Usted está aquí: miércoles 23 de marzo de 2005 Opinión Los grandes círculos del poder

Luis Linares Zapata

Los grandes círculos del poder

La decisión del gobierno de George W. Bush de montar la guerra preventiva contra Irak desencadenó numerosos efectos colaterales en los centros de poder del mundo. Uno de ellos, que pasó casi desapercibido para el común de los ciudadanos, fue el alineamiento de posturas y visiones logrado entre Francia, Alemania y Rusia. Los tres habían sido afectados por la intervención unilateral estadunidense, que trastocó el modus operandi que prevalecía en Medio Oriente. Los tres, con fuertes inversiones, créditos insolutos y contratos por cumplimentar con el Irak de Saddam Hussein.

Feroces rivales y hasta enemigos históricos, estos países se vieron forzados a buscar escenarios dentro de los que pudieran hacerse oír, de acuerdo con la potencia de sus economías, culturas y aparatos militares. La alianza no pasó desapercibida para los estadunidenses, quienes, apegados a su ya tradicional arrogancia, al no aceptarla como trascendente, trataron de ningunearla y la arrumbaron en el desván de los acuerdos circunstanciales. Los intereses encontrados entre estas naciones, supusieron, harían intransitable los pasos posteriores para consolidar, entre esos robustos estados, algún tipo de políticas y acciones combinadas que los pusieran en la ruta de lograr que Europa se introdujera en el cuarto de las decisiones mundiales. En ese ambicionado lugar donde, por ahora al menos, sólo cabe un gran superpoder, el de Estados Unidos.

Pero también cabe visualizar el futuro de este siglo XXI que se inicia a tientas. En éste aparecen otros jugadores en el horizonte. China es uno de los fundamentales, y se espera que para mediados de la centuria arribe a la categoría de gran potencia. Juntos, China y Estados Unidos, disputarán el liderazgo mundial. Los europeos, por su parte, saben que es momento de subirse al tren de la competencia. De perder la oportunidad se quedarían rezagados de manera irremediable, al menos por el futuro ahora previsible. Saben que juntos, con Rusia como aliada, pueden formar todo un bloque que abra para ellos el cerrado bastión del privilegiado espacio de las decisiones que inciden en diseñar la globalidad.

Por eso, y como preámbulo a las vacaciones de Semana Santa, se reunieron en París, Francia, los tres países que antes habían alzado sus voces y músculo diplomático para protestar contra las acciones unilaterales del gobierno de Bush en Irak. A ellos, de manera sorpresiva pero dentro de una lógica bien fundada, se incluyó por vez primera España.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero tuvo así la ocasión, después del largo, larguísimo periodo de letargo de España como protagonista mundial, de volverla a situar en el lugar que puede corresponderle por derecho propio. Lugar bien ganado por los ibéricos en su recuperación y, sobre todo, por la política de realineamiento con su centro vital: el europeo. Posición de donde el anterior gobierno de José María Aznar los había sacado para tratar infructuosamente de acercarlos a Washington y, en particular, identificarlos con el eje formado con posturas conservadoras, tan incrustadas y crecientes en los pasillos del poder en varios países.

Los españoles vuelven a ocupar un asiento en este triunvirato europeo del que habían sido desalojados y al que han vuelto, un tanto titubeantes todavía, por la puerta de los aciertos del régimen socialista del presidente Rodríguez Zapatero. España sirve tanto a Francia como a Alemania de amortiguador, e introduce una voz y una visión que mucho hará para hacer que Rusia pueda sentirse a gusto en compañía de aquellos que durante siglos han sido sus enemigos o rivales.

Rusia, por su parte, tiene que tomar partido. Su alma nacional está cruzada, desde hace siglos, por arraigadas dudas entre sus aspiraciones y modos de ser: a veces europea y otras asiática. De inclinarse por la alianza con China, corre el riesgo de ser avasallada por el espíritu oriental y muchas veces imperial de su vecina. Los puntos neurálgicos que definió el presidente francés Jacques Chirac en la reunión de amigos y socios a que fueron convocados el alemán Gerhard Schroeder, el español Rodríguez Zapatero y el ruso Vladimir Putin no pueden ser más representativos de los propósitos generales de la alianza. Uno, la libre circulación de personas. Dos, la creación de un espacio donde se respeten los derechos humanos. Tres, la aproximación de economías, universidades y centros de investigación y cultura. Cuatro, los servicios de paz. Este último punto, un eufemismo que ampara el músculo militar, sobre todo el paraguas nuclear y balístico de Rusia.

El tema energético, factor que aporta Rusia sobre todo, no puede ser soslayado en el numeral de los acuerdos y las consideraciones para la integración propuesta. Al contrario, éste se encuentra en el mero corazón de la alianza en formación. A este propósito quieren estos países adicionarle los recursos que hay en Medio Oriente, en especial los iraníes, a quienes han apoyado en sus pretensiones nucleares. En México, mientras tanto, se debate sin claridad ni objetivos precisos de geopolítica, por una parte, sobre la soberanía o la dependencia energética, al tiempo que se asoma el rudo rostro de los problemas, las trampas y las trabas al buen desenvolvimiento de la democracia y sus instituciones de soporte.

 
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