Usted está aquí: domingo 3 de abril de 2005 Capital Los acueductos

Angeles González Gamio

Los acueductos

Ya hemos hablado de que al estar México-Tenochtitlán rodeada de lagos -unos de agua dulce, no potable y otro de salada- necesitaba acarrear de manantiales la que requería para abastecer una población que se calcula llegó a 200 mil habitantes. Probablemente en un principio se llevaba en tinajas de barro trasladadas en canoas, y al crecer el número de habitantes se pensó en un método más eficiente. Así surgieron los acueductos.

Una interesante investigación de Cecilia Moreno y Antonio Camarena nos habla del primero que se construyó para traer agua de Chapultepec, durante el reinado de Moctezuma I, en la segunda mitad del siglo XV. Aunque el trazo más directo era sobre el lago, la construcción presentaba dificultades técnicas, por lo que se optó por llevarlo de Chapultepec hasta la calzada de Tlacopan -hoy Tacuba-, que comunicaba Tenochtitlán con tierra firme, para aprovechar sus terraplenes. El acueducto consistía en una cañería de barro a cielo abierto que se apoyaba directamente sobre la calzada. Previsores, los aztecas, con el fin de hacer reparaciones y limpieza sin que se suspendiera el abastecimiento, construyeron paralelamente un segundo canal junto al primero. En sus Cartas de Relación al rey, Hernán Cortes, impresionado, los describe con minuciosidad: "Por la una calzada -dice- que a esta gran ciudad entran, vienen dos caños de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno, y tan altos casi como un estado, y por el uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del gordor de un cuerpo de hombre, que va a dar al cuerpo de la ciudad, de la que se sirven y beben todos. El otro que va vacío es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia; y porque el agua ha de pasar por los puentes, a causa de las quebraduras por do atraviesa el agua salada..."

Años más tarde estos acueductos resultaron insuficientes y se construyeron varios más, que fueron en gran medida la base para los que se edificaron durante el virreinato, de los cuales existe vasta información que viene al caso recordar: el llamado de Chapultepec, cuya desembocadura era en la fuente Salto del Agua; los jóvenes investigadores explican que en realidad se llamaba de Belén. Y el acueducto que venía por lo que ahora conocemos como San Cosme y terminaba junto al convento de Santa Isabel, que ocupaba el predio en donde hoy se encuentra el Palacio de Bellas Artes; ese era en realidad el de Chapultepec, cuyo origen fue el que construyeron los aztecas.

El primero tenía casi cuatro kilómetros y 904 hermosos arcos; de esto nos queda un pequeño tramo en la avenida Chapultepec. El otro contaba con 900 arcos y varias fuentes, notables por su belleza barroca; de ello no queda absolutamente nada.

Particularmente hermosa era la fuente conocida como de La Tlaxpana, que era parte del acueducto de San Cosme, que terminaba en otra fuente llamada de La Mariscala; recibía ese nombre por la mansión de una regia señora, ubicada justo enfrente. De la primera no queda más que una fotografía que muestra una fuente tipo italiano con ángeles, músicos, columnas estípites profusamente decoradas, un gran nicho con una media concha, que resguarda la figura tamaño natural de un personaje sedente, elegantemente ataviado y a sus pies un enorme escudo, probablemente de la ciudad virreinal. Resulta increíble que se haya destruido esa belleza.

Afortunadamente se salvó la conocida como del Salto del Agua, también muy hermosa, de la que hemos hablado con anterioridad, terminada de construir en 1779, y que recibió ese nombre por la caída del líquido en forma de cascada sobre el tazón sostenido por un grupo de niños que montaban delfines. La fuente actual es una copia idéntica que se hizo en 1949, ya que la original estaba muy deteriorada y se trasladó a la huerta del Colegio de Tepozotlán.

Como homenaje a la desaparecida fuente de La Mariscala vamos a comer al restaurante Los Girasoles, ubicado en la soberbia Plaza Manuel Tolsá, para que veamos desde el balcón el sitio en donde se encontraba y la imaginemos, -con la ayuda de un tequilita- en su momento de esplendor.

Tras ese místico momento iniciemos el festín con unos finísimos escamoles, acompañados de guacamole y tortillas del comal. Vale la pena probar la crema de pimiento morrón y elote, y desde luego el filete de pescado relleno de jamaica, con salsa de la misma flor. Para el calor se apetecen las nieves de la casa, en esta temporada de mamey y guanábana, sobre rodajas de manzana y con salsa de frutas.

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