Usted está aquí: miércoles 16 de marzo de 2005 Opinión Indiferencia: otra mirada

Arnoldo Kraus

Indiferencia: otra mirada

Baruch Spinoza, el gran pensador judeo holandés, sostenía una idea terrible, dura e iconoclasta y que seguramente causaba, y causa, mucho resquemor. Para él, Dios es peor que malo, es indiferente. Mucho se ha escrito acerca de Dios y la maldad, del ser humano y el odio y del mal como condición indispensable de la especie humana. Mucho se ha reflexionado pero "mucho" nunca será suficiente: los divorcios entre el bien y el mal y la infranqueable realidad entre el poder constructor y destructor de la naturaleza y del ser humano siempre serán materia para reflexionar.

Spinoza, observador agudo de la condición humana, no le permitía ni a Dios ni a los creyentes ninguna escapatoria: la indiferencia va más allá de la maldad. Quienes son "malos", en ocasiones, tienen la posibilidad de recuperarse. La maldad es una forma de ser que puede modificarse, porque implica acción, ideología o identificación. La maldad parte de una base y de una historia. En cambio, la indiferencia es una forma de neutralidad y de ceguera que se alinea con la "no opinión", y que comulga con la ausencia de compromiso y de malestar o de júbilo por lo que sucede en el mundo y con el ser humano.

Vivimos arropados por una serie de supuestos muchas veces falsos y con frecuencia imposibles de comprobar. La repetición continua de ideas, la perpetuación de algunas costumbres, la aceptación de incontables formas de ser y la reiteración de normas, buenas o malas, construyen muchos de esos supuestos. En la familia, en los diversos credos, en las escuelas, en las agrupaciones sociales y en los recintos donde se enaltece "lo bueno" del hombremujer se repiten, continuamente, una serie de ideas "humanas" pero que la mayoría de las veces no se ejercen.

Se dice que el ser humano debe ser solidario, ético y "bueno"; se dice también que debe comprometerse con los valores que hacen del humano ser humano y que es menester bregar por la justicia. En síntesis, la moral tiende a subrayar que es una obligación de nuestra especie poblar, habitar y sembrar la Tierra con buenas acciones. Las ideas previas, son, a vuelapluma, un pequeño listado de algunos atributos de nuestra condición. Son cualidades idóneas, hipótesis bellas y principios sanos, pero no reales. Si en algunas circunstancias como el estudio, el deporte, la política o la corrupción la "fuerza de la repetición" sirve, en la construcción del ser humano "moral" la situación es distinta. No basta decir que el individuo debe ser bueno para que lo sea. No basta ir a misa para ser católico ni dar limosna para ser humano. La cuestión, sin pretender "filosofar" es mucho más compleja: ¿por qué debe ser el humano "bueno" y por qué no debe ser abúlico?

Carezco de respuestas para ambas preguntas. Por eso las escribo y por eso las comparto. También lo hago porque comulgo con Spinoza: me irrita mucho más la indiferencia que la maldad. La maldad tiene rostro, nombre, derroteros, conciencia. Se puede argumentar contra ella e incluso se le puede combatir. En cambio, la indiferencia viaja sin guiños y es innominada. No se inmuta, no se mueve, no habla. La indiferencia es la cultura del silencio, del no compromiso, del todo es ajeno, del todo es igual. La insensibilidad, a diferencia de la maldad, carece de conciencia: ¿cómo modificar actitudes si la inconsciencia domina la vida? Por eso, es muy difícil combatir contra la indiferencia e improbable modificarla. De ahí que el pirronismo sea uno de los grandes males de nuestra época.

Uno quisiera pensar que los tsunamis, que los Bushes, que los 40 millones de infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana o que los incontables desaparecidos en Latinoamérica deberían ser un antídoto contra la indiferencia y contra la sentencia de Spinoza. Uno quisiera pensar también que es factible incomodar al ser humano para apartarlo de la displicencia y que la crudeza de Spinoza es exagerada, pero la realidad es otra. La indiferencia es una constante en nuestra sociedad y una enfermedad (casi) imposible de combatir.

 
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