El Quijote, lo narrado y lo silenciado
La influencia de Miguel de Cervantes trasciende al tiempo y así la novela del siglo XX refleja una abierta tendencia a absorber los discursos del yo, cobijada bajo el estatuto narrativo tanto del yo como de la lectura de la realidad, sale de él para convertirse en una escritura suspendida, espacio literario en el que las nociones de autor y narrador se disuelven de manera deliberada, con la finalidad de difuminar los límites entre realidad y ficción, como acontece en El Quijote.
Tal es el caso de Javier Marías, cuya narración parece verse gobernada por la intención de extraer de la incansable propensión de la realidad a encarnarse en ficción, así como de la no menos inagotable tendencia de la ficción a encarnarse en la realidad, el gesto trágico o patético con el que palabras, acontecimientos y personas pugnan por emerger del tiempo (inconsciente freudiano).
Un tiempo compendiado por el cúmulo de lo conocido y lo desconocido, lo narrado y lo silenciado, lo registrado y lo que nunca se supo, lo ocultado, lo no testificado e inclusive aquello que se aloja en ''la negra espalda del tiempo". La renuncia a la autoría, confiere al escritor la transmutación a convertirse él mismo en escritura que discurre; él es su texto.
Significaciones múltiples del tiempo, tiempo de múltiples significaciones. Y así el poeta, según Machado, es un pescador, no de peces, sino de pescados vivos, peces que puedan seguir viviendo después de ser pescados. Por tanto, la poesía sería Unamuno, ''la eternización de la momentaneidad".
Freud, poseedor de una mente preclara y ávido lector, decía de los poetas y del amor: ''Hasta ahora hemos dejado en manos de los poetas pintarnos las -condiciones del amor- bajo las cuales los seres humanos eligen su objeto y el modo en que ellos concilian los requerimientos de su fantasía con la realidad. Es cierto que los poetas poseen muchas cualidades que los habilitan para dar cima a esta tarea, sobre todo la sensibilidad para percibir en otras personas mociones anímicas escondidas y, la osadía de dejar hablar en voz alta su propio inconsciente (...) más ellos también deben aislar fragmentos, disolver nexos perturbadores, atemperar el conjunto y sustituir lo que falta".
Por los senderos del tiempo, la novela y la poesía vayamos ahora a el Toboso, en pos de una quimera. Mujer melancólica, amada, amante o quimera. Hoguera de pasión inasible, irreductible. ¿Tan sólo fantasía? Pero, ¿se sabe ella amada, se sabe fantaseada por Don Quijote? ¿O es llama inenarrable, fuente de ternura peregrina y doble inexistencia de la pasión? ¿Es Dulcinea viviente realidad o tal vez sólo esencia, espectro fantasmal de una quimera? ¿Encarna ella las razones del amor? O más bien Dulcinea responde a la herida del hombre, que nunca pudo encontrarse con la armada única en el instante único, en una soledad única. ¡Instante inapresable, huella sin origen, mujer, síntoma del hombre! Desesperación por una revelación que nunca llega, palabra nunca pronunciada, anhelo por la verdad verdadera, instante fugaz, palabra dicha por dos o por nadie. Fantasía que apenas delineada se escapa, se va de las manos.
A Cervantes la literatura se le había presentado en el alma y vivía en ella bajo la figura de la mujer. Mientras que a Freud la mujer se le presentaba como continente negro, como la gran pregunta que el sicoanálisis no había podido responder. Para ambos la mujer, el amor y el tiempo más que imagen son horizonte que no alcanza a ser mirado del todo. Horizonte que se oculta al develarse y se devela al ocultarse.
Mas Aldonza no era suya ni de nadie, tan sólo cielo inexistente, plegaria nunca pronunciada, equívoco del amor; tan sólo alcanzable como amor inexistente, doble inexistencia: amor inexistente e inexistencia de lo amado. Inexistencia del amor en la forma de la mujer inexistente, doble inexistencia de lo amado y del que ama.