¿La banca o la banda?
A partir de aquel fenómeno de la inflación galopante que nos ha perseguido por tanto tiempo, de la nacionalización de la banca y del auge de las bolsas de valores, lo que había sido una confianza absoluta en los tiempos de los banqueros de verdad, ha desaparecido. Ayudó no poco el Fobaproa, calificado de fraude gigantesco por los que saben de finanzas, obviamente en perjuicio del pueblo y en beneficio de unos banqueros que vendieron sus acciones y pusieron la banca en manos extranjeras.
Recordemos también los tiempos del anatocismo, ese cobro de intereses sobre intereses que se puso de moda en épocas de absoluta crisis, lo que también nos ayudó a calificar al sistema. Pero ahora los problemas son de otra naturaleza.
Durante algunos años los bancos eran objeto de asaltos frecuentes. Hubo aquel conflicto entre los banqueros y el Gobierno del Distrito Federal acerca de quién debería cuidar que no hubiera asaltos, porque las autoridades consideraban que estaban aportando demasiado sin recibir nada a cambio. No sé cuál sea la situación en este momento, pero el hecho cierto es que, aparentemente, se han reducido los asaltos desde fuera.
El problema ahora son los asaltos desde dentro. Obviamente, por una selección indebida del personal; por el aprovechamiento de los mecanismos cibernéticos que se han convertido en protagonistas; por el exceso de esperas de los clientes que con toda razón se quejan de su pérdida de tiempo en las ventanillas, lo cierto es que se ha desatado una absoluta falta de honestidad que acaba con aquella vieja confianza que había con los viejos banqueros.
Hoy los bancos roban desde adentro. Supongo que no será como resultado de acciones de sus directivos, sino que el problema se ubica en ventanillas y empleados medianos, enterados de los saldos de los clientes. Hay varias fórmulas, para que usted tome sus precauciones.
La primera, elemental, es que cuando le entregan una chequera nueva, el cliente, apurado, siempre con prisas en esta ciudad infernal, la recibe y no toma la precaución de contar los cheques. No siga usted ese camino. Porque ahora, aprovechando las firmas de origen que aparecen en el documento de apertura de la cuenta y un chequecillo que se arrancó de la chequera nueva, el susodicho empleado copia la firma con un scanner, se anota un beneficiario cómplice, y tranquilamente se embolsa miles de pesos o cientos de miles, que de todo pasa, por cuenta de usted.
No tengo noticias de que se haya investigado un asunto de esos y que, como consecuencia, se haya detenido a alguno o algunos empleadillos, porque o hay complicidades de arriba o nuestros investigadores son tan sublimemente incompetentes que no pueden entender que conocer los saldos, calcar las firmas de origen y la posibilidad de arrancar cheques sólo lo pueden hacer esos empleados.
Ahora, hoy, me ha tocado otra de las famosas hazañas pero con sello cibernético. Afortunadamente, las cosas no serán tan serias porque, por pura casualidad, en la maraña de maniobras fraudulentas alguien le vio la cara nerviosa al autor final de la cadena de defraudadores que empieza detrás de los mostradores de los bancos y puso en marcha el estado de alerta.
La historia es sencilla. Hoy nos hablaron de un banco en el que tenemos una cuenta que sirve, porque así lo manda y ordena la Secretaría de Hacienda, para pagar por Internet los impuestos. No la usamos para nada más. El banco, con una irresponsabilidad digna de mejores causas, recibió por Internet una supuesta orden de nosotros para depositar en la cuenta de una automotriz el valor de un automóvil. El banco, más pronto que de inmediato, procedió a cumplir la orden e hizo la transferencia vía Internet.
Afortunadamente en la empresa vendedora alguien le vio la cara al frustrado comprador: el asunto andaba por los 170 mil pesos, lo notó muy nervioso y, prudente, habló al banco para cerciorarse de que un tal Néstor de Buen había ordenado esa transferencia.
Algún funcionario o funcionaria del banco hizo contacto con la sucursal donde tenemos la cuenta, y obviamente de ahí se comunicaron a su vez con la administradora del bufete que les dijo que no había existido tal transferencia.
Le he perdido la pista a lo que haya seguido. Salvo que la empresa vendedora del automóvil no lo entregó sin poder detener al sujeto que seguramente puso distancia y desapareció. Ahora tendrá que devolver al banco nuestro dinerito, y el banco, a su vez, depositarlo en nuestra cuenta y realizar un acto de contrición de que jamás volverán a actuar con tanta ligereza, por lo menos en tres o cuatro días.
No sé si algunos cajeros también aprovecharán el despiste de los cobradores de cheques para guardarse alguno de los billetes. Si sé que alertan a algún cómplice de que un cliente ha sacado buena suma de efectivo para que al salir lo asalten. Por supuesto que ha ocurrido.
Pero perderle la confianza a la banca es algo muy serio. Creo que Paco Gil debe poner en práctica medidas urgentes.