Usted está aquí: miércoles 6 de abril de 2005 Opinión Fox: populismo fúnebre

Editorial

Fox: populismo fúnebre

Desde el día de la toma de posesión de Vicente Fox, cuando jugueteó con símbolos religiosos en un acto público, quedó claro que el actual Presidente de la República no habría de afanarse mucho en respetar el carácter laico del Estado que encabeza. Esa impresión se confirmó en los días, meses y años siguientes, y el desprecio de Fox al principio de separación entre Iglesia y Estado llegó a un punto deplorable y exasperante cuando, durante la última visita realizada a México por el fallecido Juan Pablo II, el mandatario se hincó ante el pontífice y le besó la mano, acaso sin entender que no sólo honraba en lo personal a un líder espiritual, sino también, como representante de la nación, se arrodillaba frente al jefe de un poder extranjero.

Ahora, cuando la muerte de Juan Pablo II es motivo de dolor y luto en vastos sectores de la población del país, el Ejecutivo federal ha decretado un día de duelo nacional. El pesar de los católicos mexicanos es comprensible y respetable, pero que Fox lo convierta en luto de gobierno tiene un olor inconfundible a populismo demagógico y oportunista que contraviene una vez más la laicidad del Estado y resulta, a fin de cuentas, poco respetuoso para con los no católicos, los no creyentes y hasta para con los dolientes, cuyos sentimientos de tristeza son manipulados por un poder público que tendría que mantenerse al margen de la vida espiritual de sus gobernados.

Los considerandos del decreto, que ha de publicarse hoy en el Diario Oficial de la Federación, son de una debilidad intelectual aterradora. El duelo nacional se establece, dice el documento, porque el Papa fallecido fue un "líder mundial, de reconocida autoridad moral, quien durante toda su vida luchó por las grandes causas de la paz y el entendimiento entre los pueblos y las naciones", por su "trabajo y dedicación a favor de las comunidades indígenas, los migrantes, los refugiados, los discapacitados, las mujeres, los niños, los ancianos y los enfermos", porque "desplegó sus grandes capacidades intelectuales, morales y espirituales al servicio de los demás" y porque "promovió la libertad y la justicia, el fortalecimiento de los derechos humanos y contribuyó al diálogo y acercamiento entre los diferentes credos religiosos". Sería improcedente, en el marco de esta reflexión, suscribir o descalificar tales juicios sobre Juan Pablo II, pero es indudable que no son pocas las personas que mueren en el mundo a las que pueden atribuírseles méritos semejantes a los que el Ejecutivo federal encuentra en el pontífice recién fallecido, y no por ello se decretan duelos nacionales. Lo medular del decreto no son las virtudes del Papa difunto, sino la decisión de la Presidencia de la República de erigirse en vocera espiritual de "la gran mayoría del pueblo de México" y en representante "del manifiesto afecto que éste le tuvo a S.S. Juan Pablo II". El titular del Ejecutivo federal ­y es lamentable la necesidad de mencionar algo tan obvio­ es el representante político de la nación. El hecho de que pretenda arrogarse, además, la representación de las convicciones religiosas o los sentimientos de luto de los católicos, pretensión populista y demagógica si las hay, no sólo es un agravio para los propios creyentes (cuyo dolor, ha de reiterarse, es respetable), sino para el conjunto de una sociedad cuya diversidad y pluralidad son cada vez más claras, lo que hace más pertinente que nunca la vigencia de la separación entre el Estado y las distintas organizaciones religiosas.

Para concluir, el gobierno de Fox no es, en la hora presente, el único en realizar esta mezcla inapropiada de los valores de la institucionalidad laica con los sentimientos de la grey católica. El presidente francés, Jacques Chirac, hizo otro tanto: decretó un duelo nacional en memoria de Wojtyla y recibió, a cambio, severos cuestionamientos. El opositor Partido Socialista acusó al mandatario francés de "atentar contra las reglas fundamentales y profundas de la separación de los intereses de la Iglesia y los de la República", y la Unión Democrática Francesa (de origen democristiano) destacó que "debe hacerse una distinción entre las convicciones espirituales y las opciones políticas y nacionales" (Libération, 5 de abril). Pero mal de muchos es consuelo de tontos, y no lo es, ciertamente, para el decoro republicano ante este enésimo pisotón propinado por la Presidencia de la República.

 
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