Usted está aquí: martes 29 de marzo de 2005 Opinión Dos grandes culturas, al amparo de los imperios

Jorge Legorreta/ II y última

Dos grandes culturas, al amparo de los imperios

Ampliar la imagen Dibujo de David Roberts, en 1839, que ilustra la portada del libro hist�o Egipto

Memorias entrelazadas entre México y Egipto

A partir de hoy, martes 29 de marzo, el público podrá admirar las 152 obras provenientes de Alemania que componen la exposición Faraón: el culto al Sol en el antiguo Egipto, inaugurada anoche en el Museo Nacional de Antropología por el presidente de la República. ''Lo que nos gustaría ver en los museos alemanes -dijo en entrevista a La Jornada el curador de esta muestra, Dietrich Wildung- es este interés de la población local por conocer su propia historia". En este contexto, ofrecemos la culminación del análisis que realiza Jorge Legorreta, quien fue agregado cultural de México en El Cairo.

Apesar de que México y Egipto son países con una historia ancestral, su cultura en el mundo occidental fue conocida sólo a partir del siglo XIX. Hasta ese momento, las conquistas de los nuevos territorios de América, más en busca de riquezas materiales que espirituales, habían mantenido en la más absoluta marginación el conocimiento sobre su patrimonio cultural. No fue sino con las nuevas ocupaciones imperiales del siglo XIX cuando se produce el verdadero descubrimiento cultural de los dos grandes pueblos: el mexicano y el egipcio.

El descubrimiento cultural. Napoleón Bonaparte y Humboldt

En efecto, este ''descubrimiento cultural" de Egipto y México es casi paralelo en la historia. El primero a partir de la conquista de Napoleón en 1798 y el segundo a partir del viaje de Alejandro von Humboldt hacia territorios americanos, realizada entre 1799 y 1804. Uno de los resultados más importantes de tales descubrimientos concordantes fueron dos obras famosas, una por cada país, que hicieron posible la difusión más allá de la elites del poder, de las riquezas culturales que existían en ambas colonias. La primera es La descripción de Egipto, publicada entre 1809 y 1816; consta de cinco volúmenes, tres de textos y dos con ilustraciones, estos últimos exhibidos actualmente en la Biblioteca de Alejandría. La otra obra es el Ensayo político del reino de la Nueva España, del propio Humboldt, publicada en alemán en 1809 y en francés 1811, con un complemento editado años después, denominado Atlas pintoresco de viaje. Vistas de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América. En el conocimiento y la difusión de ambos patrimonios hubo igualmente algo común: la creación de comisiones de científicos que Francia enviaría junto a sus ejércitos. La conquista de Egipto por Napoleón Bonaparte se acompañó de una comisión de científicos encargados de realizar las investigaciones y que, entre otros encargos, hizo posible la obra editorial antes señalada; y con el mismo propósito Napoleón III, durante la ocupación francesa de México, realizada de 1862 a 1867, imitando al tío, creó una comisión semejante, aunque ésta no logró editar obra alguna; en ella participaron Charles Etienne Brasseur de Borbourg y posiblemente el arqueólogo Claude Joseph Desire Charnay (Alcina Franch, José. La época de los viajeros (1894-1880). ''El registro de las antigüedades'', Revista Arqueología Mexicana, número 54). El mismo Napoleón Bonaparte, seguramente con algunas imágenes en mano de los monumentos egipcios, conocería los de México por las ilustraciones del propio Humboldt, quien a su regreso de América, visitaría en diversas ocasiones al emperador francés. Seis décadas más tarde, hacia los años 1860, el otro Napoleón, el III, mandaría sus ejércitos a México y no precisamente a conocer sus riquezas patrimoniales.

Egipto en la intervención francesa de México

Al transitar por las salas del Museo del Ejército ubicado en la Citadel, de El Cairo, extraña un cuadro donde se muestra con una extensa línea el desplazamiento del ejército egipcio hasta el puerto de Veracruz, en febrero de 1863. Se trata, sin que exista allí mayor información museográfica e histórica, de una atípica participación de un contingente militar egipcio-sudanés durante la intervención francesa en México (Sudán era en ese entonces parte de Egipto).

Por esos tiempos, Francia y otros imperios europeos proseguían sus intenciones de extender sus dominios hasta los territorios americanos, a pesar del poderío estadunidense que se asignó, después de la anexión del territorio mexicano, la protección de las nacientes repúblicas contra las viejas monarquías europeas. Tal protección del mundo se fundamentó en el Destino Manifiesto, concepto aparecido en 1845, y en la famosa Doctrina Monroe que el presidente del mismo apellido expusiera desde 1824 y que sintetiza la frase "América para los americanos". A pesar de ello, Napoleón III de Francia, apoyado por España e Inglaterra, decidió la intervención en México en 1862. Como toda guerra imperial tiene su pretexto, el caso aquí fue la moratoria a la deuda del presidente Benito Juárez. Con los barcos de las tres potencias en las costas de Veracruz, México fue obligado a negociar, logrando el retiro de los últimos dos países. No así con Francia, que buscaba desde el principio otros fines. Su emperador Napoleón III explicó dichos fines en una carta enviada a su embajador en Londres, conde Flahault, para ser entregada a lord Palmerson, primer ministro británico y consignada por la historiadora Margarita Martínez: ''Es inútil que yo me extienda aquí sobre el interés común, que nosotros tenemos en Europa, en ver a México pacificado y gozando de un gobierno estable. Por una parte este país, dotado de todas las ventajas de la naturaleza, ha atraído muchos de nuestros capitales y de nuestros compatriotas cuya existencia se encuentra sin cesar amenazada, pero además al regenerarse (sic) formaría una barrera infranqueable a las usurpaciones de América del Norte. Ofrecería una salida importante al comercio inglés, español y francés explotando sus propias riquezas, en fin, haría un gran beneficio a nuestras fábricas extendiendo sus cultivos de algodón. El examen de estas diversas ventajas, así como el espectáculo de uno de los más bellos países del mundo entregado a la anarquía y amenazado de la ruina próxima, son las razones que me han interesado vivamente en la suerte de México". (Ref. Quirarte, Martín. Historiografía sobre el Imperio de Maximiliano, UNAM, IIH, 1970). Y para estos fines expansionistas, Napoleón III vio en la figura del archiduque de Austria, Fernando Maximiliano de Habsburgo, casado con Carlota Amalia, hija de Leopoldo I, rey de Bélgica, el mejor candidato para crear un imperio francés en México. Sin la ayuda de sus antiguos aliados alemanes y españoles, logra el apoyo militar de los franceses auxiliados por un pequeño contingentes belga y austriaco, al que se suman el ejército egipcio-sudanés ''prestado a Francia por el virrey... de Egipto". Fernando del Paso escribe que ''Forey al frente de dos divisiones, hicieron descender a 28 mil hombres en territorio mexicano (...) a esto se agregaban casi 7 mil hombres más y los contingentes nubio y egipcio" (Noticias del Imperio, El Colegio Nacional y FCE, 2000, pág. 152)

Resulta interesante transcribir una versión egipcia sobre el acompañamiento del ejército en la invasión francesa de México: ''Producto de las revoluciones y del régimen de gobierno inestable, las fuerzas militares francesas con refuerzos adicionales invadieron la ciudad de México en junio de 1863; y en virtud de la gran amistad entre Egipto y Francia, Napoleón III solicitó al rey (Wali) una fuerza egipcia-sudanesa para respaldar a las fuerzas francesas. Una infantería egipcio-sudanesa abandonó el puerto de Alejandría el 8 de enero de 1863, navegó por el océano Atlántico y llegó al puerto de Veracruz el 23 de febrero de 1863. La navegación duró 47 días. Entre otras acciones gloriosas estuvo la seguridad de la emperatriz de México (Carlota) cuando visitó Veracruz. Cumplieron su misión de acabar con la rebelión mexicana y después de cumplida su misión se embarcaron y al llegar a París el 2 de mayo de 1867, el emperador Napoleón III las condecoró y otorgó recompensas, reconociendo su habilidad y bravura; llegaron a la patria el 28 de mayo de 1867 y fueron recibidas por el rey (Wali) en el patio del palacio de Eltin. 48 soldados muertos escribieron con su sangre el ejemplo de la valentía lejos de la patria (ahí) donde las fuerzas europeas habían fracasado en frenar las rebeliones en México." (Revista Al-Nassr, volumen 696, junio de 1997.)

Dos precisiones históricas imprescindibles. Una, la llegada conjunta del ejército egipcio a México fue posterior a la espectacular derrota que había sufrido un año antes el primer contingente francés bajo el mando del general Lorencez; es la heroica batalla ganada por mexicanos que por obvias razones no aparece consignada como se merece en el Museo de Guerra de París, escenificada en Puebla el 5 de mayo de l862 por el general Ignacio Zaragoza. Dos, la aventurada intervención francesa, que en realidad resultó un fracaso para Napoleón III, se hizo aprovechando que Estados Unidos libraba entonces una guerra civil, pero concluida ésta, el país del norte contribuyó en favor de México para el retiro de las tropas francesas; ésta sería la ultima intervención militar de un imperio europeo en América. En 1865 Abraham Lincon reconoció al gobierno de Benito Juárez y exigió la salida de las tropas invasoras. Napoleón III abandonó así a Maximiliano, quien sin el apoyo militar francés fue fusilado en junio de l867; meses antes las tropas de ocupación se habían embarcado hacia el Atlántico y con ellas el contingente egipcio-sudanés. En realidad, Francia necesitaba sus tropas para enfrentarlas tres años después, en 1870, contra Prusia, y 15 años después, en 1882, para invadir a su propio ex aliado: Egipto; esto, derivado del primer conflicto entre potencias europeas por el control del canal de Suez, la estratégica comunicación fluvial que modificó, a partir de su inauguración en 1869, las rutas comerciales del mundo.

Maximiliano, fundador de los museos de Antropología

El Museo de Antropología de México y el de El Cairo nacieron hermanados por un legendario personaje llamado Fernando Maximiliano de Hasburgo, quien gobernó México con la protección de las tropas de ocupación francesas entre l864 y 1867. Esta es la historia. Muchos años antes de que Maximiliano, el archiduque de Austria, soñara con ser emperador de México, disfrutaba con gusto inusitado un constante transitar por los mares del mundo. Desde su castillo en Miramar, situado en un pequeño puerto de la hoy frontera de Italia con Eslovenia, navegaba constantemente por todas las costas del Mediterráneo. En uno de sus tantos viajes, fungiendo como almirante y comandante en jefe de la flota austro-húngara, visitó en El Cairo la ciudadela de Saladino, donde se exhibían en la Sala de Instrucción Pública algunos de los tesoros arqueológicos que lograban sobrevivir su descomunal saqueo por los imperios europeos. Esta sería una de las primeras sedes de lo que posteriormente se convertiría el actual Museo de El Cairo, construido en los primeros años del siglo XX. En dicha visita, realizada en 1855, el virrey (Jevide) Abbas Pasha le dona a Maximiliano prácticamente toda la colección ahí reunida, la cual traslada a Viena para ser expuestas en lo que sería el primer museo arqueológico de Egipto, aunque fundado en el exterior; incluso, en diversas publicaciones turísticas editadas en El Cairo se consigna que el primer museo arqueológico de Egipto se fundó, efectivamente, en Viena. Fernando del Paso, en su obra citada Noticias del Imperio, relata:

''De pie en el pequeño muelle de Miramar, frente al azul Adriático, Maximiliano acariciaba la cabeza de la esfinge labrada en piedra que había llevado de Egipto."

Probablemente tal esfinge pasó a formar parte de los museos de Berlín y sea la misma que, procedente de Alemania, se exhibe a partir de hoy en la exposición egipcia en el Museo Nacional de Antropología.

Pero, volviendo al relato, Maximiliano, ya como emperador de México bajo la protección del emperador francés Napo-león III, intenta sin lograrlo crear en la ciudad de México un gran museo de arte. Al parecer, la causa del fracaso del proyecto fue el extravío de las piezas transportadas desde Europa por naufragio o por la piratería muy común por esos tiempos. Es probable, entonces, que algunas de las piezas donadas por Egipto fueran parte de ese valioso cargamento marítimo extraviado; o también que algunas pertenezcan actualmente al Kunsthistoriches Museum de Viena; o bien, como se anotó antes, que se hayan distribuido en otras ciudades alemanas.

Lo real de toda esta historia es que Maximiliano de Habsburgo, que gustaba de las bellas artes, fue el fundador del primer museo de Arqueología de México, inaugurado el 6 de julio de 1865 en la calle de Moneda, aledaño al Palacio Nacional; esta sede fue antecedente del actual Museo Nacional de Antropología, aunque en estricto sentido, desde 1824 se fundó el primer museo histórico con el nombre de Museo de la Federación Mexicana, ubicado en la antigua Universidad.

Así, Maximiliano se convirtió sin saberlo y sin buscarlo, en el creador y en el puente histórico entre los dos más importantes museos de México y El Cairo. No es todo. Los paralelismos históricos no excluyen la similitud existente en los diseños arquitectónicos de ambos edificios, construidos con 60 años de diferencia. De los grandes museos del mundo, el de Antropología de México y el de El Cairo se distinguen por tener una planta rectangular en dos pisos y con patio central (el de México al aire libre) por el que se accede a las salas del museo; es decir, no se trata de las laberínticas plantas características, por ejemplo, del Metropolitano de Nueva York, el Louvre de París o el Británico de Londres, por citar sólo algunos casos. El proyecto del Museo de El Cairo, resultado de un concurso, es del arquitecto francés Marcel Dourgnon; la inspiración, se dice, fue la antigüedad clásica y los templos egipcios que situaban las salas alrededor de un gran patio central. Este museo fue inaugurado el 15 de noviembre de 1902. El proyecto del Museo Nacional de Antropología de México es del destacado arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez, quien buscando contar con recorridos simples que permitiesen ''salir y entrar a las salas sin perderse" distribuyó igualmente las salas alrededor de un gran patio central al aire libre, donde colocó una espectacular techumbre.

Esta sede del museo mexicano fue inaugurada el 17 de septiembre de 1964. Como hemos visto en estos breves artículos, entre México y Egipto hay muchas similitudes, pero aún muchas más por conocer y descubrir.

 
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