El laberinto priísta
Las tácticas electorales fueron puestas por delante de los objetivos de la 19 asamblea del PRI. Roberto Madrazo hizo cálculos detallados en pos de la candidatura de su partido a la Presidencia para el venidero 2006. Su preocupación no puede dejar resquicio alguno para interpretaciones vagas, pues cada golpe de encuesta le recuerda su extrema vulnerabilidad. Las palabras de los hombres de negocios de México, los más conspicuos entre los picudos, todavía le resuenan en sus no tan tropicales oídos: no eres un hombre de confiar, le sentenciaron, no sin estar dispuestos, como todo buen negociante, a ser convencidos de lo contrario. Y el actual dirigente del PRI movió sus fichas tras ese objetivo por demás preciso. Madrazo les enviaría el mensaje de su entera disposición, endosada con presumida eficacia, para probarles, sin duda alguna, su futura rentabilidad ahí mero donde nace el deseo, en el botín energético.
Para retar a la fiera priísta en su naturaleza básica, en sus principios rectores, en su memoria de origen, se requiere -se dijo a sí mismo Madrazo- de decisión y destreza, cualidades que él cree poseer. Quiero ser y aparecer, ante mis correligionarios, como dirigente tocado por la simpatía de los grupos de presión, en especial el de los empresarios de gran calado y los actuales centros de poder americano, los de real peso en las decisiones internas del PRI. Y el punto neurálgico para lograr tal fin tiene como referente al sector energético, tan disputado por todo mundo. Durante cuatro años las reformas que pondrían en manos del capital extranjero tan crucial industria están detenidas por el puntilloso trasiego de un grupo de senadores priístas que se apoyan en arraigado sentimiento de identidad y que recorre toda la estructura del PRI hasta llegar a conectarlos con ese sustrato, mayoritario del electorado del país, que desea mantener ese importante sector económico bajo la firme rectoría del Estado, como ordena la Constitución.
Auxiliado por una masa acrítica de mosqueteros venidos desde las muy atrasadas regiones del sureste del país, Madrazo preparó, con el cuidado conveniente, su intentona de tocar, aunque fuera con un ligero borrón de artículos clave (27 y 28) el documento llamado Programa de acción de su partido. Con tal compañía de gritones, se sintió seguro de aguantar la andanada de razones y pormenores que le soltarían informados senadores en la mesa de discusiones, armada con todo el esmero y el cuidado de probados maniobreros, en Tehuacán, Puebla. Hacia allá fueron un selecto grupo de lo más granado del PRI: ex gobernadores, ex secretarios de Estado, ex presidentes del CEN de ese partido y otros varios experimentados mandones, comisionados por su fracción en el Senado, para presentar un coordinado frente de resistencia a las intenciones madracianas. Una coalición, por demás disímbola, formada entre delegados del norte (Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas) y los oaxaqueños capitaneados por el aguerrido diputado plurinominal de reserva e hijo del ex gobernador Murat, les mayoriteó, entre gritos y sombrerazos, la que sería, según enterados, una final declaratoria inocua sobre la posición del PRI respecto al sector energético nacional.
La redacción del acuerdo, sin embargo, resultó lo suficientemente sugerente como para impulsar una ardiente, desesperada, instantánea, reacción del oficialismo gubernamental. El secretario de Gobernación, Santiago Creel, encabezó la estampida que solicitaba, para el día siguiente, un conciliábulo que diera forma precisa, fijara tiempos y contenido a una intempestiva reforma energética. La que estaba pendiente, la que le daría -pensó sin asomo de duda- la ventaja en su alocada y protegida carrera hacia la candidatura panista. La anhelada reforma estructural que tanto había perseguido, hasta prometido, el mismo Presidente de la República a cuanto grupo y personaje del exterior le mostraba interés por participar en tan suculento sector.
Pero, al mismo tiempo y de manera paralela al desboque oficial que paralizó las anticipadas celebraciones del madracismo, se oyeron los bramidos de una corriente semioculta, no bien definida pero sin duda llena de presagios, descontentos y rasposas amenazas proveniente de las mismas bases de simpatías priístas. Una densa capa de reacciones que se situó entre esos numerosos, probados, recios cuadros de militantes partidistas, crecidos al amparo de experiencias directas, vitales, de enseñanzas trasmitidas por las escuelas públicas, tan distintas de aquellas otras visiones emanadas de los colegios confesionales, recintos de la tecnoburocracia y el panismo. Y, ante ese panorama tan poco halagador, tan preñado de problemas y malos talantes, los funcionarios del CEN del PRI se espantaron. Unos dijeron que nada se había concluido, otros que estudiarían el caso, que más adelante presentarían sus ideas e iniciativas. Y todo quedó en la vaguedad de las indefiniciones y las propuestas por venir. Lo cierto es que poco o nada aterrizará en el Congreso durante estos agitados tiempos de forcejeos y pleitos desatados. Madrazo piensa que, con las modificaciones logradas ya alcanzó su cometido. Que ya tiene el respaldo de los grupos de poder económico para encaramarse en la ansiada candidatura. Lo demás se dará, pronostican sus seguidores, durante la ansiada campaña. Ahí rodarán promesas, calculadas con estudiado perfil y la confusión necesaria, como para despertar la codicia de los negociantes nacionales y extranjeros al tiempo que neutralizará, según piensan, las previsibles reacciones que ya sintió, tanto de sus bases de apoyo como del resto del electorado.