Basilea II: nuevas reglas, viejos problemas
n 1974 explotó una crisis que puso en peligro al sistema bancario internacional. El Franklin National Bank en Estados Unidos cayó en insolvencia por su exposición en el mercado de euro-dólares. La Reserva Federal intervino para evitar el contagio en el mercado de euro-divisas. Casi simultáneamente, el colapso del Bankhaus Herstatt en Alemania puso en peligro el sistema de pagos interbancarios en Estados Unidos y sólo la intervención de la Bundesbank pudo evitar la expansión de la crisis.
Estos quebrantos mostraron la necesidad de una regulación bancaria que evitara el contagio en un sistema financiero cada vez más integrado. Así surgió el Comité de Supervisión Bancaria (CSB) del Banco Internacional de Pagos en 1975. Ese fue el espacio privilegiado para la acción de los bancos centrales de los países ricos frente al nuevo entorno de flexibilidad cambiaria y apertura financiera surgido entre 1971-1973. Pero ni siquiera vieron venir las crisis chilena de 1981 y mexicana de 1982.
En 1988 el Comité de Supervisión Bancaria (CSB) aprobó el acuerdo sobre capital que fija reglas y modalidades de supervisión que continúan en vigor y fueron adoptadas por más de cien países. Esas reglas establecen, entre otras cosas, el requisito de un mínimo de 8 por ciento para la relación capital y activos de los bancos con actividad internacional.
Pero las crisis se sucedieron con mayor frecuencia y amplitud. En Estados Unidos, a fines de los ochenta se produjo el peor descalabro desde 1930 con la crisis bancaria y de las intermediarias de ahorros y préstamos (Savings and Loans), responsables del 10 por ciento de los depósitos en ese país. Siguieron crisis en México (1994), Asia (1997-98), Rusia, Turquía y Brasil (1998), el importante episodio de Long Term Capital Management que requirió la intervención de la Reserva Federal de Nueva York para evitar el contagio en la misma Wall Street, y la mega-crisis argentina.
Frente a este panorama surgieron voces para introducir una reforma profunda en la ''arquitectura financiera'' mundial y mantener las reformas de mercado y la liberalización financiera de la globalización neoliberal. Se comenzó a insistir en la insuficiencia de las reglas y estándares del CSB por su simplismo y rigidez.
En 2004 el CSB dio a conocer un nuevo acuerdo, ''Basilea II'', que reemplazaría las normas de 1988. Basilea II mantiene los requerimientos mínimos de capital, y los métodos de evaluación de riesgos y adecuación de capital. Pero modifica la forma en que se evalúa el riesgo de los créditos al ofrecer varias opciones para evaluaciones diferenciales de riesgos según distintos tipos de créditos y operaciones. En una de las opciones, los bancos prácticamente se auto-supervisan, con la salvedad de que los modelos de evaluación de riesgos que utilizan son autorizados por los reguladores. Dada la multiplicidad de modelos, y la confusión de los bancos y los reguladores sobre sus fortalezas y defectos, ese elemento no proporciona mucha tranquilidad.
En teoría, cada banco y las agencias regulatorias pueden mejorar la forma en que evalúan los riesgos de operación sin la rigidez del acuerdo de 1988. El nuevo acuerdo también contempla reglas en materia de divulgación de la información para que la ''disciplina del mercado'' se pueda aplicar de manera más eficiente. Ya los funcionarios de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) elogian a Basilea II como si fuera la panacea, pero los desacuerdos y las presiones del lobby global de bancos sobre el CSB han provocado un retraso importante en la aplicación de Basilea II y entrará en vigor hasta enero de 2007.
El defecto central de Basilea II es creer que el origen de las crisis se encuentra en las deficiencias institucionales y regulatorias de los mercados emergentes. Por eso no busca una reforma fundamental en el sistema financiero mundial y deja en pie los mismos problemas que originaron las crisis pasadas. Ignora que la formación de expectativas en el sector bancario y financiero es, como mostró Keynes, un proceso esencialmente inestable y difícil de controlar. El optimismo de los inversionistas genera la sobrevaluación de activos y se convierte en euforia al corroborarse las predicciones iniciales. En la fase de expansión, el valor de activos y garantías aumenta, y la exposición y vulnerabilidad de los bancos también. Por eso la actividad bancaria es intensamente pro-cíclica. La especulación encuentra un terreno fértil pero la burbuja acaba por reventar.
Basilea II no altera ese hecho fundamental. En una economía abierta, los flujos de capital distorsionan todavía más la valuación de activos y garantías de los préstamos: la vulnerabilidad de los bancos aumentar rápido en un proceso acumulativo. A nivel macro, Basilea II no reducirá el riesgo de crisis sistémicas y no frenará el sesgo pro-cíclico que marca todas las crisis bancarias.
Basilea II carece de una perspectiva visionaria para eliminar las causas profundas de las crisis bancarias. Es un acuerdo que busca entronizar al Fondo Monetario Internacional en sus funciones de supervisión, pero no responde a las necesidades de los subdesarrollados, ni permitirá vincular la política macroeconómica con el desarrollo sustentable.