que puede, y Salinas sabe muy bien que arriba (no atrás) de los ultraderechistas mexicanos (y latinoamericanos), igual sean religiosos que militares, siempre han estado y están los grandes empresarios. Y éstos, qué duda cabe, están muy agradecidos con su ex presidente, con el jefe máximo que les garantiza una larga vida.
Por ahora los peones de esta jugada son los diputados en mayoría. Ellos saben que si hacen el juego correcto seguirán viviendo del presupuesto. Si no, ¿de qué vivirían?