Pentecostalismo: ¿reforma religiosa de los pobres?
El fenómeno pasa desapercibido por los grandes medios, acostumbrados a cubrir los pormenores de lo que sucede en las cúpulas políticas, económicas, culturales y religiosas. Como la expansión del pentecostalismo tiene lugar, preponderantemente, entre los pobres de América Latina, la desatención a las causas y repercusiones de ese hecho muestra que lo acontecido en las zonas más desprotegidas de nuestras sociedades sólo es noticia cuando raya en el escándalo.
Desde el inicio del cristianismo hubo expresiones extáticas de la fe. Lo que se llama la experiencia del Espíritu Santo ha estado presente a lo largo de la historia cristiana, a veces como tendencia subterránea y minoritaria, o incluso recluida en pequeños grupos vistos por el mainstream como ajenos a la sana doctrina. Hoy la tendencia dominante, la que más crece por todas partes, particularmente en Latinoamérica, Asia y Africa, es la representada por el pentecostalismo. Incluso en la Iglesia católica sus sectores más pujantes son de esta orientación, los llamados carismáticos que tienen muchos puntos de contacto con los pentecostales. En el campo protestante/evangélico, la pentecostalización, en distintos ritmos, avanza continuamente, a tal grado que especialistas en el tema dicen que tres de cada cuatro evangélicos latinoamericanos son pentecostales.
Por acumulación de muy variados factores, el pentecostalismo resurgió con inusitada fuerza en 1906, en Los Angeles, California. En Azusa Street, en unas instalaciones modestas de la Apostolic Faith Mission, un grupo multiétnico encabezado por un pastor negro, William Seymour, tenía servicios religiosos muy emotivos. En sus reuniones hubo lo que consideraban "derramamiento del Espíritu Santo", una de cuyas evidencias era que los congregantes hablaban en lenguas (glosolalia), además de convertirse en entusiastas evangelizadores. En esos servicios hubo desde el principio asistentes mexicanos, algunos de los cuales regresaron temporal o permanentemente a México para predicar de su nueva fe. Antes que denominaciones pentecostales estadunidense iniciaran trabajos misioneros en México, nuestros connacionales convertidos en la congregación de Seymour, de manera espontánea, sembraron la semilla pentecostal.
Mientras la sociedad les cierra las puertas por todas partes, los pobres encuentran espacios abiertos en el pentecostalismo. No es esta la única causa de la conversión masiva a esta vertiente religiosa. Los motivos del converso son complejos como para reducirlos a una tipología esquemática. Pero no cabe duda de que la hospitalidad experimentada en las congregaciones pentecostales, por quienes asisten inicialmente, y las vías que encuentran para ser actores y no meros sujetos pasivos de su creencia, son elementos atractivos para los rechazados constantemente en otras instancias de la sociedad. Por muy centralizado que esté el liderazgo en las agrupaciones pentecostales, de todas maneras, dentro existen muchos más canales de participación para sus integrantes que en la Iglesia católica. El pentecostalismo, por su vitalidad y crecimiento, demanda nuevos liderazgos para atender las congregaciones surgidas aquí y allá. Son los creyentes que muestran ciertas capacidades de organización los que naturalmente se van haciendo cargo de la obra. De tal manera que puede fungir como ministro alguien sin capacitación profesional como clérigo. Es en estas congregaciones donde existe el mayor número de pastoras y mujeres en puestos de dirección nacional.
Son múltiples los estudios que consideran el pentecostalismo un adormecedor de las conciencias, un mensaje desmovilizador de la organización popular. Conforme se han ido produciendo más estudios de campo, por investigadores menos prejuiciados hacia lo religioso, se está llegando a la conclusión de que los efectos sociales y culturales del pentecostalismo pueden ser variados y hasta contradictorios, pero de ninguna manera iguales en cualquier contexto. Por ejemplo, Elizabeth Brusco, en su libro The reformation of machismo, refiere que en las iglesias protestantes colombianas (la mayor parte de corte pentecostal), y en los hogares de sus integrantes, existe un entorno más favorable para las mujeres que en el resto de la sociedad, mejores condiciones relativas en los indicadores sociales de bienestar, mayor responsabilidad de los hombres para con su familia, y subraya un elemento perturbador para algunos: "La templanza del protestantismo evangélico está ayudando a hombres y mujeres a redefinir sus roles alrededor de la institución familiar. Puede bien estar ayudando a mujeres (y a algunos varones) en formas más prácticas que los movimientos de reforma feministas lo hacen, por lo menos en el contexto particular que investigué".
Además de su propia especificidad religiosa, el pentecostalismo tiene repercusiones sociales y culturales, que pueden ir por el lado de crear ciudadanía (construir cotidianamente la noción de derechos y deberes personales y colectivos), conformarse con la reforma ritual en el interior del evangelicalismo, o bien transformar liturgia y ética entre sus integrantes.