Usted está aquí: domingo 13 de marzo de 2005 Mundo Vacío de poder, el verdadero peligro por la súbita retirada siria de Líbano

Los militares abandonaron las últimas posiciones en las primeras horas del sábado

Vacío de poder, el verdadero peligro por la súbita retirada siria de Líbano

Temen habitantes que milicias pro sirias se apoderen de bases evacuadas por Damasco

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Ampliar la imagen En Beirut, miles de libaneses realizaron un mitin contra Siria en la Plaza de los M�ires FOTO AP

Chtaura, Libano, 12 de marzo. Los últimos soldados sirios que avanzaban entre las ventiscas y las tormentas del monte Líbano hacia el valle de Bekaas, la mañana de este sábado, pasaban bajo la reluciente estatua de Basil al-Assad, el hombre que habría sido presidente de Siria si no hubiera perecido en un accidente en una calle de Damasco.

En uniforme militar, montado en su caballo favorito, con un gorro de pico y tres condecoraciones, ha estado resguardado durante la década pasada por dos oficiales sirios de inteligencia igualmente relucientes. "Nada de fotos", gruñeron al ver mi cámara. Pero hay un problema: cuando el último soldado sirio salga de Chtaura, junto con los agentes del Mukhabarat, el servicio secreto sirio, ¿quién cuidará la estatua? Fue erigida por hombres de negocios libaneses que buscaban congraciarse con Siria, pero parece difícil que los sirios se la lleven a Damasco. Ya sin protección, nadie apuesta por su futuro.

"¿Quiere comprarla?", me pregunta con sarcasmo un tendero local. "Podríamos vendérsela." El dueño de una zapatería es más prosaico: "La demoleremos", dice, y truena los dedos.

No es que la gente de Chtaura haya estado oprimida por la bota militar siria. "Cuando llegaron eran decenas de miles", recuerda el propietario de una tienda de Adidas. "Pero con el tiempo nos acostumbramos a ellos y eran amistosos; se volvieron parte del paisaje. No molestaban a nadie y compraban comida en las tiendas, así que contribuían a la economía."

Ya no queda mucha economía en Chtaura. El hotel Del Parque, cuyos interiores están cubiertos con cortinas, no tiene huéspedes. La mayoría de las tiendas están cerradas y todos los comerciantes han cambiado sus libras libanesas por dólares. La sombra del asesinato de Rafiq Hariri se cierne pesadamente sobre las poblaciones del valle del Bekaa.

"Mire, llevan aquí casi tres décadas y ya es suficiente", comenta sin mucho entusiasmo el dueño de la tienda de deportes. "Pero el verdadero peligro es un vacío de poder. El ejército libanés debe llegar antes que los sirios se vayan y ocupar sus posiciones. No nos conviene un vacío."

No es difícil entender por qué los libaneses temen una retirada súbita. No quieren que las viejas bases sirias se llenen de repente de milicias pro sirias. Todo el mundo en estos días trae a la mente sus memorias de la guerra civil.

Algunos nunca perdieron la cólera, entre ellos un hombre que tal vez era niño cuando la guerra empezó. "Los sirios vinieron a robarse nuestro dinero y nuestra herencia, y los libaneses los dejamos venir a fastidiarnos. Les vendimos todo lo que nos pertenecía. Voy a ir a la gran manifestación del lunes en Beirut para apoyar a la oposición. Necesitamos verdadera libertad y no la tendremos mientras haya extraños en el país."

Detrás de la autopista internacional, soldados sirios con cascos de metal y bayonetas caladas custodian la entrada del segundo puesto militar sirio en importancia en Líbano, ubicado en el valle de Bekaa: su cuartel, hogar del general brigadier Rustum Gazale, está poco más allá en el mismo camino, en la ciudad de Aanjar. Tres agentes del Mukhabarat insisten en que no les han dado fecha de partida, pero todos señalan que su presidente -Bashar, el hermano de Basil- dijo que todos deberían estar fuera para finales de abril.

Las últimas posiciones sirias en las montañas fueron abandonadas en las primeras horas de este sábado, y una de las grandes bases de radar, cercana a Mdeirej, que servía para rastrear los vuelos israelíes, fue desmantelada. Sólo unos cuantos camiones sirios quedan en las colinas más bajas, muchos cubiertos de nieve después de la ventisca de la noche del viernes. No parece un ejército en retirada -y menos un ejército de ocupación-, pero su partida en esta desfalleciente mañana fría presentaba un agudo contraste con su llegada, en junio de 1976.

Yo estuve aquí hace 29 años, viendo cientos de vehículos blindados pasar por esta pequeña población de tiendas de ropa hacia Beirut. Tres tanques se estacionaron en el alto pastizal que está fuera del poblado, como perros viejos que se echaran a descansar en un día caluroso. El presidente estadunidense Carter dio su bendición al despliegue de tropas, porque la Liga Arabe había asignado a Siria un papel en el fin de la guerra civil.

En ese entonces, parado en el mismo pavimento, escuché a otro tendero renegar sobre el costo de la libertad de expresión en un nuevo y humillado Líbano. "Siempre es bueno tener visitas", dijo con sarcasmo. "Y siempre es bueno cuando se van." Y ahora estas "visitas" regresan a casa y dejan un miedo que no es pequeño. El deseo de todos en Chtaura de evitar ser identificados habla por sí solo.

"Mire", dice en voz baja un señor de una tienda de celulares, "la frontera siria está apenas a 25 kilómetros de aquí y está abierta. Usted sabe que hay muchos partidarios de Siria en Líbano. ¿Qué le hace pensar que los del Mukhabarat no pueden regresar con las armas ocultas? ¿Qué le hace creer que la influencia siria acabará ahora? Siria siempre estará ubicada al este, allí nada más, en la próxima cadena de montañas".

Sin duda pocos de los soldados que cruzaron la ciudad en camiones este sábado podrían tener alguna culpa de la estancia siria en el país. El hombre que envió a este ejército -el presidente Hafez Assad, padre de Basil- murió hace mucho tiempo. Y la mayoría de ellos ni siquiera habían nacido cuando los primeros tanques de su país llegaron a las puertas de Chtaura.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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