Festival Internacional de Cine en Guadalajara
Una vez más la Muestra Internacional de Cine en Guadalajara, convertida este año en Festival, resultó ser un buen barómetro del estado actual de nuestra cinematografía. En pocas ocasiones puede en efecto confrontarse esta producción con lo que proponen las cinematografías florecientes de otros países latinoamericanos, principalmente Argentina, Brasil, Chile y Ecuador.
Cuando hace unos años la Muestra decidió integrar una sección de filmes iberoamericanos a su habitual registro de producciones locales, tal vez no imaginó el éxito que dicha sección tendría entre los cinéfilos, ávidos de apreciar propuestas temáticas distintas a la rutina argumental de nuestro cine. Este año fue elocuente el contraste entre una magra sección de películas mexicanas en competencia (seis filmes), y una estupenda muestra de 17 largometrajes de ficción iberoamericanos, también en competencia, de los cuales nueve fueron argentinos. Este contraste no sólo fue cuantitativo sino, más revelador aún, cualitativo.
En actividades paralelas, como el encuentro de creadores (directores, productores, actores), organizado por Kodak, se discutió la situación de la industria fílmica latinoamericana, manifestándose las diferencias sustanciales entre los apoyos que reciben los cines de Brasil y Argentina, con notables resultados a la vista, y la escasez de incentivos fiscales para nuestro cine, y el apoyo estatal selectivo, a cuenta gotas, que reciben nuestros directores, o la ayuda nula a un realizador notable como Marcel Sisniega, cuya cinta El baile de la iguana mereció este año el premio al mejor guión.
En la selección nacional figuraron El baile de la iguana, reunión de tres relatos que recrean en atmósferas costeñas situaciones dramáticas donde la sexualidad, en tanto intensidad del deseo carnal, resiste a los embates de una cultura represiva. Como en las propuestas anteriores del director, la sugerencia lírica triunfa sobre las convenciones narrativas. Otra película que aborda el tema de la sexualidad es la comedia de Alejandro Gamboa, La última noche, conclusión de la trilogía iniciada en el 2000 con La primera noche. La novedad de esta propuesta comercial de cine juvenil radica en su saludable desenfado al tratar las cuestiones sexuales, su tono lúdico a un paso de la trasgresión moral, y su recurso a una digitalización fantasiosa, ensayada ya en El tigre de Santa Julia.
Por su parte, Historias del desencanto, opera prima de Alejandro Valle, es un relato complaciente que combina sexualidad y misticismo en lo que semeja una recopilación de docenas de video clips presentados caóticamente bajo la forma de un larguísimometraje. Una estupenda ocurrencia como la de un corazón monstruo que habla y canta, y asesora e intimida a su dueño Diego (Mario Oliver), contrasta con el resto de una narración caprichosa y fatua, con el muestrario de efectos especiales que hacen evidente la impaciencia en experimentación de un director novato -la provocación como un cohete mojado.
Con mayor modestia, aunque sin mejores resultados, la comedia Club Eutanasia, de Agustín Oso Tapia, sigue dócilmente la huella -aunque en tono de humor negro, muy por debajo de Hugo Argüelles-, de otras incursiones anteriores en el territorio de la tercera edad, desde Por si no te vuelvo a ver hasta La paloma de Marsella. Bajo la consigna "Entre menos burros, más olotes", un cuarteto de ancianos decide mejorar sus condiciones de vida en un asilo eliminando a varios de sus compañeros. Planteada esta premisa, el resto de la cinta es tan previsible y convencional como el lugar común de la vejez como destino inevitable de toda la gente.
En un tono melancólico y sobrio, el director Ricardo Benet sorprende con su opera prima Noticias lejanas, retrato de un joven que abandona familia y terruño polvoriento para probar fortuna en la ciudad de México, entre refugios de pordioseros y calles inhóspitas, y su regreso y desenlace trágico en un seno familiar ya distante. Un episodio central, su encuentro y amistad malograda con otro joven de provincia, es ejemplo de contención y dominio narrativos.
Por último, El mago, de Jaime Aparicio, cinta premiada del festival, es la revelación de un talento interesado en explorar el territorio urbano con el recurso a una fábula sentimental en la que Tadeo Acuña, mago ambulante y enfermo terminal, concentra sus últimos esfuerzos en recobrar sus viejos afectos perdidos. Exploración de la cultura popular urbana y al mismo tiempo intenso retrato intimista, El mago fue, junto con Noticias lejanas, la mejor sorpresa de la selección nacional. Entre las cuatro cintas mexicanas fuera de competencia destacaron, pese a la escasa promoción recibida, La quietud y el fuego, de Marcel Sisniega, y Las dos Auroras, de Jaime Humberto Hermosillo.
La selección de cine iberoamericano merece una consideración más detallada. Baste señalar entre sus propuestas más sobresalientes: La niña santa, de Lucrecia Martel; Crónicas, de Sebastián Cordero; La familia rodante, de Pablo Trapero; Las mantenidas sin sueño, de Martín Desalvo y Vera Fogwill; Whisky, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; El perro, de Carlos Sorín, y la alucinante Los muertos, de Lisandro Alonso. El cine del cono sur americano en su mejor momento, en particular el de Argentina, que con su calidad y frescura dominó indiscutiblemente todo el evento.