Usted está aquí: domingo 20 de marzo de 2005 Opinión Ahogo sin dolor

Bárbara Jacobs

Ahogo sin dolor

Creo que fue Sánchez, mi profesor de química, quien presenció la discusión entre Lunas y su mujer. El motivo, la muerte de su hijo. Se culpaban el uno al otro, al parecer porque el niño se metió al mar mientras estaba al cuidado, según el padre, de la madre y, según la madre, del padre. Fue un ahogo rápido y sin mayores aspavientos, no sólo porque el niño fuera muy menor sino, más bien, porque parecía que al adentrarse en el agua lo hiciera con conciencia y con voluntad.

El precedió a Lunas en la decisión, si no en la forma, sí de retirarse de la escena. Los "Te voy a matar" que se espetaba la pareja alternativamente se dejaron escuchar, pues Sánchez, discreto, no bien advirtió las señales del pleito conyugal, se alejó lo más que pudo del estudio de Lunas, donde tuvo lugar el desastroso griterío y manoteo.

Según Sánchez, antes de que lograra escabullirse y reintegrarse al mundo de los sanos, Adela de Lunas no era semiparalítica ni Pablo Lunas un muerto. Pero todo apunta a que la contienda tuvo por consecuencia tanto la parálisis parcial de ella como el ¿suicidio? de él, se podría afirmar que no hay duda de esto. No fue Sánchez quien diera parte al Ministerio Público, y le costó contarme el dato de que, en tanto estuvo en la casa de la desafortunada pareja, había visto pasar, como un espectro, a un hombre de bigotes que las mujeres considerarían bien parecido.

Sánchez lo vio y, no está seguro de si lo imaginó, pero lo oyó reír. ¿Quién podía ser? ¿Qué papel había representado antes de la pelea de la pareja matrimonial, y qué papel habría representado después? A
mí no me dieron acceso al historial de mi viejo profesor en la Procuraduría, pues el único documento con el que me apersoné fue la licencia de conducir sin la cual, por otra parte, yo no me habría atrevido nunca a pedir prestado el jeep cada vez que, a lo largo de unos cuantos meses, llegué a casa de los Luna en busca de información.

¿La información era el motivo verdadero de mis visitas a la viuda, o había algo más, algo así como encontrar un tema literario con el que salir a la luz? No oculto mis más recónditos deseos; pensaba que con los datos que recabara tendría para una buena novela corta. Por el estado en que quedaron las cosas, no sé qué es lo que terminará siendo mi trabajo, pero ni la viuda, por su lado, da más de lo que ya dio ni, por el mío, intuyo tampoco qué más decir de mi viejo profesor.

El recuerdo de sus clases es infinito, y creo que con lo que he hecho constar doy una muestra amplia; en todo caso, lo demás sería repetitivo. Lamento que mi capacidad de invención se resista a poner de su parte más de lo necesario para armar los capítulos que ya armé. Ni quiero mentir, ni tengo tiempo de hacerlo. Me llama otro quehacer, insistentemente, y, además, he dejado de oír a Lunas, como si él mismo me estuviera liberando ya de la responsabilidad de rescatarlo del olvido.

No niego, asimismo, que quiera azuzar la fantasía del lector, al que, con los datos que le presento, quizá le gustaría añadir otros, de los que se desprendieran aun otros más. ¿No es esto la lectura? ¿Despertar la imaginación, las emociones, la actividad de reflexionar?

Todo trabajo literario tiene un punto final, de la misma manera en que tuvo un claro punto de arranque. El cuerpo avisa en ambas situaciones cuándo se alcanza cada uno de ellos, y por más que yo quisiera seguir de la mano de Lunas sé que, si quiero crecer, éste es el momento de soltármele. Lo veo sonreír, ¿de aprobación, querido maestro? Anoche lo soñé. Estaba en la cabecera de una larga mesa, conmigo a su izquierda, ante pilas de libros que la llenaban, cada una con una designación que, no obstante, yo no alcanzaba a leer. En eso un perro irrumpía en la habitación y, a manera de saludo, se alzaba en dos patas contra mí de sostén. Yo llevaba puesto un saco blanco que, tras la efusividad perruna, se manchó de lodo aquí y allá.

En el sueño, Lunas trató de detenerlo, pero tarde. Encima, parecía decirme que el acto no había sido de agresión sino un gesto amistoso, según lo tomé. Me gustan los perros. Y, ahora que lo pienso, en la veintena o así de ocasiones en que visité a la viuda de mi profesor, vi todo menos un perro. De modo que el del sueño o murió con Lunas y está con él, o fue la representación más aceptable de mi maestro para darme a entender que mi trabajo sobre él no sólo había concluido, sino que contaba con toda su conformidad y autorización.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.