Usted está aquí: domingo 20 de marzo de 2005 Opinión Un siglo de sol

Raúl Barrera Rodríguez

Un siglo de sol

Ampliar la imagen Hace cien a�comenzaron los trabajos de exploraci� restauraci�el coloso de la Ciudad de los Dioses FOTO Marco Pel�

El 20 de marzo de 1905, hace exactamente cien años, se iniciaron los trabajos de excavación en la Pirámide del Sol, en Teotihuacán, los cuales estuvieron a cargo del entonces inspector y conservador de monumentos arqueológicos de la República, Leopoldo Batres y Huerta. El interés por descubrir, restaurar y exponer al público este monumento, que ha sido considerado uno de los más emblemáticos del continente americano, se debe al amplio programa de actividades que las distintas secretarías del gobierno de Porfirio Díaz propusieron desarrollar como parte de la conmemoración del primer centenario de la Independencia de México.

La propuesta provino de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, por conducto de su titular, Justo Sierra. Así, tras cinco años de intensos trabajos de campo, que culminaron en 1910 y coincidieron con los festejos del primer centenario de nuestra Independencia, un numeroso grupo de trabajadores, coordinado por el arqueólogo oficial del porfiriato, el mencionado Leopoldo Batres, cumplió el objetivo de explorar y restaurar la Pirámide del Sol.

A pesar de las severas críticas que connotados especialistas -como Manuel Gamio, Ignacio Marquina, Ignacio Bernal y Rémy Bastien- hicieron en su mo-mento a la obra de Batres, por ningún momento debemos perder de vista la importancia que estas excavaciones significaron en el desarrollo de la arqueología monumental mexicana.

Con el propósito de recordar y conmemorar este primer siglo del inicio formalmente de la excavación y restauración de la Pirámide del Sol, he preparado esta breve reseña histórica de este importante acontecimiento para la arqueología mexicana. Al respecto, cabe hacer notar que ésa fue la primera ocasión que el Estado mexicano asignó importantes recursos económicos para la investigación y conservación de un monumento arquitectónico prehispánico.

Para que la excavación de la pirámide formara parte del amplio programa de actividades culturales que el gobierno
de Porfirio Díaz planeaba realizar con motivo de la conmemoración del centenario de la Independencia, en buena parte tuvo que ver el interés y decidido apoyo de Justo Sierra.

Durante los cinco años que duraron los trabajos de campo, de acuerdo con el reporte de Leopoldo Batres, participó un grupo numeroso de peones, vigilados por cabos, capitanes y un capataz general.

Las excavaciones comenzaron por la base, en el ángulo suroeste de la pirámide. Para retirar las grandes cantidades de escombro, primero se emplearon carretillas y después vagonetas, que eran deslizadas sobre rieles para trenes.

Tan pronto se avanzaba en la liberación de los taludes que dan forma al basamento, éstos eran consolidados con argamasa de cal y arena. Refiere el arqueólogo que la última etapa constructiva del edificio se encontraba tan destruida que no tuvieron otra alternativa que retirarla para dejar expuesta la correspondiente a la penúltima etapa constructiva.

Por otra parte, asociados a cada una de las esquinas de los cuerpos arquitectónicos, encontraron enterrados restos de niños, que fueron depositados como ofrendas de consagración del edificio.

Sobre los resultados de esas labores arqueológicas Batres publicó algunos trabajos, como Teotihuacán o la ciudad sagrada de los toltecas (1906) y Exploraciones y consolidación de los monumentos arqueológicos de Teotihuacán (1908). Además, los periódicos de la época hicieron de manera cotidiana un detallado seguimiento de las excavaciones en la pirámide. Entre las mejores notas informativas están sin duda las del periódico El Imparcial.

En su reseña del 5 de mayo de 1905, a unas semanas de haberse iniciado las actividades de excavación, el medio informativo narra de manera anecdótica cómo
los trabajadores que estaban liberando los taludes de la pirámide festejaron el aniversario de la histórica batalla en Puebla, defendida en 1862 de la intervención francesa. Las herramientas de trabajo fueron colocadas sobre el gran montículo a manera de fusiles formando pabellones; los paramentos que estaban siendo descubiertos fueron adornados con hojas, flores y banderas nacionales. También fueron ornados con los mismos materiales las vías y los furgones de ferrocarril que se estaban instalando a un kilómetro de distancia para retirar el material de escombro proveniente de las excavaciones.

Según El Imparcial, eran más de 800 personas congregadas alrededor de la Pirámide del Sol, donde un trabajador pronunció un discurso muy notable.

A una de las tantas visitas que Justo Sierra hizo a Teotihuacán para supervisar los trabajos invitó a Díaz, quien, acompañado por otros miembros de su gabinete, acudió al sitio el 9 de abril de 1906.

El viaje, cuyo objetivo era que don Porfirio conociera de cerca los interesantes descubrimientos hechos en la Pirámide del Sol, se llevó a cabo en el elegante tren presidencial, que partió a las ocho de la mañana. Esperaron al mandatario en la estación de Teotihuacán, entre otras personas, Leopoldo Batres y su hijo, Salvador Batres, así como el coronel Antonio M. Escudero, Eugenio Crombé y Pedro Cázares, presidente municipal.

El recorrido continuó en carruajes por las polvorientas y angostas calles flanqueadas por cercas de tezontle, árboles, nopales y órganos, hasta llegar a la base de la Pirámide del Sol.

Los visitantes, guiados por Leopoldo Batres, conocieron de cerca las escalinatas centrales del edificio, que comenzaban a ser descubiertas. Luego ascendieron a la pirámide, tomando la delantera Díaz, quien fue seguido por sus colaboradores.

Según la nota periodística de este día, se hicieron también algunos recorridos a caballo en las inmediaciones de la Ciudad de los Dioses, para terminar con la visita en una gruta enorme ubicada menos de un kilómetro al este de la pirámide, donde ya los esperaban con dos mesas instaladas para servirles un "suculento" almuerzo. En este mismo lugar actualmente funciona un restaurante.

Después de un buen rato de charla, a las tres y media de la tarde abordaron nuevamente el tren con rumbo a la ciudad de México.

Más adelante, en los últimos días de octubre de 1908, Díaz acudió de nuevo a Teotihuacán, con el fin de inaugurar la línea férrea que el gobierno federal había construido para el transporte de los materiales y desechos de las exploraciones.

En El Imparcial del día 29 del mismo mes se informa que Batres envió antes un informe preliminar de los trabajos a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes.

De dicho documento el reportero retomó algunos datos para hacer su nota, según la cual la línea de ferrocarril de vapor, de tres pies de ancho, daría al arqueólogo la posibilidad de retirar 80 toneladas de escombro cada hora. Ojalá haya sido un error de redacción y no de apreciación de Batres, porque de lo contrario sería un verdadero desastre.

Lo que sí es un hecho es que para estas fechas Batres y sus colaboradores ya estaban concluyendo, antes de lo previsto, los trabajos de liberación, consolidación y restauración de la pirámide. Diversos personajes del mundo intelectual y de la política, tanto nacionales como extranjeros, así como estudiantes de diferentes niveles académicos y público en general, acudieron con cierta frecuencia a Teotihuacán para conocer los trabajos arqueológicos.

Como parte de los festejos del centenario de la Independencia nacional, del 8 al 14 de septiembre de 1910 se realizó en la ciudad de México el 17 Congreso Internacional de Americanistas. En ese contexto, el 11 de septiembre se organizó un viaje a Teotihuacán, adonde acudieron ministros, congresistas e invitados de las secretarías de Relaciones y de Instrucción Pública. Ese mismo día fue inaugurado el nuevo museo de sitio, dirigido por Batres.

Entre los investigadores americanistas presentes había especialistas como Franz Boas, Ales Hrdlicka, Franz Heger, Seler, Krumm-Heller, Chan-Ying Tan y Pizet, entre otros.

En estos cien años de trabajos arqueológicos las investigaciones han continuado por temporadas, a cargo de renombrados arqueólogos (muchos ya desaparecidos), entre ellos Manuel Gamio, Alfred Louis Kroeber, Eduardo Noguera, José Pérez, Rémy Bastien, Ponciano Salazar, René Millon, Bruce Drewitt, Robert Smith, Evelyn Rattray, Eduardo Matos, Rubén Cabrera y Linda Manzanilla, integrantes del Instituto Nacional de Antropología e Historia y de diversas universidades nacionales y del extranjero.

Para terminar, aún con las limitaciones técnicas que en su momento le tocó enfrentar a Batres y a pesar de los errores seguramente cometidos, es justo hacer un reconocimiento en esta fecha (no sólo el 21 de marzo es importante) al aporte que sus trabajos arqueológicos significaron para que se genere conciencia entre la sociedad, el medio político y académico, entre otros, de la necesidad de preservar e investigar el patrimonio arqueológico e histórico del que somos herederos todos los mexicanos.

El autor es arqueólogo, adscrito a la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH

 
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