Usted está aquí: martes 22 de marzo de 2005 Opinión Disputa interna

José Blanco

Disputa interna

No hay duda, el petróleo es la palanca principal que tenemos en este momento para el desarrollo futuro del país. Pero en términos estratégicos nos durará muy poco tiempo y sería de urgente necesidad alcanzar un consenso inteligente sobre este tema sobreideologizado.

La palanca principal, sin embargo, está acompañada de tal número de otros factores y condiciones que nos remite a la economía nacional como conjunto; aún más, nos remite a nuestra formación social en tránsito (quieto).

Lo obvio: el raquitismo biafrano de la carga impositiva mexicana, debido a la evasión y la elusión fiscales, y al monstruoso tamaño de la economía informal -responsabilidad íntegra de gobierno federal, específicamente de la insolvencia técnica y probablemente de la corrupción política de la Secretaría de Hacienda- explican la expoliación sin nombre que se ha hecho de Pemex.

Pero hay más: están también los rapaces intereses extranjeros en permanente presión sobre este recurso de la nación, y está al final, pero no en último lugar, la histórica e inefable corrupción del sindicato petrolero, permitido y auspiciado por la empresa y en última instancia por el gobierno federal desde tiempos inmemoriales.

Es preciso no dejar de lado, asimismo, nuestra incompetencia técnica para una explotación integral de esta industria, desde la exploración hasta la petroquímica secundaria. Que en los años 50 esta incompetencia estuviera presente no es extraño; que más de medio siglo después continúe, es imperdonable.

Cuauhtémoc Cárdenas tendría razón en lo que dice que no dijo: no es indispensable, a la luz de los hechos de hoy, que no podemos modificar en el corto plazo, asociarnos, con equidad, con las empresas mexicanas y extranjeras que inviertan en un desarrollo vigoroso de la industria en su conjunto, reservando la exploración y la extracción primaria al Estado mexicano.

Pero Cárdenas no habló de la corrupción sindical, y es un tema ineludible. Aunque ya se sabe; para los políticos lo que sobra son los temas eludibles: la inmoralidad social propia de la política mexicana, el realismo político, lleva a los políticos, si lo estiman preciso, a la necesidad de convivir con la más podrida corrupción, si en ello va un escalón para su ascenso. La política -se ha aceptado hasta en las teorías más refinadas- es una disciplina del todo distinta de la moral; si se cruzan en el camino, santo y bueno; si ello no ocurre, pues no ocurre y se acabó. Para la política mexicana -no veo excepción alguna- la meta del éxito político entendido como el ascenso en la escala del poder, hasta la cúspide, justifica cualquier medio.

El "rayito de luz y de esperanza", que es prácticamente el único político que habla de acabar con el cáncer de la corrupción, ha estado rodeado de corrupción y su administración esconde procedimientos que un día saldrán a la luz y nos horrorizaremos.

La corrupción, a su vez, proviene, con mucho, del alcance sólidamente estructural del corporativismo de las instituciones del gobierno federal, estatal y municipal. Es un insondable mar del que todos participan. Si Tatiana Clouthier ve en el PAN una mala réplica del PRI, se equivoca al creer que el problema está en la mala calaña de los panistas a lo que reprueba. El asunto no es, principalmente, de voluntad política. El asunto está en la estructura corporativa priísta del aparato del Estado, que fue tan temprano reconocida por Fox, que el primer gesto pragmático político que produjo fue su alianza con ese fenómeno sin par del corporativo eficaz que representa Elba Esther Gordillo.

Que la famosa reforma del Estado sea archivo muerto no es miopía de los políticos; es que saben que quien intente desmantelar al SNTE, al STPRM, al sindicato de burócratas, al de electricistas, al del IMSS o del ISSSTE, y mucho más, e intente además, limpiar al sindicalismo blanco y gangsteril referido por Masiosare del pasado domingo, desatará una guerra civil que seguramente la sociedad estaría dispuesta a dar de una vez por todas, si una generación de políticos limpios hiciera aparición en el horizonte.

Entre tanto la estéril disputa por el petróleo continuará sin salida inteligente. Tal vez gane la postura de salvaguardar este tesoro nacional, pero estérilmente en el clóset. Porque el debate entraña una contienda nacional en la que están en juego posturas ideológicas mineralizadas, intereses rapiñososo mil, estructuras corporativas corruptas, e indefiniciones permanentes.

Sólo para anotar una: durante los años 80 y 90 varias veces aumentó, por la vía de reformas legales, el número de productos que podrían considerarse dentro de la petroquímica secundaria y, por tanto, ser susceptibles de explotación por el capital privado. ¿Dónde está para Cárdenas la línea de definición y separación de lo que en definitiva quedaría en manos del Estado mexicano y en qué producciones no es indispensable asociarnos, como hoy afortunadamente propone?

 
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