Los personas de sus libros invitaron a los niños a partir el pastel en Bellas Artes
Fiesta de la imaginación para celebrar el bicentenario de Christian Andersen
El calor y la tertulia vencieron al interés por releer la obra del escritor danés
Ampliar la imagen Las historias de Hans Christian Andersen lograron cautivar a todo el p�o FOTO Mar�Luisa Severiano
Amparadas en algún recoveco de la memoria estaban las imágenes de los personajes de los cuentos de Hans Christian Andersen. Desde muy temprano, los rostros de los niños, que se encontraban en el Palacio de Bellas Artes dibujaban una sonrisa. El pasado regresaba para algunos.
A partir de las 11:30 horas, niños acompañados por sus padres acudieron a la explanada del recinto de mármol, el motivo: festejar el bicentenario del natalicio del escritor danés Hans Christian Andersen.
Personalidades como Soren Haslud, embajador de Dinamarca en México; Eudoro Fonseca, director general de Vinculación Cultural y Ciudadanización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y Sonia Salum, directora de Desarrollo Cultural Infantil, se dieron cita en la fiesta.
Recordar al autor de La princesa y el guisante no sólo fue un momento de entretenimiento, sino un encuentro con la literatura infantil. Primero, algunos personajes de los cuentos de Andersen desfilaron por el Palacio de Bellas Artes para invitar a los pequeños a la gran fiesta.
La pequeña vendedora de fósforos, de cabello oscuro y corto, cuyo semblante mostraba los daños causados por el frío, se acercaba a las familias y les decía que la fiesta estaba por comenzar; hubo una pequeña que con su dedo le indicaba que no quería comprar, inmediatamente su madre le explicó que se trataba de un personaje de cuento.
Durante varias horas, narradores caracterizados como el soldadito de plomo, el porquerizo y la vendedora de fósforos contaron su propia historia en una carpa que se colocó en el lugar. La fiesta se convirtió en un libro abierto para el público. El placer de la lectura comenzaba, mientras la intensidad del calor crecía.
Conforme transcurría el tiempo llegaban los recuerdo de la infancia para los adolescentes, los niños se divertían adivinando el título del cuento. Los padres, en su afán por que sus hijos observaran de cerca a los personajes, los llevaron al frente del escenario para que estuvieran sentados en el piso.
El silencio sorprendió a los asistentes cuando una de las organizadoras presentó a Hans Christian Andersen. El cielo fue cómplice de la celebración. En ese momento, los pequeños aplaudieron, los curiosos se acercaron y los organizadores sólo observaban. Brotó el sonido del flash. Fotos y más fotos. Al mirar al escritor nacido en Odense en 1805, el tiempo se detuvo.
El autor de El ruiseñor decidió narrar episodios de su vida y de su obra. Cuando comenzaba a explicar la historia de un cuento presentaba al personaje para que continuara con el relato. El público escuchó al soldadito de plomo, la niña de los zapatos rojos, la vendedora, el porquerizo y la princesa.
Alrededor de las 13 horas, la mayoría de la gente prefirió la sombra, entonces apurados, cambiaron las sillas bajo un árbol. Los niños más pequeños se inquietaron, los padres los llevaron de un lado a otro sin lograr que dejaran de sollozar. Algunos decidieron retirarse. Caminaron despacio, se alejaron del lugar.
Olvidándose o tratando de olvidar que ya no son niños, los jóvenes también disfrutan del convite. Ellos sí permanecieron sentados durante horas bajo el sol y observando de lejos la figura del autor, se conformaron con escuchar su voz.
Antes de que más invitados se marcharan, la gente cantó las mañanitas al escritor, quien muy sonriente apagó las velas con el número 200. De pronto tomó por sorpresa a la princesa, que para la ocasión acudió con un vestido azul y una pequeña corona. Esta escena no terminaba, al fondo también hacían gala de su destreza para bailar la vendedora de fósforos y el soldadito.
Está encuerado
Hasta el momento todo marchaba bien, pero cuando anunciaron que se repartiría el pastel, en segundos la gente estaba ya de pie y formada para recibir su respectiva rebanada. Con el propósito de que ningún niño se quedara sin pastel, les pusieron un sello en la mano a los pequeños. Los organizadores no dejaban de partir y repartir el pastel.
Antes de obsequiar los libros de los cuentos, en el escenario apareció el personaje de El traje del emperador e invitó a los niños a ser parte del relato, ya que se encargaron de vestirlo con el famoso traje que confeccionaron supuestos tejedores. Entre el público un niño grito: "está encuerado". Le siguieron las risas y más gritos: "Son rojos, son rojos".
Después de repartir los libros, la fiesta terminó y lentamente la gente se retiró. Ni bonita, ni fea, fue la celebración, sólo las personas que asistieron saben lo que ahí sucedió.